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sus nervios, airoso su gesto, cálida y vivificante su palabra, toda energía y ritmo.

      Le recuerdo en días de triunfos y de gozos, entre fiestas y pompas españolas. Las delegaciones de las repúblicas americanas contaban, como era de razón, sobre todo las tropicales, con sujetos verbosos y hábiles para el discurso; pero en conjunto, no podíamos presentar delante de un Castelar, sino al delegado uruguayo, a la sazón ministro de su país ante Su Majestad Católica. A su fama asentada de gran poeta unía el dominante prestigio de una elocuencia, si a veces harto fogosa, por lo mismo plenamente representativa de nuestros entusiasmos y vivacidades continentales. Su negra y copiosa cabellera se agitaba en la conmoción de las arengas; el brazo diestro se alzaba como arrojando, como esparciendo, como regando las oraciones; los ojos, la máscara toda contribuían a la conquista de los auditorios; y un común orgullo nos producía a los neomundiales la victoria de aquel hombre generoso y lírico, que había cantado al épico charrúa Tabaré, y saludaba en vibradores y musicales períodos, en nombre de las naciones nuevas, a la regia decaída y maternal España. Con Tabaré y con la Leyenda Patria—que celebraron poetas como Olegario Andrade, autoridades como Paul Groussac—se colocó Zorrilla de San Martín en el escaso número de los grandes líricos americanos. Se ha dicho que siempre en el poeta aparece la amplitud, la exuberancia oratorias. No olvidemos que ello es una característica de Víctor Hugo, y más cerca y no a tantas alturas, de Núñez de Arce. Es una elocuencia llena de lirismo, y esto lo admiramos hasta en el mismo viejo Esquilo. Cuando en mi primaveral juventud llegó a mis manos el poema épico lírico del célebre uruguayo, me impresionó por su belleza armoniosa, y por el contagio entusiástico de lo que antaño se calificaba con el nombre de «inspiración». En Tabaré—«ese extraño y hermoso poema, con el que acaso sean más justicieras que las actuales las generaciones que vendrán», según el decir de un meditativo y decoroso pensador que brilla en la juventud uruguaya, Amadeo Almada—encontré en días en que imperaban endémicas doctrinas, una novedad sana y un sentido de musicalidad honda y trascendente, que venían de la influencia de un poeta «menor» pero de los más dignos de admiración y amor en la España del siglo pasado: Bécquer. «Mi Gustavo Bécquer, genio admirable y querido, despertador de mi adolescencia poética», dice Zorrilla de San Martín en una confesión reciente publicada en Mundial. Había, en efecto, un eco del arpa de Bécquer, pero sinfonizado en un órgano que se diría hecho de las más robustas y sonantes cañas y bambúes de nuestras selvas americanas.

      Tabaré fué celebrado en España y en toda la América latina con loas y palmas merecidas.

      Zorrilla de San Martín reconoce el perjuicio que posteriores correcciones causaron a su obra... «Quise quitar, ¡pecado de mí!, ingenuidades en una obra ingenua; quise razonar.» Sí, su obra es ingenua como una planta, como una flor, como el agua de un manantial, y ella guardará el frescor y el perfume de la más grata estación de su existencia.

      También ha citado estos conceptos de Carlyle referentes a Dante: «Si vuestra composición es auténticamente musical, no solamente en la palabra, sino en el corazón y en la sustancia, en los pensamientos y articulaciones, en toda la concepción, entonces será poética; mas no de otra manera. ¡Musical! ¡Cuánto se encierra en esta palabra! Un pensamiento musical es el que ha penetrado hasta lo más íntimo del corazón de las cosas, y puesto al descubierto lo más recóndito de sus misterios...»

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      Un joven sabio; palabras difíciles de juntar en nuestra América. A Francisco García Calderón siéntanle por igual manera los calificativos de savant y de sage. La gravedad espiritual, el desdén de las literaturas fáciles, y diremos así de simple adorno, el alejamiento del dilettantismo, y su copioso saber, sostenido por una inteligencia fuerte y ponderada, le han dado un lugar especial en nuestra reciente intelectualidad. Habita en París, y busca los jardines apacibles de la filosofía, en vez de entregarse a las bellas y ligeras letras de la luminosa capital del esprit. Cuando, por la fatalidad que pesa sobre muchos de los escritores que aquí residimos, «hace periodismo», y finge de corresponsal a diarios hispanoamericanos, se ocupa en Gabriel Tarde; en el soliloquio platónico de Renouvier, en Brunetière que juzga a Renan, en Menéndez Pidal y la cultura española, en los estudios penales de Dorado Montero, en el fenómeno religioso de los Estados Unidos, en los ideales de la vida, según William James, y en otros tópicos semejantes. Como veis, todo eso está muy lejos del boulevard. Sus relaciones intelectuales son las que convienen a semejante monge laico, fraile de la filosofía. «Monsieur F. García Calderón est un jeune peroubien qui connait admirablement la France, son histoire, ses ecrivains, ses philosophes.» ¿Quién escribe esos conceptos? Es M. Gabriel Seailles, profesor en la Soborna. «Esprit ouvert et curieux, auditeur et auditeur attentif, ardent, consciencieux intelligent, vous mettez votre effort et votre joie à penetrer dans la pensée, dans l'âme des hommes que vous voluez connaître». «Donc s'assimiler appliquer l'experience de l'âgé mur et même temps garder l'elan, la foi et même les ilusions de la jeunesse, trover enfin le moyen de réunir en un tout vivant et harmonieux ces deux ordres de qualités, en apparence contradictoires, ce est le conseil que, for de vos études et de vos reflexions, vous donnez à votre Patrie. Je crois bien que ce conseil convient a tous les hommes, et qu'en tout pays on aura intérêt et profit à lire un livre tel que le votre.» ¿Quién expresa tales opiniones? Monsieur Émile Boutroux, del Instituto. Díme con quien andas y te diré quién eres. Es raro, sí, muy raro, que en nuestros países un espíritu joven y bizarro, como el de García Calderón, deje el verjel de los lirios y los mirtos y los laureles para inclinarse al pozo de donde se espera ver salir el blanco cuerpo de la verdad. Pocos van a las honduras de los problemas espirituales, pocos se consagran al ejercicio del pensamiento en los altos asuntos religiosos y morales.

      Pocos visten el sayal pesado del estudioso y se encaran con las gravedades de la vida y de la conciencia humanas. Francisco García Calderón se ha dedicado a tales tareas. «Vous n'etes pas mu par un frivole esprit de diletanttisme», le dice uno de los sabios que he dictado anteriormente. Y él mismo declaraba en uno de sus primeros libros el propósito de «levantarse sobre la parcialidad benedictina del análisis, sobre la frivolidad estéril de la hora y dar a su espíritu el grave recogimiento que conviene a la eclosión de futuras obras durables.»

      La obra fundamental, hasta ahora, de nuestro amable pensador, es la que consagrara a su patria, Le Perou contemporain. Es una obra fuerte de medula, y que indica un vigor de espíritu y un estudio tan sólido y de trascendencia, que se diría de años mayores. La obra está escrita, a pesar de la particularidad patriótica, bajo un concepto universal, y puede ser leída con interés en cualquier parte, pues su fondo filosófico, su hondura ideológica, llamarán la atención, a no importa qué hombre de pensamiento, en todo lugar del mundo. La sagacidad de intelecto de esta «cabeza», que no sólo pertenece al Perú, sino a todo el continente, se une al vigor y a la rapidez con que abarca y profundiza cualquier cuestión de interés humano. En tales especulaciones, y siguiendo cada cual su ideal mental y su modalidad, se junta con Rodó y con Sanin Cano.

      Para contrapesar en la balanza psíquica el valor de tales especialísimos mediums habría que poner, es indiscutible, en el platillo opuesto un buen número de toneladas de perlas y de rosas.

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      Ved aquí al catalán de los jardines, príncipe en el país de Bohemia, de una Bohemia de oro, de lindos colores, de sutiles letras y de «hierros viejos». Con su cabeza gris y su barba de roi-chevalier, atesora y comunica juventud, y con su arte fino, su palabra suave y animadora a un tiempo, su sonrisa fraterna

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