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de estas en verdaderas tramas, con itinerarios que, en su recorrido, pasaban por los centros económicos de decisión, por una pluralidad de sedes institucionales —de los servicios secretos, a los cuerpos policiales y militares, al Consejo de Ministros—, por una diversidad de grupos o grupúsculos terroristas, por la mafia omnipresente, y hasta por oscuras instancias trasatlánticas, muy activas en la Italia del periodo. Fenómenos, también es el caso, afrontados en su día con una nueva racionalidad investigadora, extraordinariamente productiva. Como Falcone y Borsellino, Turone dotó entonces a sus actuaciones de inéditos perfiles y eficacia, potenciando significativamente su rendimiento. Y, ahora, con el recurso a una forma de historiografía igualmente innovadora12, en un brillante ejercicio intelectual, cerrando el círculo, ha llegado al límite de lo posible, en el difícil empeño de hacer luz en lo más negro de las cloacas de un poder, democrático en su extracción, en caída libre en una abyección sin fondo. Esto, por razones de Estado y, muy en particular, de equilibrio de bloques, en un contexto de guerra fría: tal sería el auténtico, cínico pretexto. Puesto de relieve en toda su cruda realidad, con ejemplar transparencia, en el tratamiento dado a Aldo Moro en su secuestro, por eso tomado en estas páginas introductorias como verdadero caso-testigo.

      Hay una vertiente del trabajo de Turone, la de la vinculación de altos exponentes de la junta militar argentina (Massera, López Rega, Suárez Mason, entre otros) con la logia Propaganda 2, que hace luz sobre unas vicisitudes poco conocidas, de particular interés para el lector castellanohablante de este y del otro lado del Atlántico. Resulta de lo más revelador saber de la estrecha relación de Licio Gelli (en algún momento consejero para asuntos económicos de la embajada argentina en Roma) con los promotores del golpe, con los que se mantuvo en estrecho contacto durante su preparación y después. También de la ocultación por Corriere della Sera (controlado por la P2) de toda informa ción sobre las atrocidades de la junta. Y de la aceptación cómplice por parte de la embajada italiana en Buenos Aires, de la decisión de aquella de no reconocer el estatuto de refugiados a los huidos que consiguieran acceder a su recinto. Lo más parecido a una condena a muerte. Entre otras cosas.

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