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Corresponderá más bien a la filosofía social y política (Oakeshott, Escuela de Frankfurt, Gadamer) el cuestionamiento y denuncia de las consecuencias políticas del desarrollo de la ciencia y la tecnología; pero la filosofía de la ciencia ha guardado en general silencio al respecto por considerar que no es un problema intrínseco de la racionalidad de la ciencia, sino del uso que los políticos, los empresarios, los militares y, en general, que la sociedad hace de la ciencia. Inclusive algunos filósofos de la ciencia, como Feyerabend, que han denunciado las consecuencias autoritarias de la ciencia, terminan por rechazarla, al considerarla incompatible con la libertad. Así, el carácter exclusivamente lingüístico, lógico y metodológico de la racionalidad (racionalidad restringida) lleva a plantear un incómodo dilema, tanto en los defensores de la ciencia, como en sus críticos, de considerar como excluyentes el desarrollo de las ciencias y el fortalecimiento de la democracia. Ante el dilema, racionalidad científica o libertad democrática, algunos filósofos como Michael Oakeshott o Paul Feyerabend, se inclinan por la libertad democrática, mientras que otros autores se inclinan por restringir la vida democrática en aras del desarrollo científico, a través de una redefinición elitista del gobierno democrático que admite la prelación de los expertos en las decisiones políticas (Galbraith, Shumpeter, la llamada escuela revisionista de la democracia, inclusive en cierta medida Popper, con su propuesta de ingeniería social a pequeña escala).

      Desde principios del siglo xx la concepción cartesiana de la racionalidad científica fue confrontada por filósofos como Duhem y Neurath, desde nuestro punto de vista constituyen los cimientos de una filosofía política de la ciencia. Tanto Duhem como Neurath consideran que ciertos valores y actitudes éticas de los científicos son indispensables para el desarrollo racional de la ciencia. Entre esos valores destacan la tolerancia, el reconocimiento de que otros científicos que discrepen del propio punto de vista, puedan tener razón, la disposición de diálogo, la disposición a cooperar en función de valores comunes, así como la existencia de condiciones políticas adecuadas dentro de la comunidad científica, tales como el pluralismo, la libertad de investigación y comunicación, la organización institucional para el debate, la formación de consensos, así como los espacios de comunicación y participación entre sociedad y comunidad científica.

      El mismo Neurath considerará a la concepción cartesiana como un pseudo racionalismo, precisamente por no incluir dentro de la racionalidad científica a los "motivos auxiliares" que refieren a implicaciones sociales y políticas del desarrollo científico. Estos dos fundadores de la filosofía contemporánea de la ciencia resultan de gran relevancia para buscar una salida al dilema planteado por Feyerabend y por otros muchos filósofos del siglo xx, entre racionalidad científica y democracia.

      Si se quiere superar este dilema es indispensable que la filosofía y en particular la filosofía de la ciencia, asuma la tarea de analizar críticamente las condiciones que harían compatible el desarrollo de la ciencia y la tecnología con el fortalecimiento de la democracia. Esta tarea se hace más urgente en el contexto del mundo actual en que la ciencia, la tecnología y las nuevas tecnociencias, constituyen el factor principal de la vida social, tanto para la conservación del orden social como para su transformación en la ambiguamente llamada "sociedad del conocimiento".

      Afortunadamente en años recientes, en el seno de la filosofía y en especial de la filosofía de la ciencia se ha desarrollado, tanto en países de habla inglesa como en Iberoamérica, un nuevo esfuerzo por integrar cuestiones políticas y éticas a problemas epistemológicos de las ciencias. En el ámbito anglosajón hay que destacar en este sentido, los trabajos de Philip Kitcher, Stephen Turner, Steve Fuller y Carl Mitcham, entre otros. Sin embargo, parece que estos nuevos enfoques de la filosofía de la ciencia anglosajona tratan más bien de equilibrar valores y argumentos epistémicos con otros de carácter político para contemporizar el desarrollo científico, con la justicia social y la democracia, pero no integran intrínsecamente una dimensión política a la racionalidad científica. Los artículos que constituyen este volumen, en su mayoría de autores iberoamericanos, intentan desde diferentes perspectivas contribuir al desarrollo de nuevas visiones sobre la producción y desarrollo de las cienciasy las tecnologías en contextos con estrecha relación entre sus condiciones, presupuestos y consecuencias políticas.

      El volumen se originó en el I Congreso Internacional de Filosofía Política de la Ciencia, realizado en febrero de 2005 en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, pero todos los trabajos se reelaboraron y reordenaron en cuatro secciones.

      En la primera sección, denominada Perspectivas Generales, se presentan ocho trabajos que a continuación comentamos:

      Fernando Broncano escribe "El conocimiento experto en la República". Parte de la tesis es que los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir el juicio de lo justo y de lo injusto. Este saber los iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, sobre todo, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. El conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de las necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, resuelto, solamente, en instancias superiores como el ágora, las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República.

      La particularidad que articula a una sociedad bien ordenada es el poder y la distribución que de éste se ejerce entre los ciudadanos y las funciones que desempeñan. Lo que a este ensayo preocupa es el modo en que una distribución justa del poder, la autoridad y los bienes públicos, corresponde o no a una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico.

      Para medir la eficiencia y justicia de esta distribución, se analizan tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica, modelos de referencia para una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada.

      En primer lugar se encuentra el modelo de J. D. Bernal, éste se basa en la planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad. El segundo modelo es el de Michael Polanyi, él se opone a toda influencia del Estado dentro de la ciencia y prefiere su libre desarrollo, en lo que ella a sí misma va exigiéndose. El tercer modelo corresponde a Paul K. Feyerabend y su visión democrática radical, en donde todo funciona de acuerdo con la voluntad de los ciudadanos.

      El concilio de las diferentes posturas puede llegar a un "contrato social" mediante el cual se logren las conciliaciones para la justa y eficiente distribución del poder dentro de la sociedad y el desarrollo de sus conocimientos.

      En "La filosofía política de la ciencia, una perspectiva histórica", Stephen Turner analiza el papel que la ciencia ha adoptado, a lo largo de la historia, dentro de la sociedad. Se identifican los temas centrales y la reconsideración de los mismos a través del tiempo, además de la relevancia que pudieran tener actualmente. El análisis se centra en el beneficio que la sociedad pueda o no obtener de la ciencia y de qué tanto ésta debe depender de las necesidades humanas.

      Empieza tomando en cuenta las ideas de la Ilustración, con las opiniones de Condorcet, retomadas posteriormente por Saint-Simon y continuadas por Comte, aportando una filosofía de la ciencia como un modelo de relaciones entre la ciencia y la sociedad, apoyando la opinión de que sólo los más enterados tienen derecho a ser escuchados. El ensayo continúa con la visión de Ernst Mach y Karl Pearson, ambos consideraron que la ciencia debía de ser la fuente de conducción social. El primero fue seguidor de la noción alemana de Weltanschauung, de una imagen científica del mundo. El segundo creía en "la guía de las masas por sus ilustrados simpatizantes", en donde la política liberal sería reemplazada por el liderazgo de los científicamente elevados. Estos científicos darían paso a las reacciones de Max Weber contra la cosmovisión de los alemanes y a los teóricos comunistas británicos de la ciencia, respectivamente.

      Se define la concepción "extensiva" de la ciencia, la cual plantea la expansión de los conocimientos científicos al ámbito social y político reemplazando la política y la administración de las cosas. Ante esta idea llegan las opiniones de Weber, quien vino a desilusionar a sus predecesores ofreciendo una visión "liberal" de la ciencia y la democracia, ubicando a la política en una esfera separada de la ciencia. Los teóricos comunistas británicos,

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