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nombre de Gazourmah, sin la ayuda de ninguna mujer. Esta criatura mecanizada, nacida de una partenogénesis invertida, en la que al contrario de lo que el término indica, no ha habido concurso o participación de la mujer, vendría a cumplir un sueño masculinista, el de arrebatar la gestación a las mujeres. Es posible también interpretar la trama narrativa enmarcada en cierta retórica nietzscheana preciborg pues Marinetti fue un ferviente lector de Así habló Zaratustra.

      El trasfondo prepotente de la novela es notable. Se inicia con una declaración del protagonista que afirma sin escrúpulos que el espíritu del hombre es un ovario no ejercitado que ha de ser fecundado por vez primera sin la presencia de la mujer. La finalidad, plasmada con detalle en la obra, consiste en prescindir de la vagina para los fines reproductivos del protagonista. Se trata, por ende, de procrear sin necesidad de practicar el coito vaginal. Además, en esta novela, de redacción un tanto farragosa, se explicita en voz de Mafarka una sobrevaloración del papel motor del esperma.

      En la novela de Marinetti, vinculada de alguna forma a una copiosa tradición misógina que anidó en la modernidad –verbigracia en Le Surmâle (1902) de Alfred Jarry–, el desprecio hacia lo femenino está anclado en una visión del cuerpo femenino asociada a la abyección. Veamos un pasaje en donde aflora la misoginia:

      Uno de los personajes centrales de la novela es el hijo del protagonista, Gazourmah. Se trata de una criatura que semeja un aeroplano, y que será forjada y engendrada por el propio padre. Marinetti enfatiza la filiación patrilineal. El vástago se caracteriza por una musculatura firme y sólida. Recuérdese la insistencia en la fuerza, es decir, la virilidad, de los textos futuristas. Una potencia que alimenta el orden fálico y de la que, según los patrones culturales hegemónicos de la época, carecen las féminas.

      Barbara Spackman sostiene que el padre engendrador, que hace las veces de madre –aunque no acepte de modo alguno esa denominación– y el hijo tejen lazos afectivos de tal intensidad que podríamos hablar de male bonding, o de una homosocialidad embozada que iría más allá de la camaradería, ya que se prescinde en la práctica de la mujer. Al usurpar la función y el papel tradicionalmente adscrito a la madre, Mafarka se convierte en una suerte de madre-padre de una sola pieza, algo que parece contradecirse con el hecho de que Mafarka despotrique continuamente del poder debilitador que proviene de las relaciones sexuales con las mujeres. De este modo se estaría apuntando al mito de la vagina dentata, muy frecuentemente evocado en el surrealismo, que se basa en el miedo infundado de que la mujer castre al varón. Estamos ante la fabricación masculinista de un contradiscurso apotropaico, con el que se intenta alejar un flujo maligno, en este caso, el supuesto poder procedente de los genitales de la mujer que en el acto del coito atraparían al sexo del hombre anulándolo.

      En la novela, amén de glorificar la violencia sexual dirigida hacia el orbe femenino, se presenta una exaltación de la falocracia llevada incluso al reino animal. Un episodio significativo es aquel en el que se habla de un caballo, de un semental vendido por el diablo cuya zeb (polla) de once metros de longitud despierta el entusiasmo entre las jóvenes. El demonio, en un alarde de imaginación propio de una narración oriental que podría hacer pensar en Las mil y una noches, envidioso del semental, le corta el rabo al equino. A renglón seguido se lo sirvió relleno a Mafarka que, tras engullirlo, experimentó deseos lascivos con todos los elementos considerados femeninos de su alrededor. Estamos por consiguiente ante una manifestación literaria de paroxismo hiperfálico en la que los genitales y la virilidad hacen las veces de herramientas de poder.

      Si he concedido tanta relevancia a esta novela, que ofrece algunas deficiencias literarias en su nudo y desenlace, es debido a que en ella se asienta un pensamiento en el que la violencia sexual se torna en dispositivo para controlar y eliminar el potencial femenino, a la par que se aboga por una suerte de autarquía masculina, semejante a la que puede hallarse en un contexto bélico o a la camaradería de los cuarteles. El cuerpo de la mujer, continuamente violado y conquistado, se transmuta en cualquier mercancía de la que el sujeto masculino puede fácilmente apoderarse como un simple objeto.

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