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ojos, mi mente ya estaba analizando todo lo ocurrido la noche anterior. Pensé en las formas de energía femeninas que venían a recoger a los seres recién nacidos, por llamarlo de alguna manera, y me acordé de un caso que me ocurrió cuando estaba trabajando en terapia con una muchacha.

      Esta mujer canaliza muy bien y trabaja muy rápida pues su mente no bloquea lo que ve. La realidad es que todos vemos más allá de nuestros ojos humanos, absolutamente todos. Sin embargo, me he encontrado con quienes piensan que es un “don” el ver, pero no lo es. Es solo una capacidad que todos tenemos por el mero hecho de existir y que, con la práctica, se hace más accesible.

      Una vez oí decir a alguien, que él solo conocía a tres médium verdaderas. La realidad va mucho más allá de eso, pues todos somos capaces de ver. Es solo que nuestra mente racional nos impide que lo hagamos y siempre le buscamos excusas a lo que percibimos. Aunque no es menos cierto que, esa parte de nuestro cerebro que bloquea la visión, también hace su trabajo. El error está en darle más credibilidad a lo racional que a lo sensitivo, o viceversa, ya que todo debe estar en equilibrio.

      Pero sigo, que me voy por los cerros de Úbeda.

      Como decía, esta muchacha me contaba que sentía que había alguien con ella (en su campo vibratorio) y que a pesar de haber ido a muchas sanadoras, seguía sintiendo presencias a su alrededor.

      Justo acababa de decirle que mirara a su alrededor, cuando la vi hacer un gesto de huida, como si alguien la hubiera asustado.

      —Eso es, dime ¿Qué estás viendo? —le pregunté

      —Veo un hombre a mi izquierda que está enfadado, una mujer a mi derecha, un adolescente que no deja de moverse y un niñito frente a mí, no llega a los dos años.

      Trabajamos con todos y cada uno de ellos. Les escuchamos, les contestamos, hice los trabajos terapéuticos oportunos con ellos y marcharon a la luz. Sí, trabajé terapéuticamente con ellos, pues este trabajo es por y para el alma, tenga o no tenga cuerpo en ese momento.

      Cuando llegó el momento de hablar con el niñito les expliqué a ambos que, a pesar de que pensemos que no pueden comunicarse porque él es muy pequeñito, sí lo pueden hacer, con su pensamiento.

      —Está llorando —me decía la muchacha.

      —Fíjate si me está escuchando a mí —le dije.

      —Sí, te mira cuando hablas.

      Yo sé que me escuchan. Aún a pesar de todo siempre lo pregunto, para que tanto la persona que está en el colchón como el alma que necesita hablar, sean conscientes de ello. Esa simple pregunta me facilita la tarea. De esta forma, yo hablo directamente al alma que se ha perdido en este plano y ella me contesta a través del paciente. Al tratarse de un niño, hay que hablarle aún con mucha más dulzura.

      —Hola cariño, bienvenido a mi casa. Mi nombre es Fina. ¿Cómo te llamas?

      —Dice que se llama Rubén y no deja de llorar.

      —Dime, qué te pasó que estás con esta mujer. Cuéntame qué ocurrió.

      —Me fui de la mano y me pisó una moto en la carretera grande —aquí ya hablaba el niño por boca de ella.

      —¿Y eso cuándo pasó?

      —Hace tres años.

      —Fíjate, y ¿cómo es que estás aquí ahora?

      —Nadie me hacía caso, entonces pasó esta mamá y me fui con ella, pero no me habla —se refería a mi paciente, que también es madre.

      —Bueno, ahora ella te escucha y estás hablando conmigo. Ya no estás solito. ¿Qué te parece si llamamos a una mamá de luz para que venga a recogerte y te lleve a un lugar muy bonito, donde hay otros niños y ya nunca vas a estar solo?

      —Sí. Quiero ir allí.

      —Entonces fíjate bien. Quiero que mires a tu alrededor y me digas si hay alguna lucecita.

      —Sí, allí hay una.

      —Muy bien. Mira la luz y podrás ver como de allí sale esa mamá de luz que viene a recogerte.

      —Ya la veo. Se acerca y me toma en sus brazos –decía Rubén.

      —Eso es. ¿Cómo es esa mamá?

      —Lleva un vestido blanco y tiene alas muy grandes, y las orejas de pico y los ojos azules.

      —¿Y tú qué sientes?

      —Estoy contento. Me siento muy bien. Quiero irme con ella. Estoy feliz.

      —Pues adelante Rubén. Vete con ella. Y fíjate, ¿hay alguien en la Luz esperándote?

      —Siiiii, es mi abuelito José.

      Justo antes de entrar definitivamente en la Luz, se vuelve y nos dice

      —Dile a mi mamá que no llore, que yo ya estoy bien. Que estoy muy bien.

      Y marchó a la Luz, a nuestro verdadero hogar. Daos cuenta de que siempre hay quien viene a recogernos para que no nos perdamos. En este caso vino una mamá de luz con orejas de pico y alas muy grandes, según nos contaba Rubén, pues eso era lo que él necesitaba ver. La realidad es que todo es energía, y puede tomar la forma que desee para tranquilizar al alma que va a acompañar. Cierto, una energía no medible con nuestras máquinas actuales en la Tierra, pero energía al fin y al cabo.

      Yo veo formas redondeadas de mujer cuando vienen a recoger a las almas que recién acaban de tomar conciencia de su existencia, a los recién nacidos energéticos. ¿Es lo que necesitan ver esas almas, o es lo que yo necesito ver? Rubén veía una mamá con alas y orejas de pico. Pero, ¿es importante esa diferencia? Realmente no.

      Lo único importante es lo que nosotros necesitamos ver, para poder seguir nuestro camino y darnos cuenta de que nunca, nunca estamos solos. Ni siquiera aquellas almas que en un momento de su existencia se hayan perdido puntualmente. Ni siquiera aquellas a las que llaman almas adversas. Ni siquiera aquellas a las que llaman almas oscuras. Pues todos somos iguales, sea lo que sea que estemos viviendo en esos momentos.

      Mi experiencia me ha demostrado que, si algún alma se queda atrapada en un plano de existencia denso es porque aún tiene que seguir aprendiendo ahí. Solo cuando esté preparada marchará al hogar. No podemos obligar a nadie a ir a la Luz si no está preparado. Les podemos ayudar a ver la Luz, les podemos mostrar el camino, pero nunca obligarles. Entendamos esto y todo será más sencillo, para nosotros y para ellos.

      Rubén veía la luz, siempre había estado ahí, pero no marchó hasta que estuvo preparado. Yo misma, en otra vida me quedé como alma perdida pegada a mi hermana gemela de entonces. Hasta que ambas nos dimos el permiso para separarnos. Quizás la mamá de Rubén ya estaba preparada para dejar marchar a su hijito y por eso él pudo marchar al fin. No lo sé y no indagué mucho en ello, pues me pareció que ya era hora de dejarle descansar.

      Pero, la pregunta del millón ¿a qué se debe que una familia deba de pasar por una experiencia tan traumática? No solo la madre, sino toda la familia, el niñito y el conductor de la moto que le atropelló y toda su familia a la vez.

      Para entenderlo habría que buscar en sus pasados, en otras vidas o en esta misma. También en sus futuros, sujetos todos ellos a su propia programación de vida, pero viviendo el presente con la conciencia de que todo está ahí por algo.

      Recuerdo una vez que una amiga revivió una vida pasada en que era un niño de entre siete u ocho años, que moría de inanición, tristeza y soledad en una cueva. El niñito no se dio cuenta de que había dejado su cuerpo, hasta que una persona de blanco vino a recogerle.

      Sin embargo, ella tuvo que trabajar el trauma para sanarlo y recuperar aquel cachito de su energía, llevándolo a la Luz.

      Fijaos bien. Fue el hecho de que un sobrinito suyo estaba enfermo en el presente, lo que le provocó el malestar físico. Ese malestar la llevó a revivir aquella vida pasada en que ella era un niño y moría. Al trabajarlo en terapia, hizo posible la sanación y recuperación

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