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convertirse en un interrogatorio. Hay que tener también prudencia y compasión con las preguntas que hacemos, porque ponemos al otro en cuestión. Y hay formas de preguntar que son retóricas porque en realidad llevan la respuesta consigo, no buscan saber, sino afirmar. Y hay preguntas que violan la intimidad.

      De ahí que haya que ser delicado para saber cuándo y sobre qué ayuda preguntar. Hay preguntas que hieren. A veces nuestras preguntas son la mejor forma de hacerlo, pero qué pena que no encontremos otras formas que no hieran al otro.

      Parte sustancial del discernimiento consiste no solo en hallar la pregunta más radical, sino encontrar la forma de formularla que sea más amable y cuidadosa con los otros. Por eso, cuando busquemos preguntas junto con los hijos, es vital proponerles que busquen la forma que sea más cariñosa y prudente de hacerlo.

      Esa búsqueda de un formato más amoroso es un aprendizaje importante, porque pone en juego la inteligencia al servicio de las lógicas del corazón. A veces la pregunta no va dirigida a alguien, sino al conjunto de la familia, pero también en esos casos debemos ser cuidadosos para que las preguntas no susciten acidez, reacción o minusvaloración de lo que somos como grupo. Las preguntas deben ser compasivas. Las preguntas que no son compasivas corren el riesgo de tener no forma de llave, sino de arma blanca.

      Mejorar las preguntas para hacerlas más aceptables pone a prueba nuestra sensibilidad y nos abre al otro. Las preguntas deben ser humildes. No son espadas, sino campos en los que siembras interrogantes y esperas a cosechar contestaciones. Hay que tener paciencia y buscar el mejor grano (o pregunta).

      Nota clave

      Quizá la pregunta es buena, pero plantéale a los hijos buscar una formulación de la pregunta que sea lo más cuidadosa y cariñosa posible. Así pondrán en juego la inteligencia del corazón.

      Las preguntas buscan comprender, no demostrar. Es importante trabajar la motivación que nos lleva a preguntar: ¿qué buscamos para el otro? ¿Buscamos su mayor bien? ¿Estamos comprometidos con él y somos cariñosos? Hay preguntas que suenan amenazantes, condescendientes o son un castigo. Lo vivimos muchas veces en el hogar cuando preguntamos ante un error del otro: «¿No te lo había dicho?».

      Antes de preguntar hay que pensar bien. Es mejor callarse que formular mal una pregunta. No hay por qué darse prisa, tenemos tiempo. Nuestra recomendación es que, si quieres hacer una pregunta importante a alguien en la familia, la escribas y la «dejes dormir». Mírala al día siguiente y cuestiónate si es la mejor que podrías hacer.

      Imagínate que tu hija adolescente ha suspendido un examen importante a comienzo de curso. Nuestra reacción es echarle en cara sus distracciones; le repetiremos la importancia de los estudios y nuestros consejos y mandatos. Ella bajará la cabeza y esperará a que pase el chaparrón. El momento es emocionalmente tan intenso que ni la hija tiene la paz para asimilar contenidos ni los padres encuentran suficiente paz para decir las cosas que quieren que ella entienda. Incluso cuando estás tranquilo y no quieres echar ninguna bronca, el momento es tan tenso que ella no está en el momento de escuchar. Solo trata de pasar descalza sobre las brasas del suspenso y al llegar al otro lado ya se lo planteará.

      En esas y otras situaciones, las preguntas tienen una enorme fuerza. Quizá sea mejor hacer silencio y que baje algo la inflamación emocional que el suspenso causa en el hogar. Piensa cuál es la pregunta que ella se debe hacer. Si ella no se hace la pregunta adecuada, es muy difícil que cambie. Se ajustará a nuestras exigencias, pero lo que nosotros buscamos es que realmente ella se haga responsable, que madure, que se haga cargo de su deber, que se comprometa personal, moral y pasionalmente con el estudio.

      Eso no lo vamos a lograr con pura presión. Busca la mejor pregunta y que se la haga. Incluso dásela por escrito y pídele que en un par de días escriba una respuesta. Eso va a llegar más hondo que cualquier disgusto, castigo material o sanción emocional. Las preguntas nos hacen aprender. Yo puedo hacer mías tus preguntas, pero no tus respuestas; tus respuestas son tuyas, pero en las preguntas cabemos todos.

      Hay varios tipos de preguntas que deberíamos tener en cuenta en cualquier búsqueda –un discernimiento es una búsqueda–. Hay preguntas conceptuales. Parten de una idea inicial. Por ejemplo: «Papá, yo lo que quiero es más libertad y ser feliz». En relación con ello, las preguntas conceptuales investigan las categorías básicas que se emplean. En relación con esa afirmación preguntaríamos: «¿Qué es para ti libertad? ¿Y qué crees que es libertad en una familia? ¿Qué es felicidad? ¿Qué es lo que te hace realmente feliz?».

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      Las respuestas las da cada cual, pero en las preguntas cabemos todos.

      Con frecuencia, las preguntas conceptuales nos llevan a otros conceptos que sustituyen a los anteriores. Por ejemplo, quizá cuando el hijo dice «libertad» quiere decir «confianza en mí». No quiere más libertad, sino que se confíe en sus decisiones y comportamientos. No hay que agobiar con las preguntas conceptuales, porque podría parecer que ponemos en cuestión que el otro sepa lo que está diciendo. Pero sí es bueno que hagamos cuestiones del tipo: «Para ti, ¿qué es...?», o «¿qué significa para ti...?». Muestran interés por lo que el otro piensa y transmiten seguridad y confianza.

      Otro tipo de preguntas son aclaratorias. Tampoco hay que abusar, porque el otro puede pensar que estamos tratando de socavarle. Las intenciones al pedir aclaraciones hay que depurarlas especialmente. Corremos el riesgo de sentir que es un interrogatorio, y por eso el otro debe apreciar que estamos genuinamente interesados en lo que piensa y siente. La lógica no es la de «no te explicas», sino la de «todavía no lo entiendo».

      El problema para aclarar no está en que el otro no se explica, sino en que «necesito entenderlo bien y que me ayudes a hacerlo». Con las preguntas aclaratorias pedimos con sinceridad ayuda al otro. No es un examen, sino un favor que nos hace. Las preguntas aclaratorias buscan saber los cuándos, dóndes, el qué y el cómo; buscan que no haya ambigüedad y que se pregunte por una cosa y no por otra.

      En este tipo de preguntas es bueno hacer algo que Ignacio de Loyola nos pide: en todo momento «salvar la proposición del prójimo», buscar salvar la pregunta que nos ha hecho. Por ejemplo, es bueno preguntar pausadamente, buscando un ritmo lento que permita paz y poder pensar. El otro no puede ver que disparamos preguntas como una metralleta, porque va a sentirlo como un reproche que trata de desmantelar la propuesta o pregunta.

      Es muy útil lanzarnos preguntas que poder responder dentro de unos días. Parte del problema de preguntar se ocasiona en la inmediatez. Cuando hay que responder al momento, reaccionamos más que respondemos. Darnos tiempo quita presión y tensión emocional a las cosas. En esos días da tiempo a procesar. Lo hacemos poco: muchas veces nos obligamos a responder instantáneamente las cosas. Y, cuando nos forzamos a tener las cosas claras a la primera, nos equivocamos. No pasa nada por aplazar las respuestas o proponer darle una segunda vuelta. Es fácil «darnos un par de días para pensarlo». Y además es muy elegante.

      Además de preguntas conceptuales y aclaratorias hay preguntas de perspectiva. Hay preguntas que uno hace desde una sola perspectiva, y es importante que se adopten otras perspectivas. La perspectiva puede ser que solo se ve la cuestión desde los intereses personales o porque se ve todo con un ánimo determinado.

      Es posible que, cuando estamos cuestionando algo, haya uno que todo lo ve de forma negativa. Con tranquilidad se le puede pedir, como si fuese un juego, que se ponga en la perspectiva de otro. Por ejemplo, al estar en la cena hablando de algo en lo que un hermano reprocha al otro, se le puede decir: «Te propongo algo muy interesante, ponte en el lugar de tu hermano, ¿cuál sería tu pregunta?». O se le puede cambiar de marcha en la bicicleta: «Ponte ahora en una posición más optimista, ¿qué es lo que preguntarías?».

      Hay perspectivas negativas y positivas, otras que buscan soluciones creativamente, otras que son prudentes y piensan en los impedimentos. Si ayuda, cambiar los papeles es muy útil para desencallar las cosas o tratar de que no nos enconemos en solo una forma de verlas.

      Hay un tipo de pregunta que es muy reveladora y relacionada con la anterior. Se trata de descentrar

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