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      Sin embargo, Alsan no fue a buscarlo. Sin darse cuenta, Jack se quedó dormido.

      Se despertó varias horas más tarde. El reloj de su mesilla marcaba las diez y media de la mañana en Madrid, y supuso que Victoria ya se habría marchado a casa hacía rato y en aquellos momentos estaría en el colegio... intentando concentrarse en una clase de matemáticas, o de inglés, o de lo que fuera, cuando en realidad su mente estaba muy lejos, en Limbhad... con Shail, a quien había dejado recuperándose de una herida grave.

      Jack se levantó y se desperezó. Seguía siendo de noche en la Casa en la Frontera, como siempre, pero para él había comenzado un nuevo día. Sin embargo, se sentía igual de mal que la noche anterior. Aún no había hecho las paces con Alsan. Y todavía no lo había perdonado.

      Salió al pasillo, aún en pijama, y se asomó un momento a la habitación de Shail. Lo vio tendido en la cama, sumido en un sueño tranquilo y reparador. Sonrió. Se pondría bien.

      Fue a la cocina a prepararse el desayuno.

      Y allí se encontró con Alsan, que ya estaba vestido y terminando de almorzar. Abrió la boca para decir algo, pero él se le adelantó:

      —¿Todavía estás así, chico? Vas a llegar tarde al entrenamiento.

      —¿Qué? –pudo decir Jack, confuso.

      Alsan se dirigió hacia la puerta, diciéndole:

      —Te espero en la sala de prácticas.

      —Pero...

      —No tardes.

      Alsan se marchó sin dejarle añadir nada más. Jack apretó los puños, furioso. Estuvo a punto de no acudir a la cita, pero finalmente decidió que sí lo haría, y que le demostraría a aquel príncipe engreído lo que era capaz de hacer. De manera que se dio prisa en desayunar y vestirse, y en apenas quince minutos estaba en la sala de prácticas.

      Nada más entrar por la puerta, Alsan le lanzó la espada de entrenamiento, y Jack la cogió al vuelo.

      —En guardia –dijo Alsan, muy serio.

      Jack entrecerró los ojos, apretó los dientes y asintió, con rabia.

      Fue el peor entrenamiento de aquellos cuatro meses. A pesar de que puso todo su empeño en hacerlo lo mejor posible, Alsan lo desarmaba una y otra vez, y Jack comprendió, desalentado, que si aquello hubiera sido una lucha en serio, habría muerto no menos de quince veces en aquella sesión. Pero Alsan no hizo ningún comentario al respecto. Lo obligaba a levantarse una y otra vez, a recoger la espada y seguir peleando, sin una palabra. Él mismo se empleaba a fondo, y Jack se sentía cada vez más torpe y ridículo, con lo que, inevitablemente, cada vez combatía peor.

      Cuando, agotado, cayó al suelo por enésima vez, sintió la punta roma de la espada de Alsan en su pecho, y alzó la mirada.

      El joven lo observaba con expresión severa, pero imperturbable.

      —No estás preparado –dijo solamente.

      Retiró la espada y salió de la habitación, sin añadir nada más.

      Jack se quedó allí, sentado en el suelo, hirviendo de cólera y vergüenza. De acuerdo, Alsan era mayor que él y manejaba mucho mejor la espada, pero no era necesario que lo humillara de aquella forma. Parpadeando para contener las lágrimas, Jack se levantó y fue a ducharse. En el siguiente entrenamiento, se dijo, le demostraría que sí estaba preparado, lo haría mucho mejor...

      Después de comer, como Alsan estaba ocupado con otras cosas, Jack fue solo a la sala de entrenamiento y estuvo practicando toda la tarde con la espada los movimientos, fintas y ataques que conocía. Estuvo entrenando hasta que los brazos y los hombros le dolieron tanto que apenas podía sujetar la espada. Y solo entonces decidió descansar.

      Al día siguiente le dolía todo el cuerpo, pero no se le ocurrió quejarse. En el entrenamiento, atacó a Alsan con toda su rabia, pero él volvió a desarmarlo, una y otra vez, con insultante facilidad. La camaradería que había reinado entre ambos hasta aquel momento parecía haberse esfumado. Alsan se mostraba frío, severo y distante, y Jack era demasiado orgulloso como para reconocer que aquello le importaba, o para admitir que su amigo tenía razón y todavía le quedaba mucho que aprender. De manera que se levantaba y recogía la espada, una y otra vez, y se ponía en guardia, una y otra vez, a pesar de que ya no podía ni con su alma. Hasta que Alsan decidió dar por finalizado el entrenamiento, y lo hizo sin una sola palabra de ánimo o apoyo. Jack se quedó allí, de pie, respirando entrecortadamente, pero no dijo nada ni soltó la espada. Únicamente cuando su tutor salió de la habitación y lo dejó a solas, se dejó caer al suelo y se quedó allí, sentado, exhausto, sintiendo que sería incapaz de volver a levantarse.

      Acabó por hacerlo, sin embargo. Y, a pesar de ello, después de comer volvió a la sala para entrenar a solas, como el día anterior. Hasta que ya no pudo más.

      Así, un día y otro día, y otro día.

      Entrenaba hasta el agotamiento. A veces se dejaba vencer por el desaliento, y pegaba patadas a las paredes de la sala hasta hacerse daño, o se echaba a llorar de desesperación, pero nunca cuando estaba Alsan delante, sino cuando entrenaba a solas y sabía que nadie podía sorprenderlo en un momento de crisis. En cuanto se desahogaba, recogía de nuevo su espada y volvía a repetir los movimientos, los ataques, las defensas, los amagos, una y otra vez.

      Apenas hablaba con nadie, ni siquiera con Victoria. Estaba tan obcecado con su adiestramiento que casi ni se acordaba de que ella existía. Aunque a veces, cuando el cansancio y el dolor muscular le impedían dormir pensaba en ella. Y deseaba contarle todo lo que le estaba pasando, pero siempre decidía no hacerlo, para no agobiarla con más problemas. Por otro lado, le daba vergüenza admitir que no estaba cumpliendo las expectativas de Alsan, que no merecía pertenecer a la Resistencia, a pesar de todo lo que se estaba entrenando.

      Y al día siguiente, con toda puntualidad, se presentaba de nuevo en la sala de prácticas, para volver a mirar a Alsan, desafiante, para tratar de parar sus golpes, para luchar por vencerlo aunque fuera una sola vez, por muy cansado que estuviese.

      Hasta que, en una ocasión, no se presentó al entrenamiento porque se quedó dormido. Cuando por fin se despertó y vio la hora del reloj, se levantó a duras penas y se precipitó hacia la sala de prácticas, pero Alsan ya no estaba allí. Lo buscó por toda la casa y no lo encontró, y tampoco a Shail. Hacía un par de días que el mago se había despertado de su sueño curativo, así que Jack supuso que los dos se habrían marchado a una de esas «misiones de reconocimiento» a las que él no estaba invitado. Apretó los puños con rabia. Estaba casi seguro de que, fuera lo que fuese aquello que estaban haciendo, Kirtash no estaba de por medio, porque había revuelo en Limbhad cada vez que la Resistencia detectaba su presencia en algún lugar del mundo. Esta era otra de las cosas que molestaban a Jack, porque parecía claro que aquellas expediciones tan misteriosas no suponían riesgos para ellos.

      ¿Por qué, pues, seguían manteniéndolo al margen?

      Victoria tampoco estaba en Limbhad, de manera que Jack tenía toda la casa para él solo. Se encerró en su habitación durante varias horas, molesto y malhumorado. En esta ocasión ni siquiera tenía ganas de entrenarse. No podía dejar de pensar en que Alsan ya le había demostrado lo inútil que resultaba para la Resistencia y lo pronto que lo matarían si se le ocurría salir de Limbhad. Y Jack podía aceptar no ser bueno con la espada, incluso podría aceptar quedarse en Limbhad el tiempo que hiciera falta... pero haciendo algo, cualquier cosa. Victoria por lo menos poseía habilidades curativas, pero él... ¿qué podía hacer él?

      Tal vez lograra ayudar en algo buscando información. Se incorporó de un salto. Sí, eso era. Siempre llegaban tarde para salvar a las víctimas de Kirtash porque no podían estar a todas horas observando el mundo a través del Alma para ver qué hacía su enemigo. Quizá él pudiera ocuparse de esa parte... si es que sabía cómo hacerlo.

      Dudó. Nunca lo había intentado, en realidad, y se preguntó si el Alma estaría dispuesta a mostrarle lo que él quisiera ver.

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