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aterradora. Sabía que Alsan y Shail podrían cuidarse solos, pero Victoria...

      Se la imaginó, una vez más, corriendo por los pasillos del metro, huyendo de la muerte, y sus puños se crisparon cuando volvió a invadirlo aquella sensación de rabia e impotencia. Su odio hacia Kirtash ardía con más fuerza que nunca en su corazón. Después de cuatro meses, casi había olvidado los rasgos de Elrion, el mago; pero la fría mirada de los ojos azules de Kirtash todavía lo perseguía en sueños de vez en cuando.

      La casa volvía a estar en silencio, y Jack supuso que Victoria se habría retirado a su habitación. Tenía un cuarto solo para ella en Limbhad, y la mayoría de las veces prefería dormir allí a hacerlo en la mansión de su abuela, donde se suponía que debía estar. Jack no podía culparla. En Limbhad, todos se sentían mucho más seguros.

      Con un suspiro, el muchacho se levantó, con el pelo revuelto, y se dirigió a la habitación de Victoria. Pero se detuvo, indeciso, ante la puerta entreabierta, al darse cuenta de que ella ya se había acostado. La miró un momento, preguntándose si se habría dormido ya. Estaba tendida en la cama, de espaldas a él; y, bajo la suave luz que se filtraba por la ventana, Jack pudo ver que sus hombros se convulsionaban en un sollozo silencioso.

      Se le encogió el corazón, y odió todavía más a Kirtash por aterrorizar a una chiquilla que, fuera idhunita o no, era imposible que resultara una amenaza para él. Y se juró a sí mismo que no descansaría hasta ver muerto a su enemigo.

      La Resistencia estuvo alerta en los días siguientes, pero Kirtash parecía haber olvidado a Victoria, porque no se le volvió a ver por Madrid. De hecho, las siguientes noticias que tuvieron de él procedían de un lugar bastante más remoto.

      Una noche, un grito de Shail desde la biblioteca alertó a los habitantes de la Casa en la Frontera:

      —¡¡Alsan!!

      Jack y Victoria estaban durmiendo en sus respectivos cuartos, pero lo oyeron, y se despertaron de inmediato. Cuando Jack salió al pasillo, se encontró con Shail, que había bajado las escaleras a toda velocidad y corría hacia el estudio. Alsan ya había acudido a su encuentro, alerta.

      —¿Dónde? –le preguntó a su amigo.

      —Xingshan, en China –respondió Shail. Alsan asintió.

      —Voy a la sala de entrenamiento a coger armas. Tú vuelve a la biblioteca, a ver si puedes analizar un poco el terreno a través del Alma.

      Shail dijo que sí con la cabeza. Alsan salió disparado en dirección a la armería.

      Jack sabía exactamente lo que estaba pasando, porque lo había vivido un par de veces desde su llegada a Limbhad. El Alma había localizado a Kirtash en algún lugar del mundo, y el joven asesino no se desplazaba sin una buena razón. Normalmente, sus razones tenían que ver con la implacable persecución a la que tenía sometidos a los idhunitas exiliados a la Tierra. Sin duda, en esta ocasión había descubierto a uno de ellos en alguna remota población de la inmensa China. En cualquier caso, la Resistencia debía tratar de llegar hasta él antes de que fuera demasiado tarde... como lo había sido para los padres de Jack.

      Shail se volvió hacia Victoria, que se había reunido con Jack en el pasillo y había observado la escena sin intervenir.

      —Son buenas noticias para ti, Vic –le dijo el mago–. Kirtash está muy lejos de Madrid. Ya no te está buscando.

      Victoria asintió, respirando hondo. Shail se disponía a acudir a la biblioteca, cuando la chica lo retuvo por el brazo y lo miró a los ojos.

      —Shail –le dijo–. Por lo que más quieras, tened cuidado.

      El joven asintió, muy serio.

      Jack no lo aguantó más. Dio media vuelta y siguió a Alsan en dirección a la armería. Se topó con él en la sala de entrenamiento, cuando ya regresaba cargado con Sumlaris, una espada corta y un par de dagas.

      —Espero que una de esas sea para mí –le dijo Jack, muy serio.

      Alsan le dirigió una breve mirada.

      —Ni lo sueñes, chico. Todavía no estás preparado. Jack sintió que le invadía la cólera.

      —¿Y cuándo voy a estarlo? –le espetó–. ¡Llevo cuatro meses aquí encerrado sin ver la luz del día! ¡No soporto quedarme aquí mientras vosotros os enfrentáis a ellos, una y otra vez! ¡Necesito... hacer algo!

      —Estás haciendo algo, Jack. Te estás entrenando.

      —¡Pero eso no me basta! –estalló Jack–. ¡Si de verdad pertenezco a la Resistencia, déjame ir con vosotros!

      —Tampoco Victoria viene con nosotros a las misiones, y lleva en la Resistencia más tiempo que tú.

      —¡Pero Victoria es solo una niña!

      —Tiene solo un año menos que tú.

      —Da igual, ella no sabe manejar una espada, y yo sí.

      —No, Jack. No estás preparado. Es mi última palabra –y Alsan siguió andando hacia la puerta.

      Jack sintió que su cuerpo se llenaba de rabia e impotencia.

      —¿Y por qué no me dices lo que realmente piensas?–le gritó–. ¿Por qué no me dices la verdad a la cara, eh? ¿Que soy un crío y no os sirvo para nada?

      Alsan se volvió hacia él, con un suspiro exasperado.

      —Sabes que eso no es cierto. El chico lo miró casi con odio.

      —Sí que lo es. Me dijiste que podría defenderme, pero me tienes aquí encerrado y no me dejas demostrar lo que puedo hacer. ¡Me mentiste!

      —Hablaremos de ello cuando vuelva. Ahora tengo prisa: la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial. Recuerda que, en tu caso, si hubiésemos llegado un poco más tarde, te habríamos encontrado muerto.

      —¿Y de qué sirvió, eh? –exclamó Jack, con rabia–. Me salvasteis la vida para encerrarme en esta tumba. ¡Estaría mejor muerto!

      Fue visto y no visto. La mano de Alsan se disparó hacia la cara de Jack, y la bofetada lo hizo tambalearse y quedarse quieto un momento, atónito, sintiendo que le zumbaban los oídos. Parpadeó para contener las lágrimas y se llevó una mano a la mejilla dolorida.

      Alsan lo miraba fijamente, muy serio. Cuando habló, no lo hizo con furia, ni siquiera con irritación, sino con calma y frialdad:

      —Si quieres ser útil a la Resistencia, Jack, te quedarás aquí. Muerto no nos sirves.

      Alsan salió de la habitación y dejó a Jack atrás. El chico se quedó quieto, temblando de rabia, sintiéndose humillado pero, sobre todo, traicionado. No tardó en percibir aquella especie de ondulación que sacudía el aire cuando alguien abandonaba Limbhad, y supo que Alsan y Shail se habían marchado sin él.

      Regresó a su habitación, cerró de un portazo y se tendió en la cama. Estaba furioso con Alsan por tratarlo como a un niño, estaba furioso con Shail por no apoyarlo, incluso estaba furioso con Victoria, por aceptar aquel papel pasivo con tanta facilidad. Estaba furioso con Kirtash, simplemente por existir. Y, sobre todo, estaba furioso consigo mismo.

      Se quedó allí, en su cuarto, tumbado en la cama, durante un buen rato, hasta que sintió de nuevo aquella ondulación, y supo que Alsan y Shail estaban de vuelta. Pero no se movió, ni siquiera cuando oyó los pies descalzos de Victoria, corriendo por el pasillo en dirección a la biblioteca. En otras circunstancias, también él se habría apresurado a acudir al encuentro de sus amigos, para ver si estaban bien y cómo les había ido en la misión. Pero en aquel momento no tenía ganas. No estaba preparado para enfrentarse a Alsan otra vez.

      Apenas unos minutos después los oyó bajar a los tres. Pasaron ante la puerta de su cuarto, y oyó un fragmento de su conversación:

      —... le ha acertado de lleno en el estómago –decía Alsan–. Es una quemadura bastante grave.

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