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respondieron de inmediato. La mujer que estaba en pie al otro lado era un fantasma del recuerdo que tenía Mackenzie. Amy Lucas parecía tener unos cincuenta y tantos años y el tipo de mirada que siempre parece estar sintiendo desconfianza de alguien. La mayor parte de su cabello castaño había encanecido. Estaba peinado hacia atrás con firmeza para revelar una frente llena de viejas cicatrices de acné. Tenía un cigarrillo entre los dedos de su mano derecha, y el humo se deslizaba de vuelta al interior de la casa.

      “¿Señora Lucas?” preguntó Mackenzie. “¿Amy Lucas?”

      “Esa soy yo,” dijo ella. “¿Y quién eres tú?”

      Mackenzie mostró su placa y repasó la misma rutina de siempre. “Mackenzie White, del FBI. Esperaba poder preguntarle—”

      “¡Mac!¡Madre mía! ¿Qué estás haciendo en el pueblo?”

      El hecho de que esta mujer pareciera recordarle desequilibró un poco a Mackenzie, pero se las arregló para conservar la compostura. “Lo cierto es que estoy trabajando en un caso y esperaba que pudieras ser de alguna ayuda.”

      “¿Yo?” Entonces se echó a reír con el tipo de carcajada que ya hacía tiempo que se había convertido en el sonido de incontables cigarrillos trabajando en contra de sus pulmones.

      “Bueno, se trata del caso de mi padre. Y con toda franqueza, mamá y yo ya no tenemos la mejor relación del mundo. Esperaba que pudieras ayudarme a arrojar algo de luz sobre unas cuantas cosas.”

      Esa mirada desconfiada se achinó durante un momento antes de que Amy asintiera con la cabeza y se echara a un lado. “Pasa adentro,” dijo.

      Mackenzie pasó al interior y le recibió como una bofetada la peste a humo de cigarrillo. Era casi como una nube visible colgando de la casa. Amy le guió a través de un pequeño recibidor hacia el interior de la sala de estar, donde tomó asiento en una vieja butaca deshilachada.

      Mientras Mackenzie se sentaba al extremo de un sofá en la pared más alejada, hizo lo que pudo para ocultar el hecho de que estaba intentando no toser debido a todo el humo de cigarrillos.

      “Me enteré de lo de su marido,” dijo Mackenzie. “Le acompaño en el sentimiento.”

      “Sí, fue un día triste, pero sabíamos que estaba de camino. El cáncer puede ser muy cabrón. Pero… él ya estaba listo para irse. El dolor fue terrible casi al final. “

      No había manera de hacer una transición sencilla y, como Mackenzie nunca había considerado el arte de la conversación como su punto más fuerte, hizo lo que pudo por ir al grano sin parecer grosera.

      “Por eso he regresado al pueblo, para intentar encontrar más detalles sobre el asesinato de mi padre. El caso se quedó paralizado durante muchísimo tiempo, pero otra serie de asesinatos en otra parte del estado nos han hecho volver a abrirlo. Quería hablar contigo porque parece que eras buena amiga de mi madre. Me preguntaba si hay algo que me puedas decir sobre el estado en el que pudiera haber estado los días justo antes y después de la muerte de mi padre.”

      Amy le dio una calada a su cigarrillo y se volvió a sentar en su sillón. Ya no tenía aspecto desconfiado, sino bastante triste.

      “Maldita sea, echo en falta a tu madre. ¿Cómo anda ella?”

      “No lo sé,” dijo Mackenzie. “No hemos hablado en más de un año. Hay algunos asuntos por resolver entre nosotras, como puedes imaginar.”

      Amy asintió. “¿Llegó a salir alguna vez de esa… residencia?”

      Quiere decir del pabellón psiquiátrico, pensó Mackenzie. “Sí. Y entonces se buscó un apartamento en alguna parte y empezó a vivir su vida por su cuenta. Como que nos dejó a Stephanie y a mí de lado.”

      “Cuando murió tu padre, fue muy duro para ella,” dijo Amy. “El hecho de que ella estuviera allí mismo, en el sofá, cuando sucedió todo—pudo con ella.”

      Sí, también me dejó bastante hecha polvo a mí, pensó Mackenzie. “Sí, todos pasamos por eso. ¿Alguna vez te dijo mamá algo sobre aquella noche? ¿Quizá cosas que vio o que escuchó?”

      “No que yo recuerde. Sé que le acosaba la idea de que la puerta debía haber estado abierta—que la persona que entró y mató a tu padre entró sin problemas a la casa. Le asustaba muchísimo lo que hubiera podido sucederte a ti o a tu hermana.”

      “Y así fue,” dijo Mackenzie. “Todos los demás estábamos sanos y salvos. El asesino solo quería a mi padre. ¿Alguna vez compartió mi madre contigo cosas acerca de mi padre que pensaste que eran extrañas? ¿Quizá razones por las que alguien quisiera verle muerto?”

      “Francamente, tu madre solamente hablaba de lo guapo que estaba vestido con el uniforme de policía. Le hicieron un detective casi al final, ¿verdad?”

      “Así es. Entonces… ¿a mamá le gustaba el hecho de que fuera un policía o le ponía incómoda?”

      “Un poco de ambas cosas, creo yo. Estaba muy orgullosa de él, pero siempre estaba preocupada. Es la razón de que bebiera tanto. Siempre estaba preocupada de que le iban a hacer daño y la bebida era su manera de manejar el estrés.”

      “Ya veo…”

      “Mira, ya sé que algunos de los rumores que corren por el pueblo no son muy bonitos, pero lo cierto es que tu madre amaba a tu padre. Le quería mucho. Él se desvivió por apoyarla. Al principio cuando se hizo policía y apenas les daba para pagar gastos, consiguió un préstamo y compró este diminuto edificio de apartamentos fuera del pueblo. Trató de ser un casero durante unos dos años y aquello no era para él. Aunque los ingresos eran suficientes como para mantenerles a flote.”

      “¿Cuándo fue esto?” preguntó.

      “Antes de que llegaras tú, desde luego,” dijo Amy. “Éramos todos tan jóvenes entonces. Dios, no puedo creer que se me olviden algunas de esas cosas con tanta facilidad…”

      Mackenzie no pudo evitar sonreír. Así sin más, se acababa de enterar de algo nuevo sobre su padre. Sin duda, quizá él y su madre habían mencionado esta pequeña actividad de casero de pasada, pero si lo habían hecho, ella nunca se había dado por enterada.

      “Amy, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con mi madre?”

      “El día antes de que se marchara a esa residencia. No es por restregarlo, pero hasta entonces creo que ya estaba enfadada contigo, aunque nunca me diera una buena razón del por qué.”

      “¿Y dijo algo acerca de mi padre?”

      “Dijo que sucedió como en una pesadilla. Dijo que fue su culpa y que debería haber sido capaz de detenerlo. Me imaginé que solo se trataba de culpabilidad por haber estado dormida y no despertarse cuando por lo visto alguien entró a la casa con un arma.”

      “¿Alguna otra cosa más en la que puedas pensar?” preguntó Mackenzie.

      Hasta mientras Amy consideraba su respuesta, Mackenzie se había quedado pegada a una cosa que había dicho Amy. Debería haber sido capaz de detenerlo.

      Parece algo extraño que decir a la luz de lo que sucedió.

      Sabe algo. Siempre lo ha sabido y yo he estado demasiado asustada como para preguntarle…

      Mierda. Tengo que llamarla.

      Finalmente, Amy le respondió: “No, nada que pueda recordar, pero ahora has revuelto mis recuerdos del pasado. Si se me ocurre cualquier otra cosa, no dudes que te lo haré saber.”

      “Te lo agradecería,” dijo Mackenzie, entregando a Amy una de sus tarjetas de visita. Salió de la casa, perfectamente feliz de poder volver a respirar el aire fresco. Se dirigió de vuelta a su coche, consciente de que apestaba a humo de cigarrillos, pero todavía contemplando el nuevo pedazo de información que había obtenido acerca de su padre.

      Un casero, pensó. ¡No me encaja para nada! Me pregunto si Stephanie lo sabía…

      Pero a la cola de este, había otro pensamiento.

      Voy

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