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dices?” preguntó Mackenzie.

      “Todas las muertes más recientes han tenido lugar alrededor de Omaha. Irse hasta el otro extremo del estado parece una tarea innecesaria.”

      “Todo empezó allí,” dijo ella. “Simplemente tiene sentido.”

      Podía asegurar que él quería salir de su asiento y acercarse a ella—quizá para abrazarla o tomar sus manos entre las suyas. No obstante, él había trabajado de firme para trazar una línea entre lo profesional y su vida amorosa. Por tanto, se quedó en su asiento.

      “Mira,” dijo él. “Entiendo lo mucho que este caso significa para ti. Y te conozco lo suficiente como para saber que no te detendrás hasta que se acabe todo. Y si quieres ir hasta Belton, entonces creo que deberías hacerlo. Pero… creo que quizás necesite quedarme por aquí.”

      Mackenzie ni siquiera había considerado la posibilidad de ir ella sola a su pueblo natal. Lo había hecho hace poco más de un año, pero eso había sido distinto. Por aquel entonces, no había podido contar con el apoyo de Ellington.

      Aparentemente, su dolor y decepción se podían ver en su cara porque entonces Ellington salió de su asiento. Se acercó a ella y se puso directamente delante suyo. Tomó una de sus manos, apretándola ligeramente.

      “Quiero ir, de veras que sí, pero ya hemos cometido este error antes. Nos vamos de viaje a alguna parte que no es central en la investigación para acabar dándonos cuenta a nuestro regreso de que ha sucedido algo monumental. En este caso, no creo que podamos permitirnos hacer eso. Si te sientes impulsada a ir al condado de Morrill, entonces hazlo, pero creo que tengo que quedarme aquí en la oficina de campo. A riesgo de sonar como un imbécil… este caso no se trata solamente de tu padre. También hay varios cuerpos sin vida aquí en Omaha. Cuerpos recientes.”

      Y por supuesto que tiene razón, pensó Mackenzie. Pero, al mismo tiempo… ¿por qué abandonarme cuando más le necesito?

      Sin embargo, asintió. No iba a montarle todo un drama en este momento. O nunca, si podía evitarlo. Además… ¿por qué debería enfadarse con él por separar satisfactoriamente su relación profesional de la emocional? Sin duda, ella no lo estaba haciendo demasiado bien en este momento.

      “Eso tiene sentido,” dijo ella. “Quizá puedas empezar a peinar las calles y a hablar con los demás vagabundos.”

      “Yo estaba pensando lo mismo. Pero mira, Mac… si me quieres a tu lado…”

      “No,” dijo ella. “Estoy bien. Tienes razón. Hagámoslo a tu manera.”

      Odiaba el hecho de que se le notara la decepción en la voz. Sabía que él no dudaba de sus instintos y también sabía que su enfoque de trabajar por separado sería el más beneficioso para el caso. Claro que ella iba a regresar a su hogar natal para enfrentarse a unos demonios que solo había conseguido ignorar pero que nunca había superado del todo. Esta era la primera oportunidad de ponerse a la altura de las circunstancias y mostrarle el tipo de hombre que podía ser para ella.

      Sin embargo, él estaba optando por ser mejor agente que compañero sentimental.

      Mackenzie lo entendía y, cielos, hasta le hacía enamorarse de él un poquito más.

      “No soy estúpido, Mac,” le dijo. “Estás enfadada. Puedo ir contigo. No es para tanto.”

      “No estoy enfadada… no contigo. Es solo que odio la manera en que este caso consigue hacerme sentir como dos personas diferentes. Pero tú tienes razón. Necesitas quedarte aquí.”

      Le dio un besito al extremo de los labios y se dirigió hacia la puerta.

      “¿Y te vas así sin más?”

      “Es mejor que prolongarlo y disgustarme todavía más, ¿no es cierto? Te llamo cuando consiga una habitación.”

      “¿Estás segura de que esto es lo que quieres?” preguntó.

      No sé lo que quiero, pensó Mackenzie. Y ese es el problema. En vez de ello, solo dijo: “Sí, es la opción más inteligente y con mejores probabilidades. Hablo contigo alrededor de la medianoche.”

      Dicho eso, salió de la sala de conferencias. Le costó Dios y ayuda no darse la vuelta y explicarle que no tenía ni idea de por qué le molestaba tanto su sugerencia de trabajar por separado. En vez de ello, continuó hacia delante. Mantuvo la vista en el suelo, sin desear hablar con nadie, mientras se dirigía hasta el mostrador de AR para hacerse con un coche.

      CAPÍTULO CINCO

      En retrospectiva, Mackenzie acabó deseando que se hubiera quedado a pasar la noche en Omaha y que hubiera venido al condado de Morrill con la luz del nuevo día. Atravesar la pequeña localidad de Belton a las 12:05 de la medianoche le dejaba a uno sin aliento. Apenas había otro coche por la carretera y las únicas luces que se podían vislumbrar eran las farolas que había en la calle principal y unos cuantos signos de neón en los ventanales de los bares y el lugar que Mackenzie estaba buscando, el único motel del pueblo.

      Belton tenía una población de algo más de dos mil habitantes. Estaba formada principalmente de granjeros y trabajadores de una fábrica textil. Los negocios familiares eran la esencia del lugar porque no había empresas más grandes que se atrevieran a probar suerte en esta parte del estado. Cuando ella era niña, un McDonald’s, un Arby’s, y un Wendy’s intentaron hacer negocio en la calle principal, pero cada uno de ellos había desaparecido en menos de tres años.

      Consiguió una habitación de hotel tras recibir una mirada lujuriosa no demasiado sutil del brusco anciano que estaba empleado en la recepción. Una vez desempacó su única bolsa y cuando el día ya le había agotado, llamó a Ellington antes de apagar las luces. Como siempre atento, respondió al segundo tono. Sonaba tan cansado como se sentía.

      “Por fin llegué,” dijo ella, sin molestarse en decir ni hola.

      “Muy bien,” respondió Ellington. “¿Cómo te encuentras?”

      “Asustadísima. Supongo que es un lugar extraño que visitar de noche.”

      “¿Sigues pensando que esta fue la mejor manera de manejarlo?”

      “Claro. ¿Y tú?”

      “No lo sé. He tenido algo de tiempo para pensar en ello. Quizá hubiera debido ir contigo. Esto es más que un simple caso para ti. También estás intentando desprenderte de parte de tu pasado. Y si te quiero, y así es, debería estar allí en esta ocasión.”

      “Pero, primeramente, se trata de un caso,” dijo ella. “Antes de nada tienes que ser un buen agente.”

      “Claro, me digo eso a mí mismo una y otra vez. Suenas agotada, Mac. Duerme algo. Es decir, si todavía puedes dormir sola.”

      Mackenzie sonrió. Hacía casi tres meses desde que habían empezado a compartir una cama de manera habitual. “Habla por ti,” dijo ella. “Acabo de ser avasallada por la mirada de un empleado de recepción particularmente ajado.”

      “Utiliza protección,” dijo Ellington con una carcajada. “Buenas noches:”

      Mackenzie colgó el teléfono y se desnudó, quedándose en ropa interior. Durmió encima de las mantas, negándose a arriesgarse a dormir entre las sábanas de un motel en Belton. Pensó que le llevaría siglos quedarse dormida, pero antes de que la soledad y el silencio del pueblo al otro lado de la ventana tuvieran suficiente tiempo para aterrarla de verdad, le sobrevino el sueño y se la llevó hasta sus profundidades.

***

      Su alarma interna le despertó a las 5:45 pero la ignoró y volvió a cerrar los ojos. No tenía ninguna agenda que la presionara y, además de eso, no podía recordar la última vez que se había permitido quedarse remoloneando en la cama. Se la arregló para volver a quedarse dormida y cuando despertó de nuevo, eran las 7:28. Salió rodando de la cama, se duchó y se vistió. Ya estaba saliendo por la puerta para las ocho y, al instante, dedicada a la caza de un café.

      Pilló una taza junto con una galleta con salchicha en un pequeño restaurante de carretera

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