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por las mañanas y al principio de las tardes, con lo que está acabado para las dos o las tres de la tarde.”

      “Entonces, esperaré hasta mañana,” dijo Mackenzie. “Gracias por su ayuda.”

      Mackenzie dejó la comisaría con el mismo nivel de actividad del que había experimentado al entrar. En total, había pasado allí una media hora y aunque todavía le quedaba una pequeña parte de la tarde a su disposición, estaba cansada. Y como Reggie Thompson prefería cuidar de sus asuntos por la mañana, eso no le dejaba con ninguna opción.

      Salió de la comisaría y regresó al motel. Por el camino, le sonó el teléfono y se alegró al ver que se trataba de Ellington. Aunque no estuvieran técnicamente en medio de una pelea, le seguía resultando extraño que estuvieran malhumorados.

      Está haciendo lo correcto, se dijo a sí misma. Deja respirar al pobre hombre.

      Respondió a la llamada con un rápido: “Hola. ¿Cómo estás?”

      “Hoy ya he hablado al menos con una docena de vagabundos distintos. Tengo toda una nueva perspectiva y un gran aprecio por lo que tienen que atravesar, pero también he llegado a la conclusión de que no son las fuentes más confiables del mundo. ¿Qué hay de ti?”

      “Haciendo progresos,” dijo ella, aunque le sonara a mentira. “He hablado con unos cuantos de los lugareños que me dieron algunas nociones sobre el caso—cotilleos de pueblo pequeño, la verdad, aunque, por lo general, suele haber algún grano de verdad entre tanto enredo. Hablé con el forense que trató con el cadáver de mi padre y después me pasé por la comisaría local para mirar los archivos. Conseguí el nombre de un agente que parece estar conectado con el caso y voy a hablar mañana con él.”

      “Sin duda alguna, hiciste bastante más que yo,” dijo Ellington. “¿Cuánto tiempo más crees que vas a estar por allí?”

      “No lo sé. Depende de lo que pase mañana—tanto aquí como en Omaha. ¿Cuál es el estado de ánimo general por allí?”

      Ellington titubeó antes de responder. “Si te digo la verdad, está tenso. Penbrook está disgustado de que decidieras darte un viajecito al oeste tan casualmente. Me está ayudando en todo lo que puede, pero me está diciendo en términos muy claros que no está contento.”

      “¿Y tú?”

      “Lo mismo de anoche. Ojalá estuviera allí contigo… y estuvieras tú aquí conmigo. Pero lo de dividir para conquistar fue la mejor estrategia. Creo que hasta Penbrook se da cuenta de ello. Pero, si te soy honesto, el consenso general aquí en Omaha es que estás utilizando esto como una visita a tu localidad natal para revisitar el pasado.”

      “Ese consenso es estúpido,” dijo ella. Odiaba que lo de su regreso a casa sonara tan pueril.

      “Tienes que entender lo que parece a simple vista,” le discutió él. “Estuviste aquí menos de un día y saliste corriendo hacia el condado de Morrill, por tu cuenta. Así es cómo lo están considerando de todas maneras.”

      “Esto no es una visita lúdica a mi localidad natal. No obtengo ningún tipo de placer de nada de esto.”

      “Lo sé, pero Penbrook y sus colegas no te conocen tan bien como yo. Entienden que sea personal, pero no lo entienden.” Hizo una pausa aquí y añadió: “No me vengas con bobadas, Mac. ¿Cómo lo estás llevando?”

      “Estoy cansada y ansiosa, y francamente, desearía que algún pirómano le hubiera prendido fuego a la casa de mi infancia hace ya mucho tiempo.”

      “Si enciendes la cerilla, no se lo diré a nadie.”

      “No me tientes. Hablamos más tarde.”

      Terminó la llamada, soltó un suspiro tembloroso, y tiró el teléfono sobre el asiento del copiloto. Condujo a través de Belton, recordando cómo había sido lo de ser la típica adolescente angustiada, enfadada con su madre, su hermana, con la policía por no encontrar al asesino de su padre—por lo visto, con todo el mundo.

      Y a pesar de que había crecido significativamente desde aquel entonces, había una parte de ella que entendía que un lugar como Belton pudiera provocar el crecimiento y la fermentación de ese tipo de angustia. Solamente había iglesias, bares, y tiendas de ultramarinos. Oh, y árboles y maíz, y enormes extensiones de terreno que parecían no tener final.

      Mackenzie estaba volviendo a sentir esa angustia de nuevo mientras entraba al aparcamiento del motel y aparcaba su coche. Y lo más triste es que la echaba de menos. Ya fuera por el pueblo, por estar tan cerca del caso de su padre de nuevo, o una combinación de las dos cosas, Mackenzie podía sentir cómo se enfadaba cada vez más sin ninguna razón en particular y cómo se permitía acoger la experiencia.

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