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un momento en que parece que no puedas hacer nada más. Sólo te falta trasladarte al despacho de tu jefe paranoico para que él pueda escuchar cada una de tus llamadas telefónicas o apoyar su barbilla sobre tu hombro para leer los correos que envías y recibes. El ejemplo de la sala de descanso también puede aplicarse a reuniones a las que, en general, tu jefe paranoico evitaría asistir a toda costa. Invítale a todos los acontecimientos y envíale actualizaciones de todo lo que ocurre cuando no está en la oficina.

      • Convence a alguien en quien confíe, si es que se fía de alguien, para que le ayude a sentirse menos amenazado. Sociabilizarse es, sin ninguna clase de duda, lo último que desea hacer tu jefe paranoico, pero quizá pueda ser el mejor modo de ganarse su confianza. Además, si se relaja un poco, cabe la posibilidad de que te desvele por qué es tan paranoico. Esa información te será de gran ayuda para mejorar vuestra relación de ahí en adelante.

      • Compartirlo todo con tu jefe paranoico es una forma excelente de diluir su miedo al secretismo. Sin embargo, manifestar abiertamente que compartes toda la información con él puede tener otro efecto: que quiera entablar una conversación más larga y profunda. Ahí es adonde quieres llegar, a que tu jefe paranoico se atreva a mantener ese tipo de conversaciones contigo. De hecho, es una forma un tanto solapada de ponerlo en una situación un tanto paradójica. Quieres que su diálogo interior empiece por cuestionarse a sí mismo: «Si todo el mundo habla de estas cosas tan a la ligera, delante de mí incluso, ¿dónde esconden los secretos?».

      • Ponte el uniforme. En vez de seguir al rebaño al salir del despacho para dirigirte al partido de fútbol de la empresa (lo cual tu jefe paranoico interpretará como una señal que indica que acudes a una reunión clandestina), anima a tus compañeros de trabajo a que se pongan las camisetas de jugar al fútbol antes de irse. No es que no puedas conspirar en contra de tu jefe vestido así, pero al menos le darás la impresión de que haces algo legítimo. Y, por supuesto, invítale a participar en el partido. Si rechaza tu invitación, tráele fotografías o háblale del partido a la mañana siguiente en el despacho. O envíale fotos durante el partido. Es una forma distinta de salir del trabajo que nada tiene que ver con el «escabullirse del despacho a toda costa». Deberías considerar también esta opción si trabajas para un jefe sádico.

      Hay un límite en el pensamiento de un jefe paranoico; incluso su imaginación tiene fronteras. Si todos los empleados llevan uniforme de fútbol al final del día y le envías mensajes de texto o correos electrónicos con fotografías adjuntas del partido, cuesta creer que incluso un paranoico exacerbado pueda sospechar que estás en un sótano oscuro, tramando un plan para desbancarle. Si pasas por delante de su despacho de camino a comer con tus compañeros y te tomas la molestia de pararte en su puerta para preguntarle: «Vamos a comer, ¿te apetece venir?», yo te diría: «Buen trabajo». Si le traes un trozo de pastel del restaurante o le ofreces la pizza que ha sobrado, te diría: «Un movimiento brillante».

      Los jefes paranoicos tienen una cura posible. Empieza cualquier conversación con un preámbulo cautivador, como «¿Puedo contarte algo que me ronda por la cabeza?». Naturalmente, tu jefe paranoico esperará que le confieses que has estado conspirando contra él. Otras formas de entablar una charla serían «Mi vocecita interior me dice que debería…» o «¿Alguna vez te preguntas…?». A esto yo lo llamo cargar tu conversación. Del mismo modo que un director cinematográfico decide qué entra en el plano y qué no, tú puedes dirigir tu conversación hacia un lugar donde tu jefe paranoico sienta compasión por ti.

      Como has visto, puedes hacer muchas cosas para mejorar tu entorno laboral. En cambio, si decides no modificar el ambiente, piensa que sólo conseguirás potenciar lo que precisamente no quieres. La inacción en la oficina no es inofensiva; la pasividad tiene consecuencias.

JEFES REACIOS

      A mucha gente no le apetece ser el jefe, pero necesitan el sueldo. En general, los cerebritos que toman las decisiones de la empresa, en concreto aquellas que afectan a la gestión de talento, sucesión y desarrollo empresarial y humano, destacan por un factor común y es que parecen gritar a los cuatro vientos «¡No me asciendas!». Como coach ejecutivo, he perdido la cuenta de todos los brillantes expertos con los que he charlado mientras estaban a punto de lanzarse por la cornisa porque hacía mucho tiempo que habían dejado de hacer aquello que verdaderamente les apasionaba. Abandonaron un trabajo que se les daba de maravilla para aceptar un nuevo empleo que, en esencia, no contenía ninguna de sus tareas preferidas y tuvieron que invertir casi toda su vida para cumplir con el calendario empresarial de objetivos. Este alejamiento está presente en todas las historias melancólicas y tristes en que la gente «descarta» permanecer en la empresa para obtener una subida salarial y quedarse allí el resto de su vida, hasta que se jubilen o les despidan. Tras la crisis económica que se inició en 2008 muchos de los empleados que estaban desesperados por dejar de trabajar en su empresa vieron cómo la jubilación se alejaba de sus objetivos a corto plazo; esto hizo que numerosos jefes que no querían serlo y que jamás lo habían deseado no tuvieran más remedio que pasarse otro puñado de largos años ejerciendo la misma profesión.

      En el fondo, la implosión fiscal es economía básica. Las mentes empresariales brillantes del siglo XXI continúan ignorando lo que ha estado pasando delante de sus narices: la gente está dispuesta a dejar un trabajo que le encanta a cambio de cobrar más dinero a final de mes. Mientras las mejores compensaciones y los paquetes de beneficios se entreguen a aquellos que dirigen y gestionan a los demás, los empleados más críticos de una empresa serán relegados a puestos donde no desarrollarán las tareas que la empresa más valora de ellos. Las empresas ignoran continuamente a trabajadores con potencial de jefes buenos y, en cambio, promocionan a técnicos estelares y vendedores en la entropía.

      Todo esto forma parte de un fenómeno que yo denomino procreación idiota y que explico con más detalle en el capítulo 4. Por ahora, basta con decir que alejar a la gente de un trabajo que les apasiona y extorsionarles (recuerda el asunto del dinero) para hacer algo que detestan no ayuda mucho a crear jefes entusiastas y hábiles. Las generaciones más jóvenes reconocen que, cuando se les invita a unirse al mundo de la gestión, también se topan con jefes igual de desagradables. La mayor diferencia entre una persona de mediana edad que se arma de valor y acepta un trabajo que odia sólo por dinero y un joven que hace lo mismo está en la expresión de su desagrado. Contrata a un joven y ofrécele un puesto que odie y, créeme, le oirás quejarse día tras día. Que Dios les bendiga. Ha llegado el momento de que alguien se levante y diga: «Este trabajo apesta».

      Trucos para aguantar a un jefe reacio:

      • Si acabas trabajando para un jefe reacio, muestra empatía. No digas cosas como «Dios, cómo me alegro de que seas el jefe», pues es posible que crea que te estás burlando de él. Si tu jefe reacio ronda la treintena, es muy probable que esté resignado a ello, así que no hagas ningún comentario al respecto, a menos que después del trabajo te vayas a tomar una copa con él.

      • Si el léxico juvenil es demasiado chirriante para ti, aprende a decir «Qué plomazo. Este trabajo apesta de verdad» de una forma más especial y adecuada. Mientras tu jefe reacio reconoce el carácter desagradable de la situación insostenible en la que se encuentra, tú sigue adelante y ofrécele ayuda para aligerarle la carga. Decir algo como «Ningún problema, deja que yo me ocupe de eso» puede dar la impresión de que no tienes otra opción más que ocuparte de algo que debería ser responsabilidad del jefe reacio, pero no es así. Te marcarías un puntazo.

      • Someterte a una revisión de tu propio rendimiento porque tu jefe reacio no va a tomarse la molestia de hacerlo no es tan rebuscado como crees. De hecho, este tipo de jefes suelen apreciar el hecho de que rellenes todo el papeleo. Pídele a tu jefe reacio que te reenvíe los documentos que el departamento de recursos humanos le envió hace tres semanas y que tan alegremente enterró entre los papeles de su escritorio. Haz una valoración de ti mismo. Seguramente la empresa no tendrá dinero en la caja fuerte para ofrecerte un aumento salarial, así que evítale un problema a tu jefe reacio y, si tienes ocasión, aprovéchate de ello.

      • Deja que el jefe reacio haga lo que le encanta. Si era un acérrimo de los códigos antes de ser nombrado director ejecutivo, deja que sea él quien los escriba. Si era un comercial feliz, deja que

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