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además de las que participaron en su descubrimiento. Prefería no decir nada más por el momento.

      El coroner, pues, puso en orden cronológico las declaraciones de los testigos. A las diez, o poco después, hubo una fuerte discusión entre el duque de Denver y el muerto, tras la cual este abandonó la casa para no volver a verle nunca más vivo. Según la declaración de míster Pettigrew-Robinson, el duque bajó la escalera a las once y media, y, según la declaración del coronel Marchbancks, se le oyó ir y venir, inmediatamente después, por la sala de estudio, es decir, la habitación donde se guardaba corrientemente el revólver. Por el contrario, el duque declaró bajo juramento que no había salido de su dormitorio hasta las dos y media de la madrugada. El jurado tendría que examinar la importancia que hubiese entre estas declaraciones contradictorias. En cuanto a los disparos oídos en el transcurso de la noche, el guardabosque oyó uno a las doce menos diez, pero supuso que habría sido disparado por algún cazador furtivo. En efecto, era muy posible la presencia de cazadores furtivos en el parque. Por otra parte, la declaración de lady Mary de haber oído el disparo alrededor de las tres no coincidía con la declaración del médico, ya que este dijo que, cuando llegó a Riddlesdale a las cuatro y media, el capitán llevaba muerto ya tres o cuatro horas. El jurado debería recordar también que el doctor Thorpe opinaba que la muerte no fue instantánea. Si daban fe a esta declaración, deberían situar el momento de la muerte entre las once y las doce de la noche, pudiendo atribuirse al disparo oído por el guardabosque. En ese caso, tendrían que examinar aún la cuestión del disparo que despertó a lady Mary Wimsey. Por supuesto, si decidían que era un cazador furtivo quien lo hizo, nada se opondría a tal interpretación.

      Inmediatamente, tendrían que examinar los testimonios relacionados con el cadáver, descubierto por el duque de Denver a las tres de la madrugada, tendido a la puerta del pequeño invernadero, cerca del pozo cubierto. Parecía existir poca duda, según el testimonio médico, de que el tiro que mató al interfecto fue disparado en el macizo de arbustos situado a una distancia de siete minutos de la casa, y que el cuerpo fue arrastrado desde ese lugar hasta la casa. El capitán murió indudablemente como resultado del disparo en el pulmón. El jurado decidiría si ese disparo fue hecho por la propia mano del muerto o por la mano de otra persona; y si era esto último, si por accidente, en defensa propia o “con premeditación”, y a fin de asesinarle. Respecto al suicidio, el jurado debería considerar lo que sabían de la personalidad del difunto y de su situación económica. El muerto era un hombre joven en pleno vigor y, al parecer, de fortuna considerable. Su carrera militar solo merecía elogios y sus amigos le querían. El duque de Denver lo había estimado suficientemente como para consentir su noviazgo con su hermana. Algunos testimonios demostraban que los novios se hallaban en excelentes términos, aunque no fueran muy expresivos. El duque afirmaba que el miércoles por la noche el interfecto anunció su propósito de romper el compromiso. ¿Estimaba el jurado que el muerto, sin comunicarse con lady Mary ni escribirle una nota explicativa o de despedida, se hubiera marchado precipitadamente de la casa para matarse?.. El jurado debería examinar, además, la acusación que el duque había lanzado contra el muerto. Le había acusado de hacer trampas en el juego. En el círculo social a que pertenecían las personas complicadas en este caso, el hecho de hacer trampas en el juego era considerado mucho más vergonzoso que el adulterio o el asesinato. Posiblemente, la mera insinuación de tal cosa, fundada o no, podía conducir a un caballero de honor al suicidio. Pero ¿era el muerto un caballero honorable? Educado en Francia, las nociones francesas sobre el honor eran muy diferentes a las británicas. El propio coroner había tenido relaciones comerciales con franceses en su calidad de abogado, y podía asegurar al jurado que las cosas las veían ellos de diferente manera. Desgraciadamente, la carta que, según se decía, daba los detalles para tal acusación no pudo ser presentada al jurado, Además, podían preguntarse si no era más corriente en un suicida dispararse el tiro en la cabeza. Deberían preguntarse también cómo se procuró el revólver el muerto. Y, por último, deberían considerar los puntos siguientes: quién arrastró el cadáver hasta la casa y por qué la persona que lo hizo, con gran trabajo por su parte y “a riesgo de extinguir cualquier tardío residuo de chispa vital”[5], no pidió ayuda a los habitantes de la casa.

      Si el jurado descartaba la hipótesis del suicidio, quedaba la posibilidad de un accidente, de un homicidio impremeditado o de un asesinato. En el primer caso, si al jurado le parecía probable que el difunto, o cualquier otra persona, cogió el revólver del duque de Denver aquella noche por una razón cualquiera y que el arma se disparó, matando al interfecto por casualidad, mientras esta persona o el propio muerto la tenía en su mano, deberían declarar en su veredicto que se trataba de muerte por accidente. En tal caso, ¿cómo explicar la conducta de la persona, quienquiera que fuere, al arrastrar el cadáver hasta la puerta?

      El coroner habló a continuación de la ley referente al homicidio involuntario. Recordó a los miembros del jurado que los insultos o las amenazas, por graves que sean, no pueden servir de excusa para matar a nadie, y que el hecho, para que sea excusable, ha de cometerse en el transcurso de una discusión repentina e impremeditada. Por ejemplo, ¿creían los miembros del jurado que el duque salió con la intención de decidir a su invitado a que entrase en la casa, para que pasara en ella la noche, y que el difunto le recibió con golpes o amenazas? Si era así, y el duque, al tener un revólver en la mano, disparó sobre el difunto en defensa propia, entonces solo había cometido un homicidio involuntario. Pero, en ese caso, el jurado debería preguntarse por qué el duque salió en busca del difunto con un revólver en la mano. Esta hipótesis estaba en completa contradicción con las declaraciones del duque.

      Los miembros del jurado deberían considerar, por último, si la intención criminal estaba suficientemente establecida para justificar un veredicto de asesinato. Deberían considerar también si una persona cualquiera tuvo motivo, medios y ocasión para matar al difunto, y si era posible dar una explicación lógica de la conducta de esta persona admitiendo otra hipótesis. Si los miembros del jurado consideraban que esta persona existía y que, de una forma o de otra, su actitud era sospechosa o reticente; si creían que había ocultado los hechos que tenían cierta relación con el caso (aquí el coroner recalcó con insistencia las palabras, los ojos fijos en un punto del vacío, más allá de la cabeza del duque); si creían que había declarado en falso con la intención de inducir al jurado a error…, todo eso sería suficiente para crear una presunción de hecho contra la persona encausada, y el deber del jurado sería entonces dar un veredicto de culpabilidad contra ella, acusándola de homicidio voluntario. Considerando este aspecto de la cuestión, el coroner añadió que los miembros del jurado deberían decidir si, en su opinión, la persona que arrastró al difunto hasta la puerta del invernadero lo hizo para solicitar ayuda o con la intención de arrojar el cadáver al pozo situado cerca del lugar en que se había encontrado el cadáver. Si los miembros del jurado estaban convencidos de que el muerto había sido asesinado, pero consideraban que era imposible acusar a nadie valiéndose de los testimonios recibidos, podrían declarar que el asesinato había sido cometido por un desconocido; pero si creían que podrían imputar el asesinato a alguien, deberían cumplir con su deber sin hacer excepción de nadie.

      Las insinuaciones estaban perfectamente claras. Guiados por ellas, los miembros del jurado, tras deliberar algunos instantes, acusaron de homicidio voluntario a Gerald, duque de Denver.

      2

      El gato de los ojos verdes

      Y aquí tenemos al sabueso,

      con el hocico hundido en la tierra…

Bebe, perrillo, bebe.

      Algunas personas consideran el desayuno como la mejor comida del día; otras, menos robustas, creen que es la peor y que, de todos los desayunos de la semana, el del domingo es infinitamente peor que ninguno.

      Las personas reunidas alrededor de la mesa del desayuno en Riddlesdale Lodge no apreciaban, a juzgar por sus caras, lo que se llama un día de bendición. El único miembro que no parecía ni irritado ni molesto era el honorable Freddy Arbuthnot. Silencioso, trataba de extraer entera la espina del arenque ahumado que tenía en su plato. La presencia de este pescado poco distinguido en la mesa del desayuno de la duquesa mostraba hasta qué punto

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<p>5</p>

Palabras textuales.