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DE D. – (Vagamente). Pues… a dar una vuelta.

      EL CORONER. – ¿No oyó usted el disparo?

      DUQUE DE D. – No.

      EL CORONER. – ¿Se alejó usted mucho de la puerta del invernadero y del bosquecillo?

      DUQUE DE D. – Pues… sí, debía de hallarme bastante lejos. Tal vez por eso no oyera el disparo. Eso tiene que haber sido.

      EL CORONER. – ¿Estaría usted a quinientos metros de allí?

      DUQUE DE D. – Posiblemente… Quizá más.

      EL CORONER. – ¿A más de quinientos metros?

      DUQUE DE D. – Pues sí. Como hacía frío, anduve de prisa.

      EL CORONER. – ¿En qué dirección?

      DUQUE DE D. – (Con visible vacilación). Hacia la parte trasera de la casa, en dirección a la pradera.

      EL CORONER. – ¿A la pradera?

      DUQUE DE D. – (Con más seguridad). Sí.

      EL CORONER. – Pero si usted se hallaba a más de quinientos metros, habría salido del parque, ¿no?

      DUQUE DE D. – Pues… ¡oh, sí!.., creo que sí. Di algunos pasos por la landa, ¿comprende?

      EL CORONER. – ¿Puede usted enseñarnos la carta que recibió de míster Freeborn?

      DUQUE DE D. – ¡Oh, claro que sí!.., si la encuentro. Creí que la había metido en mi bolsillo, pero no la encontré cuando quise enseñársela a ese individuo de Scotland Yard.

      EL CORONER. – ¿La destruiría usted accidentalmente?

      DUQUE DE D. – No… Estoy seguro de que la puse aquí… ¡Oh!.. (En este momento el testigo se detuvo, todo confundido, y enrojeció). Ahora recuerdo. La rompí.

      EL CORONER. – Es una mala suerte. ¿Cómo fue eso?

      DUQUE DE D. – Lo había olvidado. Lo he recordado ahora mismo. Temo que haya desaparecido por las buenas.

      EL CORONER. – ¿Conserva, tal vez, el sobre?

      El testigo negó con la cabeza.

      EL CORONER. – Entonces, ¿no puede presentar al jurado ninguna prueba de haberla recibido?

      DUQUE DE D. – No, a menos que Fleming la recuerde.

      EL CORONER. – ¡Ah, sí! Sin duda tendremos ahí un medio de comprobarlo. Agradecido, su gracia… Llamad a lady Mary Wimsey.

      La noble dama, que era, hasta la trágica madrugada del día 14 de octubre, la prometida del muerto, levantó un murmullo de simpatía a su aparición. Rubia y esbelta, con sus mejillas, corrientemente rosadas, ahora de color ceniza, parecía la imagen del dolor. Iba vestida completamente de negro e hizo su declaración en un tono de voz tan bajo que, a veces, era casi inaudible[4].

      Después de haberle expresado su condolencia, el coroner le preguntó.

      EL CORONER. – ¿Cuánto tiempo llevaba prometida al difunto?

      TESTIGO. – Ocho meses aproximadamente.

      EL CORONER. – ¿Dónde le conoció usted por primera vez?

      TESTIGO. – En Londres, en casa de mi cuñada.

      EL CORONER. – ¿En qué fecha fue eso?

      TESTIGO. – Creo que fue en junio del año pasado.

      EL CORONER. – ¿Era usted completamente feliz en su noviazgo?

      TESTIGO. – Completamente.

      EL CORONER. – Como es lógico, usted vería con mucha frecuencia al capitán Cathcart. ¿Le contó algo de su vida anterior?

      TESTIGO. – No mucho. No éramos dados a hacernos confidencias. Corrientemente discutíamos sobre temas de interés común.

      EL CORONER. – ¿Eran numerosos esos temas?

      TESTIGO. – Pues sí.

      EL CORONER. – ¿Jamás tuvo usted la impresión de que el capitán Cathcart estuviese preocupado?

      TESTIGO. – En particular, no. Pero desde hacía algunos días parecía hallarse algo inquieto.

      EL CORONER. – ¿Le habló de su vida en París?

      TESTIGO. – Me habló de los teatros y de los lugares de diversión de allí. Conocía París muy bien. Yo estuve en París con algunos amigos en febrero de este año, cuando él estaba allí, y nos llevó por todas partes. Eso fue poco después de hacernos novios.

      EL CORONER. – ¿Le habló en alguna ocasión de las casas de juego de París?

      TESTIGO. – No recuerdo.

      EL CORONER. – Con motivo de su matrimonio…, ¿se habló alguna vez de la cuestión económica?

      TESTIGO. – No lo creo. Aún no se había fijado la fecha de la boda.

      EL CORONER. – ¿Tuvo siempre aspecto de tener mucho dinero?

      TESTIGO. – Es posible. Nunca me preocupé de eso.

      EL CORONER. – ¿No le oyó lamentarse jamás de dificultades económicas?

      TESTIGO. – Todo el mundo se lamenta de eso, ¿no cree?

      EL CORONER. – ¿Era hombre de buen carácter?

      TESTIGO. – Dependía. Era muy voluble. Dos días seguidos no era la misma persona.

      EL CORONER. – Usted ha oído lo que ha dicho su hermano acerca de que el difunto estaba dispuesto a romper el compromiso. ¿Tenía usted idea de ello?

      TESTIGO. – Ni la más ligera idea.

      EL CORONER. – ¿Ve usted ahora alguna explicación a eso?

      TESTIGO. – Ninguna.

      EL CORONER. – ¿Tuvieron algún disgusto?

      TESTIGO. – No.

      EL CORONER. – Según su punto de vista, el miércoles por la noche aún se hallaba prometida con el difunto y contaba con casarse pronto, ¿no es cierto?

      TESTIGO. – Sí. Sí, claro que sí.

      EL CORONER. – ¿No era…, perdóneme esta pregunta que ha de serle dolorosa…, no era hombre capaz de poner fin a su vida?

      TESTIGO. – ¡Oh, nunca pensé!.. Bueno, no lo sé… Supongo que hubiera podido matarse. Eso lo explicaría todo, ¿no es verdad?

      EL CORONER. – Ahora, lady Mary…, por favor, no se ponga nerviosa y tómese todo el tiempo que crea conveniente… ¿Quiere usted contarnos con exactitud lo que vio y oyó el miércoles durante la noche y el jueves de madrugada?

      TESTIGO. – Hacia las nueve y media subí a acostarme, acompañada de mistress Pettigrew-Robinson y mistress Marchbansks, dejando a todos los hombres abajo. Di las buenas noches a Denis, que parecía completamente normal. No me hallaba abajo cuando llegó el correo. Me fui a mi dormitorio en seguida. Mi dormitorio se halla en la parte de atrás de la casa. Alrededor de las diez oí subir a míster Pettigrew-Robinson. Este matrimonio dormía en la habitación junto a la mía. Algunos de los hombres subieron con él. No oí subir a mi hermano. Aproximadamente a las diez y cuarto oí a dos hombres hablando en voz alta en el pasillo, y luego oí a alguien bajar corriendo la escalera y cerrar la puerta de un golpazo. En seguida oí pasos en el pasillo y, finalmente, a mi hermano cerrar la puerta de su dormitorio. A continuación, me acosté.

      EL CORONER. – ¿No inquirió usted la causa de este disturbio?

      TESTIGO. – (Indiferente). Pensé que sería algo relacionado con los perros.

      EL CORONER. – ¿Qué sucedió después?

      TESTIGO. – Me desperté a las tres.

      EL CORONER. – ¿Qué le despertó?

      TESTIGO.

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<p>4</p>

De la información periodística, no de la de míster Parker.