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abre los ojos desmesuradamente, y cambia la vista hacia otro lado manifestando así que no entiende, y que el patroncito lo pone, con su pregunta, en un verdadero compromiso.

      – El viejo, sí – replica don Panchito sonriente – . Sí, el viejo, mi padre, el patrón.

      – ¡Ah! – y Bibiano, contento como una persona extraviada que encuentra su camino, se apresura expedirse: – ¡Ah, el patrón! Montó a caballo hoy de mañanita, como a las cinco; yo mismo le ensillé el tostao. Me encargó que lo dispertara a usté y todo.

      – ¡Ah! ¿sí? ¿y no ha vuelto?

      – No, seor; entoavía no.

      – ¿Y no sabes para dónde fué?

      – No, seor; pero creo que pa lo de don Sandalio, a sigún dijieron en la cocina.

      Don Panchito frunce el entrecejo ligeramente, mas luego, al devolver el mate, pregunta a Bibiano con tono indiferente:

      – ¿Y cómo está Sandalio? Vos debes ir por allá algunas veces.

      – ¿Yo? Sí, seor. Ayercito no más, el patrón me mandó con una carta.

      – ¡Ah! ¿sí? ¿y vas siempre?

      – Yo no, pero van todos… Don Cosme, Mosca, el patrón, todos…

      – Cosme es el capataz ¿no?

      – Sí, seor.

      – No me digas señor; decime don Panchito.

      – Sí, seor, don Panchito.

      – Bueno, ¿y quiénes hay en lo de Sandalio?

      – En lo de don Sandalio hain doña Rosa, Jacinto, y Pedro, y la señorita también.

      – ¿Quién es la señorita?

      – Marcelina, la hija de don Sandalio, pué.

      – ¡Ah! ¿sí?

      Y don Panchito, luchando con los pensamientos que se atropellan en su mente, frunce sin darse cuenta el entrecejo, de una manera tan fiera que acaba por asustar al muchachuelo.

      – Voy – dice balbuciente Bibiano – , voy pa la cocina a enllenar el mate.

      – No, quédate.

      Y don Panchito continúa el interrogatorio en tono insinuante y suave:

      – ¡Qué Bibiano éste! ¿Y cuántos años tienes?

      – Mi mama dice que voy pa los quince, seor… don Panchito.

      – ¡Ah, es cierto! Tu mama es Laura ¿no?

      – Sí, seor, mi mama.

      – ¿Y tu padre?

      – ¿Mi tata? Yo no lo he conocido a mi tata. Dice mi mama que se murió en Lobos… Yo no sé.

      Don Panchito torna a sonreír, y sentándose en la cama repite pensativo:

      – ¡Qué Bibiano éste!

      – Voy a dir a trair…

      – No, espérate. Marcelina es una chica como vos ¿verdad?

      – ¡Oh no, seor! ¿Marcelina? ¿La señorita? – y Bibiano hace un bello gesto de asombro – . Es una moza, don Panchito; es una moza grandota.

      Entonces el joven, como quien cumple un deber y con esa clásica depravación ciudadana pregunta al muchacho, bajando la voz:

      – ¿Y qué tal? ¿es linda?

      Bibiano hace un mohín de indiferencia con su bocaza enorme.

      – Dicen que es güeña moza, pero a mí no me parece.

      – ¿Y…? – continúa don Panchito, cada vez más interesado – , ¿y por qué le dicen la señorita?

      – ¡Ah, yo no sé!… yo no sé… creo que es por orgullosa…

      – ¿Por orgullosa?

      – Sí, seor.

      – ¿Y por qué?

      – ¡Ah! yo no sé, don Panchito.

      – ¿Cómo que no sabes?

      – No sé, don Panchito, li asiguro.

      – ¡Mentís!

      Y don Panchito asusta al chico con una de sus miradas más feroces. Bibiano, con los ojos como patacones, se vuelve hacia la puerta abierta, indeciso y trémulo.

      – ¡Decime!

      – Vea, don… vea, don Panchito, quel patrón se enoja, quel patrón no quiere…

      – ¿Qué cosa no quiere?

      – El patrón no quiere que hablen mal de la señorita.

      Don Panchito vacila un momento; pero, como no piensa más que en satisfacer sus deseos, no puede darse cuenta de su papel vergonzoso, y agrega muy luego, convincente:

      – Yo no te digo que hables mal, zonzo. Te digo solamente que me expliques por qué dicen que es orgullosa la hija de Sandalio.

      Bibiano, haciendo un puchero horrible, replica entre dientes y con voz lastimera:

      – El patrón me va a castigar, don Panchito…

      El joven se levanta de la cama, entonces, y Bibiano, asustado, retrocede un paso.

      – Vamos, no seas pavo. Decímelo todo, y te doy un peso – y la mano fina y cuidada del caballero acaricia nerviosa la greña luciente del pampita – . ¡Vamos, hombre!

      Los ojos grandes y llorosos de Bibiano buscan humildes los de aquel paladín esforzado, que tan poco se preocupa de los peligros a que lo expone con aquella pretensión absurda, y su voz torna a repetir sollozante:

      – El patrón me va a pegar, don Panchito…

      El joven se ríe con su risa perversa, y torna a repetir, insinuante:

      – Nadie te pegará, mijo, yo té defiendo; decímelo todo.

      Bibiano, trémulo como una vara de duraznillo combatida por el viento, vacila todavía; pero, cuando la cólera de don Panchito va a estallar de impaciencia, se oye una voz temblorosa y apenas perceptible, que dice entre lágrimas y como quien recita:

      – Es orgullosa porque se lava y se paina todos los días, y porque se pone paqueta, y porque lee los peródicos quel patrón li hace tráir por la galera…

      – ¿Y qué más?

      – Y nada más; yo no sé más, y el patrón aura me va a pegar porque li dicho…

      Y Bibiano se echa a llorar desconsolado.

      Don Panchito le acaricia de nuevo, como quien acaricia a un potrillo:

      – ¡Vamos, hombre! No tengas miedo; nadie te hará nada. Yo te cuido; pero ¿cómo sabes que el viejo se enoja?

      Bibiano se vuelve para mirar hacia la puerta, y luego, fijos sus grandes ojos desconfiados en los ojos curiosos de su interlocutor, dice en voz baja:

      – Una vez, Peralta…

      – ¿Quién es Peralta?

      – Un pión qui había…

      – ¿Qué hizo Peralta?

      – Nada, dijo en el corral no sé qué cosa de la señorita pa hacerlo rabiar a don Sandalio, a sigún dijieron, y entonces el patrón le pegó unos rebencazos…

      – ¡Ah! ¿sí?

      Y los ojos de don Panchito, turbios, plomizos, se agrandan enormemente.

      – Sí, y aura me va a pegar a mi también, don Panchito…

      Don Panchito tiene un respingo que hace dar un salto nervioso al pobre chico.

      – ¡Te he dicho que no, animal!

      Y luego, cambiando de tono,

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