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fronteras24. El primer título de campeón mundial del peso pesado fue entregado en los 1880 a John «The Boston Strong Boy»25 Sullivan.

      En 1889 se celebró el último combate sin guantes por el título del peso pesado, en un ring al aire libre en Mississippi. Sullivan venció a Jake Kilrain al término de setenta y cinco asaltos. Lea eso de nuevo: setenta y cinco asaltos. No quedan registros que nos digan cuántos huesos de las manos se habían roto cuando la pelea hubo concluido. Una vez que esos espectáculos hubieron desaparecido, no tuvo que transcurrir mucho tiempo antes de que el boxeo profesional, con guantes y las reglas del marqués de Queensberry, se legalizara en Nueva York en 1896, un débil arranque para su aceptación en el Nuevo Mundo. La ley fue derogada en 1900, lo que detuvo el negocio hasta que volvió a la legalidad en 1911. En 1917, cuando Rukeli daba sus primeros pasos en el boxeo, Nueva York devolvió una vez más el deporte a la clandestinidad y en 1920 lo legalizó de nuevo con la aprobación de la Ley Walker.

      A lo largo de la década de 1920, las minorías dominaron el boxeo en Estados Unidos (y siguen haciéndolo). A diferencia de lo que sucedía en muchos otros deportes en ese país, a los negros se les permitía participar, aunque había muchos blancos, incluyendo el campeón John Sullivan, que se negaban a entrar en un ring con ellos y muchos púgiles negros competían en un circuito aparte, con sus propios campeones de color. Sullivan también se negó a competir contra judíos o cualquier otro atleta «no blanco».

      El primer campeón negro del peso pesado fue Jack Johnson, quien reinó desde 1908 a 1915 con un raro estilo constituido de contragolpes. Nacido en Galveston, Texas, hijo de un liberto, Johnson empezó a pelear en «Battle Royals». Se cubrían con una venda los ojos de hombres afroamericanos que luchaban entre sí en grupo, sin reglas, jaleados por espectadores blancos. Aquello no era una competición uno contra uno, sino una pelotera multitudinaria en la que solo podía quedar uno en pie.

      Tommy Burns acordó con Johnson una pelea por el título mundial del peso pesado en 1908 en Sydney, Australia. La raza no era el único factor que Burns ignoró. Johnson pesaba cerca de catorce kilos más y era unos quince centímetros más alto. Hoy habría entre ellos varias divisiones por peso. Burns aguantó catorce asaltos antes de que la policía separara a los boxeadores y Johnson ganara el título.

      Cuando no se estaba preparando para una pelea, Johnson hacía giras como celebridad en shows de vodevil, luciendo sus joyas y su riqueza antes de hacer shadow boxing para los asistentes. Enfurecía a gran parte del público, especialmente en los estados donde pasaba más tiempo, por socializar y casarse con mujeres blancas, incluso en una época en la que otros hombres afroamericanos eran linchados por transgresiones similares.

      Sin embargo, la mayoría de los boxeadores puede que pelearan menos para probar algo que para ganarse la vida. No se trataba de jóvenes que hubieran elegido entre el boxeo o la universidad, o entre el boxeo y algo mejor, en absoluto. La población judía de Estados Unidos y Nueva York estaba compuesta principalmente de trabajadores manuales y primeras y segundas generaciones de estadounidenses que vivían por debajo de la clase media. No era gente que lo tuviera fácil. En 1911, el 72 % de las prostitutas de Nueva York eran judías. Probablemente tampoco lo fueran porque estuvieran intentando demostrar nada.

      El centro de la escena del boxeo profesional era Nueva York, que era además el centro de la comunidad judía de Estados Unidos. Charley Phil Rosenberg peleaba en Ohio un mes después de haber ganado el título mundial de peso gallo en el Madison Square Garden. Alguien sentado junto al ring no paraba de gritar a su oponente «mata al judío bastardo» y Rosenberg no podía aguantarlo más. Después de haberse levantado del taburete de su esquina, y escupido por encima de las cuerdas todo el agua, la saliva y la sangre de su boca a los ojos de aquel hombre, se enteró de quién era: el alcalde de Toledo. Los boxeadores de minorías de Estados Unidos no estaban aislados de las actitudes de su época.

      La cultura en la que el boxeo existía no solo era diferente de la actual en lo referente a las actitudes sobre la etnicidad. Las actitudes hacia chicos que golpean y son golpeados eran también distintas. Charles Gellman, un peso medio de la época, recuerda: «Llegué a casa con un par [de magulladuras], pero era normal. Todo el mundo se metía en una pelea callejera en esos tiempos. Había un tipo en la casa de bomberos de al lado, que te daba un par de guantes y se ponía a mirar».

      Por extraño que pueda resultar hoy imaginar a un bombero, un servidor público, animando a los niños a que dirimieran sus disputas mediante la fuerza física mientras él observaba el espectáculo, aquello era la norma. Charlie Nelson creció en un orfanato de Hell’s Kitchen, en Nueva York. Los sacerdotes que cuidaron de él solían ordenar a los chicos que discutían que resolvieran sus diferencias con guantes de boxeo. Aparentemente no había nada impío en dejar que la fuerza otorgara la razón.

      En Alemania, el boxeo ganó popularidad rápidamente. Surgieron

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