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número, y proponía como razón reguladora la pregunta: ¿cuánto? De inmediato este dispositivo nos ha parecido incompleto y otras distinciones se nos han impuesto. En primer lugar, hemos creído que era prudente (…) distinguir entre una sintaxis intensiva que procediese a efectuar aumentos y disminuciones, y una sintaxis extensiva que realizara selecciones y mezclas a fin de determinar la densidad, y en consecuencia, la fisonomía del campo de presencia» (p. 102). Esta determinación pone en claro que el modelo metodológico no se puede aplicar ciegamente al texto analizado, sino que el texto exige siempre, si no encaja en el modelo, su modificación correspondiente.

      Introduce además un nuevo modo semiótico: la junción, cuyos funtivos son la implicación y la concesión, nociones centrales en el punto de vista tensivo propuesto por el autor. Este nuevo modo le proporciona una nueva sintaxis: la sintaxis juntiva, y una nueva semántica: la semántica juntiva. De tal manera que ahora dispone de tres sintaxis y de tres semánticas, o, como Zilberberg preferiría decir, de tres estilos sintácticos y de tres estilos semánticos.

      Así, el análisis zilberberguiano avanza coherentemente para hacernos descubrir los valores de la forma de vida del hombre que sabe poblar su soledad en medio de una multitud apresurada.

      El análisis del poema «L’eau douce» [El agua dulce] de Guillevic, en el que el autor del poema convierte el agua en actante enunciador, nos hace ver que el agua encierra valores de absoluto, intensos, destellantes, porque es elemento de vida, y al mismo tiempo, valores de universo, participativos, ya que aquellos valores exclusivos que ella posee, los expande por todo el mundo. De esta manera, el agua correlaciona exitosamente la más alta intensidad –la vitalidad– con la más amplia difusión –la universalidad–, logrando con ello la utopía de los valores de apogeo.

      Finalmente, en el último ensayo: De los estilos semióticos a los estilos pictóricos, Zilberberg acude a dos grandes pensadores: Claudel y Deleuze, para hacer un análisis del análisis que cada uno de ellos realiza sobre la pintura holandesa (Claudel)4 y sobre la pintura de Francis Bacon (Deleuze)5. Interesante desde todo punto de vista este meta-análisis sobre el análisis de otros autores que han utilizado métodos y modelos distintos, o la simple, aunque penetrante intuición, descubriendo la tensividad fórica que trabaja detrás de esos estudios.

      Obra clave esta que redondea la ruta semiótica recorrida por Claude Zilberberg, y que, felizmente, no termina todavía.

       Desiderio Blanco

      Introducción

      Para mejor o para peor, la modernidad se define por la búsqueda desesperada de la novedad. Sin embargo, no hay ninguna razón para suponer que el camino por seguir para alcanzarla sea única. A modo de hipótesis provisional y después de haber recorrido por encima los caminos seguidos por unos y por otros, tenemos el sentimiento sin más de que se nos abren dos vías: o bien la modificación del campo de presencia o bien el desplazamiento del acento de sentido (Cassirer). Por modificación del campo de presencia entendemos el hecho de que una magnitud, hasta entonces desconocida, se introduce en el campo de presencia, en el discurso mismo, y se instala allí como regente. El ejemplo que se impone es sin duda el descubrimiento y la promoción del inconsciente por Freud. Este último no se contenta con descubrir la existencia del inconsciente: trata además de establecer que las magnitudes adquiridas entran ahora en relaciones de vasallaje con el inconsciente.

      En cuanto al segundo proceder, el que consiste en el desplazamiento del acento de sentido, nos referiremos al proceder saussuriano. Saussure no descubre el carácter arbitrario de la relación del significante al significado; pero lo convierte en el centro de su teoría. El campo de presencia no fue ampliado con algún añadido deliberado, fue distribuido de otra manera. Lo mismo se puede decir del proceder greimasiano: Greimas no inventó ni descubrió la narratividad; la convirtió en el centro de su teoría, al punto de que en un cierto momento la teoría semiótica pudo ser caracterizada como una «narratividad generalizada». Las estructuras, tanto las profundas como las superficiales, ¿no son reconocidas sobre todo como narrativas?

      En la escala que nosotros nos ubicamos, el término de «tensividad» se presta a un doble malentendido. En primer lugar, el término está atestiguado en Semiótica 1*, que lo considera la marca de una dinámica aspectual, pero no es en ese sentido como nosotros lo entendemos. En segundo lugar, lejos de significar de cualquier manera una novedad, indica, conforme a la exigencia hjelmsleviana que considera las magnitudes como intersecciones, la compenetración de dos dimensiones: la intensidad como suma de los estados de alma, y la extensidad como suma de los estados de cosas. O lo que es lo mismo: la dualidad de las dimensiones es por reciprocidad el análisis de la tensividad. En consecuencia, la hipótesis tensiva no constituye ni un descubrimiento ni una invención, sino que consiste en un desplazamiento de las magnitudes atestiguadas. [O sea en la proyección de un nuevo punto de vista sobre lo ya conocido].

      El estudio titulado La hipótesis tensiva: ¿punto de vista o teoría? se propone discernir las diferencias que se nos imponen al comparar las maneras de proceder. Para ser breves, retendremos tres: (i) la problemática de los modos semióticos; (ii) el esbozo de una tipología de los valores propiamente semióticos; (iii) la abertura del paradigma de la sintaxis tensiva. La noción de modo semiótico permite profundizar la relación sujeto/objeto. Para que una magnitud sea recibida como objeto debe, de ser posible, sobrevenir –modo de eficiencia–. Debe captar al sujeto, que se convierte por contigüidad en sujeto del padecer. Finalmente, debe ser autentificada como tal –modo de junción–. Si estas condiciones se cumplen, estamos en condiciones de proponer el evento**, que es a la semiótica discursiva lo que es el esquema narrativo a la narratividad. Por lo que se refiere al segundo punto, la aproximación semiótica al valor es plural. Trataremos de tres cuestionamientos: (i) la reflexión de Saussure en el Curso de lingüística general que entiende sustituir el concepto de significación por el de valor; (ii) los valores modales indispensables para hacer «girar» la narratividad; (iii) la cuestión de la transición de los valores formales hacia los valores existenciales. Sobre este último punto, la hipótesis tensiva tiene algo que decir: los valores son tributarios de las intersecciones de la intensidad y de la extensidad. A partir de la diferencia básica de la intensidad [fuerte vs débil] y de la diferencia también básica de la extensidad [concentrado vs difundido], la intersección [débil - difundido] produce el valor de universo; la intersección [fuerte - concentrado] proyecta el valor de absoluto.

      El tercer punto se refiere a la sintaxis tensiva. En el estado actual de la semiótica tensiva, la sintaxis, en la medida en que ignora la exigencia de la alternancia, sigue en parte impensada.

      La hipótesis tensiva reconoce tres sintaxis, tres «estilos» sintácticos: la sintaxis intensiva de los aumentos y de las disminuciones; la sintaxis extensiva de las selecciones y de las mezclas; la sintaxis juntiva que enfrenta la implicación con la concesión.

      El estudio titulado Tocqueville y el valor del valor analiza un capítulo del libro De la democracia en América cuya fineza en el análisis deja pensar que la distancia entre el lenguaje-objeto y el metalenguaje es menor de lo que se supone. La reflexión de Tocqueville en esta obra tiene por objeto la comparación de dos universos de discurso: la sociedad aristocrática en vías de virtualización, de extinción, y la sociedad democrática en vías de actualización, de instalación. No basta con decir que contrastan vivamente la una con la otra; se trata de saber si su devenir adopta las vías que la teoría ha previsto. Si tenemos en cuenta las diversas alternativas formuladas por la teoría, es claro que la aristocracia está del lado de la intensidad y del destello, que mide y preserva, mientras que la democracia está del lado de la extensidad y del número.

      La aristocracia tiene por atractor el valor de absoluto, destellante y exclusivo; la democracia tiene como atractor el valor de universo, mediocre y compartido. Como el valor hay que dividirlo por el número de los que lo desean y el número de estos últimos es ilimitado, cada cual, en un

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