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una bella mujer, de rasgos asiáticos, ataviada con un precioso kimono y seguida por un séquito de mujeres hermosas, vestidas de igual manera.

      Eso pareció contestar su pregunta. Li pareció saber qué pasaba y le sonrió cálidamente, al momento que se acercaba y lo saludaba amablemente. Entonces Germán la saludó también. Él siempre había sido muy atento con las mujeres, porque realmente a todas les encontraba su belleza, aunque objetivamente no la tuvieran. Le dijo muy galantemente: “Mucho gusto en conocerla, usted ilumina esta habitación con su presencia”, a lo que Li respondió con una sonrisa y se acercó hasta el borde de su cama y le tomó la mano. Fue entonces cuando recordó lo que había dicho el hombre. ¿Se tenía que casar con Li? Eso era imposible, porque era un hombre casado, felizmente casado hace más de cincuenta años. Probablemente esto no era más que un malentendido y cuando lo explicara, todo se iba a aclarar y solucionar.

      Fue entonces cuando le dijo al hombre que no se podía casar, que él era un hombre casado, lo que hizo cambiar el semblante amable del hombre y le preguntó que si estaba rechazando a Li. Germán volvió a explicarle que no la estaba rechazando, por el contrario, la encontraba una mujer bellísima, pero que ya estaba casado y que adoraba a su mujer. Si él fuera un hombre soltero, habría accedido feliz, pero no era el caso. Sin embargo, se preguntaba por qué una mujer tan joven podría estar dispuesta a casarse con un hombre tan mayor, al que ni siquiera conocía. Y se lo preguntó. Ella no alcanzó a contestar, ya que el hombre se apuró en responder que ese era un asunto secreto y que no era relevante que él fuera un hombre casado. Qué era importante para la seguridad del país que se casaran y así sería. El hombre giró sobre sus pies y se retiró de la habitación. Quedaron solos Germán y Li.

      Se produjo un silencio incómodo. Estaba junto a su “novia” y no sabía qué decir, ni qué hacer. Ella solo lo miraba amablemente y sonreía. Él la observaba y veía sus facciones, su piel tersa y su pelo negro, bella y desordenadamente tomado en un moño, hacían relucir un cuello delicado y armónico. Se atrevió finalmente a decir:

      —Li, eres una mujer estupenda, pero ¿por qué te quieren casar conmigo? ¿Por qué es un asunto de seguridad nacional? Incluso se aventuró a preguntar ¿dónde estoy? y ¿cómo llegué aquí?

      Esperaba respuestas, pero Li solo sonrió y no dijo ninguna palabra. Germán pensó que tal vez ella no entendía español y le preguntó en francés y en alemán, con la esperanza de que lo entendiera. Pero tampoco tuvo respuesta. Ahí fue cuando se arrepintió de no haber aprendido inglés, probablemente ese idioma le habría servido en esta oportunidad. ¿Por qué no quiso aprenderlo cuando era joven? ¿Por qué había dedicado esfuerzos en aprender esperanto, pero no inglés? En fin, no era el momento de recriminarse, probablemente luego vendría alguien que le pudiera explicar mejor. Estaba sumido en estos pensamientos cuando Li habló. Le preguntó en perfecto español si es que estaba bien. Él, sorprendido, le dijo que estaba perfectamente y que solo tenía un poco de sed. Li, le acercó un vaso con agua que había en el mueble y pudo beber. Entonces si Li hablaba español, ¿por qué no le respondió sus preguntas? Volvió a la carga e insistió. Pero Li solo sonrió.

      Estaba solo nuevamente. Li se había ido sin responder. Se sentía un poco débil, no recordaba cuándo había sido la última vez que había comido, lo cual podía ser complicado para un hombre diabético como él. Esto era extraño, muy extraño. ¿Por qué estaba en una cama, amarrado y comprometido en matrimonio con una mujer asiática a la que le doblaba la edad? Estaba cansado y fue cayendo lentamente en un sueño abrazador.

      Se despertó sobresaltado. Un ruido afuera lo había puesto sobre aviso. Por la puerta se colaba luz, pero claramente era de noche. Su habitación estaba sumida en la más completa oscuridad. Estaba tratando de poner sus ideas en orden, tratando de recordar las conversaciones del día anterior, cuando entró un hombre y lo saludó amablemente. Le preguntó cómo estaba. Esta vez Germán puso atención y trató de entender desde el principio, pero nuevamente no logró comprender todo lo que le decían o preguntaban. De nuevo apareció Li, quien se veía más linda que durante el día. El hombre y Li intercambiaron algunas palabras y ella se fue. Entonces a Germán le pareció que este era el momento propicio para preguntar. Se aclaró la garganta y dijo en un perfecto y modulado español que él no podía casarse con Li, porque llevaba más de 50 años casado con una mujer que no solo amaba, sino que adoraba con todo su ser. Y por muy linda que fuera Li, no la amaba, ni siquiera la conocía. El hombre no le prestó atención y solo le dijo que era su deber y que era un asunto de seguridad nacional. Nuevamente le decían lo mismo. No lo lograba entender. En fin, si estas personas lo tenían secuestrado, lo único que le quedaba era intentar una huida. Y es así como lo empezó a planear.

      No durmió durante la noche e intentó aguzar al máximo el oído para escuchar cuántas personas podía haber afuera. Se escuchaban pitidos de máquinas y distintas conversaciones. Entraba gente al sector donde estaba y se hacía el dormido. Si no iban a contestar sus preguntas, no se iba a molestar en hacerlas y tampoco se mostraría amable, pensó. Se mantuvo tranquilo, pensando que el mejor momento para huir sería de madrugada, cuando ya hubiera algo de luz natural para ver mejor. Así pasó parte de la noche, imaginando su huida. Luego se quedó dormido, profundamente dormido.

      Se despertó de pronto y rápidamente recordó su plan de escape. Vio que por las rendijas se colaba una tenue luz que le hizo pensar que ya estaba amaneciendo. Se llevó las manos a la cintura, luego al pecho y notó que no estaba amarrado. Se levantó cuidadosamente, para no hacer ruido y alertar a las personas que estaban afuera. Se acercó a la pared, para mirar por una de las rendijas y vio un extenso potrero. ¿Dónde estaba? Hurgaba en su memoria por recuerdos que le permitieran reconocer el lugar, pero no lo consiguió. Tocó la pared y para su sorpresa una tabla estaba floja y la pudo mover. Luego hizo lo mismo con la de al lado y con la siguiente. Rápidamente tuvo abierto un espacio suficiente para poder escapar. Debía aprovechar esta oportunidad, no tenía tiempo que perder. No lo pensó dos veces y escapó. Fue fácil. Trató de avanzar lo más rápido que pudo. Debía dejar atrás todo, antes de que se dieran cuenta de su huida.

      Al principio caminó con mucho cuidado, no había suficiente luz aún y eso le impedía ver bien. Cuando ya se había alejado unos cien a ciento cincuenta metros, sintió una sirena. Germán supuso que habían detectado su huida, por lo que ahora tenía que correr. Si, correr, un hombre de setenta y nueve años que a menudo usaba bastón. Pero no tenía alternativa, no podía arriesgarse a que lo pillaran y lo obligaran a casarse con Li. Y corrió como nunca lo había hecho.

      Se había quedado dormido, sin lugar a duda. Se había corrido la sombra del árbol y el sol que le daba directo en la cara y el calor lo despertaron. Se tocó las piernas, las sentía poco, pero ahí estaban. De pronto se le vinieron todos los recuerdos como una bomba que explotó en su cabeza: la cama en la que estuvo amarrado, el hombre de cuarenta años, Li Chiang, el supuesto matrimonio. Se tranquilizó cuando constató que nadie lo seguía. Afirmado del árbol se puso de pie y comenzó a caminar lentamente, muy lentamente. Las piernas le pesaban muchísimo. Había sido muy grande el esfuerzo de la huida, y eso lo había dejado profundamente cansado. Veía los volcanes a lo lejos, y su intención era llegar hasta alguno de ellos. Pero ¿cuánto tendría que caminar? ¿Unos 50 kilómetros quizás? Lo que sí tenía claro es que no conocía ese paisaje. Había un volcán adelante y otro a la izquierda. Eso lo hizo pensar en que no estaba en Chile.

      Tenía temor de ser encontrado por sus captores, por lo que evitó los caminos y siguió caminando por el campo, en la medida que podía, porque cada vez sentía más y más pesadas sus piernas. Cuando ya había caminado unas tres horas y después de descansar un rato, se atrevió a salir a un camino. Supuso que sus captores, si no lo habían encontrado ya, probablemente habían perdido interés en él. Al poco andar se encontró con un lugareño al que le preguntó donde se encontraba. No fue tanta su sorpresa cuando le confirmó que no estaba en Chile, pero sí se sorprendió al enterarse que estaba en Guatemala, ¡¡¡¡sí en Guatemala!!!! ¿Cómo había llegado ahí?, era algo que trataría de descubrir, pero lo más importante por ahora era tratar de volver a su país. Estaba en estas deliberaciones, cuando oyó una voz familiar, sí tremendamente familiar. Abrió mejor los ojos y por el camino se estaba acercando una mujer que le hablaba directamente a él. Una mujer

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