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y en sus conceptos básicos: oportunidades, libertad, productividad, equidad, seguridad y dignidad. De este modo, el concepto de trabajo decente debe estar en la base del desarrollo de políticas a favor de los trabajadores (Gamero Requena, 2015).

      Ante esto, ¿debe el Estado encargarse de generar empleo o promover el empleo? En el pasado, el Estado llegó a tener una presencia dominante en los mercados de bienes y factores del Perú. En paralelo, la administración pública acogió a miles de trabajadores que no necesariamente, en su totalidad, contribuían a la eficiencia y eficacia del Estado. En lugar de ello, originaban trabas burocráticas en los trámites, así como excesivas regulaciones que dificultaban el adecuado desempeño de la sociedad (Du Bois & Torres, 2006, p. 22). Es más, la situación respecto a los funcionarios públicos se agravaba al no existir un sistema que permitiera relacionar su productividad con su remuneración (Du Bois & Torres, 2006, p. 26). Precisamente, los recursos públicos debieron ser usados para promover el empleo, y aún más, incentivar el trabajo decente para todos sin distinción. Esto significa, ciertamente, que los tomadores de decisiones públicas deben formular y construir un clima en el que trabajadores y empresarios logren sus objetivos sin privilegios, rentismos y subsidios insostenibles. Y, a la par, que la clase trabajadora y empresarial opte por mejorar sus competencias y habilidades en lugar de hacer lobbying y pugnar por favoritismos del Estado.

      En general, la realidad trágica de los jóvenes de bajos ingresos siempre debe estar bajo escrutinio para encontrar una solución. Las cifras son preocupantes. Por ejemplo, entre los años 2007 y 2018, la tasa de desempleo entre jóvenes de 15 a 24 años ha sido mucho mayor que las que experimentaron grupos de mayor edad. Como se aprecia en la figura 1.1, durante la época de bonanza económica, el desempleo para los jóvenes se redujo de manera considerable y llegó a disminuir en 4 puntos porcentuales para el año 2013. No obstante, resulta fácil intuir lo difícil que ha sido para el joven encontrar empleo en el escenario de desaceleración productiva observado después del año 2015. Las cifras denotan resultados preocupantes: al año 2016, la tasa de desempleo igualó los resultados obtenidos 10 años atrás.

      Asimismo, la figura 1.2 nos indica que la diferencia entre desempleo femenino y masculino en el área urbana también ha persistido a lo largo de los años. Si bien las tasas de desempleo por género a nivel nacional han tenido una tendencia descendente, se ha mantenido la diferencia entre ambas. De este modo, de decidir participar de la fuerza laboral, las mujeres tienen menos probabilidad de conseguir trabajo que los hombres. Esto sugiere que el desempleo tiene factores tanto de edad como de género.

      ¿Cómo se explican estos fenómenos? Las mujeres, como todos, tienen derecho a la igualdad de oportunidades. Asimismo, existen esfuerzos como el Programa Interamericano sobre la Promoción de los Derechos de la Mujer y la Equidad e Igualdad de Género (1998), que tiene como objetivo alcanzar el pleno acceso de las mujeres al mercado laboral en condiciones de igualdad (Cepal et al., 2013). No obstante, la presencia de discriminación por género hacia las mujeres persiste en el mercado laboral y es la causa de sus tasas de desempleo más altas (OIT, s. f.).

      Figura 1.1 Tasa de desempleo según grupos de edad en áreas urbanas, 2007-2018

      Fuente: INEI (2019e). Elaboración del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.

      Figura 1.2 Tasa de desempleo del área urbana según género, 2007-2018

      Fuente: INEI (2019e). Elaboración del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.

      Esto se puede explicar por las percepciones sobre roles de genero arraigadas en la sociedad (OIT, 2015). Las mujeres realizan la mayoría del trabajo no remunerado, que implica el rol de cuidadora del hogar y de la familia (Beltrán & Lavado, 2014). Esto dificulta su inserción en el mercado laboral, pues se considera que el doble rol podría afectar su rendimiento al desempeñar una función (Bustelo, Suaya, & Viollaz, 2018). De la misma manera, existe particular dificultad para lograr insertarse en determinados sectores del mercado, como áreas técnicas y científicas (Ruiz-Bravo et al., 2018). Esto debido a que las mujeres son menos propensas a elegir carreras de alta productividad, que se traducen en salarios más altos. La mayoría de las mujeres empleadas lo están en trabajos estereotipados como «femeninos» y de menores remuneraciones (OIT, 2015).

      De esta manera, la discriminación y la atención a trabajos domésticos están entre los principales obstáculos no solo para ingresar al mercado laboral, sino también para ascender a cargos de liderazgo (Alcázar & Balarin, 2018). Cabe resaltar, además, que la situación de discriminación se agudiza si la mujer pertenece a una minoría étnica (Garavito, 2011). La dificultad de ingreso al mercado laboral, además, conlleva la aceptación de sueldos menores y trabajos precarios, lo que genera un círculo vicioso. También puede traducirse en una mayor tasa de inactividad femenina causada por una menor motivación. Así, persiste el ciclo de la pobreza para el caso de las mujeres de bajos ingresos (INEI, 2018e).

      Por su parte, también existe literatura que explica la razón de las altas tasas de desempleo juvenil. Para Zegarra, una de las causas es la educación y la relación que esta posee con la pobreza. Dado que asistir al colegio supone un costo para aquellos que no tienen los recursos necesarios, se derivan problemas de deserción escolar, y, por ende, dejan de adquirir capacidades vitales para un futuro empleo (Zegarra, 2015, p. 21). Por ello, en la medida en que «el sistema educativo y de capacitación no [prepare] adecuadamente a los jóvenes para el mundo laboral» (Ferrer, 2014, p. 51), el desempleo creciente será imparable. Ciertamente, se pueden dar otras explicaciones del ausentismo y la rotación laboral en los jóvenes. Por ejemplo, Huamani sostiene que los trabajadores de menor edad tienden a faltar al trabajo o cambiar de trabajo con mayor frecuencia que las personas mayores. Esto se explicaría por la falta de experiencia y por la inestabilidad que presentan los jóvenes (Huamani, 2013, p. 88).

      Por otro lado, Chacaltana y Ruiz consideraron que otro factor importante del desempleo juvenil ha sido la transición a la maternidad o paternidad, usualmente no planificada, que presentaron los jóvenes. En su investigación, encontraron que, a los 29 años, el 65% de los hombres y el 80% de las mujeres ya contaban con hijos. Esto se traducía en una mayor probabilidad de abandono tanto de estudios como de trabajos, para dedicarse al cuidado de los niños (Chacaltana & Ruiz, 2012, pp. 293-294). Además, los autores hallaron que aquellos jóvenes que lograban tener acceso a algún tipo de educación para obtener trabajo podían presentar el problema de skill mismatch. Este surge cuando una persona se encuentra sobrecalificada para un trabajo y existe un problema de inadecuación entre lo que se necesita en el mundo laboral y lo que esta ha estudiado (Chacaltana & Ruiz, 2012, p. 294).

      Favara y Sánchez sostienen que las experiencias a nivel cognitivo y formativo que tienen los jóvenes en la niñez o en la adolescencia son fundamentales para determinar su desarrollo educativo y laboral. Los autores resaltan que aquellos jóvenes de 22 años que crecieron en un ambiente cómodo y sin preocupaciones tienen mayores oportunidades para cursar estudios superiores, lo que los lleva a tener una mejor preparación para ingresar al mercado laboral. En la misma línea, hacen hincapié en que tanto las competencias socioemocionales como los sueños o aspiraciones cumplen un papel fundamental a nivel educativo en los jóvenes (Favara & Sánchez, 2018, p. 413).

      Una causa más que intenta explicar la brecha en análisis es la cantidad de tiempo que los jóvenes demoran en conseguir estabilidad en sus trabajos. Según la OIT, el momento en que se logra una transición completa es cuando una persona joven tiene un empleo estable, satisfactorio o no satisfactorio; o un empleo satisfactorio, pero temporal; o un empleo por cuenta propia satisfactorio (Ferrer, 2014, p. 54). Ferrer identificó, usando información de la Encuesta sobre la Transición de la Escuela al Trabajo (ETET) aplicada por el INEI en el año 2012, que el 69,6% de los jóvenes de entre 15 y 29 años tardaron alrededor de tres años para lograr una transición completa. Ese tiempo de demora llegó a ser de tres a seis años, o hasta de seis a más años, en proporciones más reducidas de la población, el 14,9% y el 11,8% respectivamente (Ferrer, 2014, p. 59). ¿Cuánto de esta transición

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