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contra la mujer por razón de su género.

      Quien se adentre un poco en la obra de Rosalía de Castro podrá advertir la denuncia reiterada de la concepción intelectual y social sobre la mujer escritora. Ejemplo de ello lo encontramos en el breve y sublime ensayo de corte marcadamente feminista, Las literatas. Carta a Eduarda, publicado en 1865, dirigido a su amiga íntima, Eduarda Pondal, fallecida de tifus en 1853. Rosalía y su amiga habían acudido ese año a la romería de Nuestra Señora de la Barca en el municipio de Muxía, donde ambas contrajeron la enfermedad. Eduarda no pudo superarla. Fue precisamente en Muxía, municipio de La Coruña, donde Rosalía de Castro situó, seis años después, la trama de La hija del mar.

      La dura crítica que la literata recibió de la sociedad de la época fue puesta de manifiesto por la propia autora en el prólogo de la novela que nos ocupa. Lo primero que llama la atención es el contenido marcadamente reivindicativo del mismo. En él, la escritora gallega hace patente su denuncia de la peyorativa concepción social e intelectual que en la época se tenía de la mujer que escribía porque, tal y como señala en el mismo prólogo: «… todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben». En este pequeño texto, la autora de Follas novas realiza una defensa de la escritura de obra femenina, nombrando a mujeres de distintas disciplinas artísticas que la han precedido como madame Roland, Rosa Bonheur, santa Teresa de Jesús y George Sand —seudónimo de la periodista y escritora francesa Amantine Lucile Dupin de Dudevant—, con cuyas citas comienza algunos de los capítulos de esta magnífica novela.

      Destaco el tono irónico y lleno de sarcasmo que utiliza la autora gallega para dejar patente su disconformidad ante estos hechos en los siguientes términos: «Se nos hace el regalo de creer que podemos escribir algunos libros, porque hoy, nuevos Lázaros, hemos recogido estas migajas de libertad al pie de la mesa del rico, que se llama el siglo XIX».

      Con esta exposición de intenciones inicial, la autora desarrolla una novela que divide en un total de veinte capítulos, a los que añade un capítulo final a modo de conclusión. Se trata de un texto de carácter marcadamente romántico acorde con el género literario imperante a principios y medianos del siglo XIX, donde priman las emociones, la idealización de lo tradicional y la muerte, el amor y la pasión como temas principales, entre otros elementos. No son pocas las citas de uno de los máximos exponentes del Romanticismo, el británico Lord Byron, con las que Rosalía de Castro encabeza los capítulos de la obra. También da cabida a citas de escritores españoles como Luis de Góngora y Zorrilla, así como del alemán Goethe y de los franceses Victor Hugo y George Sand, entre otros.

      Resulta magnífica la descripción de acuerdo con los más clásicos cánones románticos que realiza la autora para describir el paisaje de las costas gallegas y sus gentes, especialmente de las formas de vida de la zona de Muxía, en la denominada Costa de la Muerte, a los que califica de «lugares malditos por Dios».

      La hija del mar es una dignificación de las gentes de la mar. Frente a los marinos, a los que describe de corazón noble a pesar de su tosquedad en costumbres y tradiciones, sin faltar alguna referencia al ideario mitológico gallego como la procesión de la Santa Compaña, contrapone a las clases pudientes, centralizadas en la figura de Alberto Ansot. Es a este hombre, opresor y malvado, al que se enfrentan las dos protagonistas de la novela, Teresa y Esperanza.

      Son ellas, dos mujeres que han crecido huérfanas en ausencia de la figura paterna, las protagonistas frente a los varones de la obra, circunscritos al papel de secundarios necesarios. Encontramos aquí cierto paralelismo con la biografía de Rosalía de Castro, quien, al nacer como hija ilegítima del sacerdote José Martínez Viojo (1798-1871) y de María Teresa de la Cruz Castro y Abadía (1804-1862), de familia noble venida a menos, fue registrada en su partida de nacimiento como hija de padres desconocidos.

      Existe, como vemos, un trasfondo autobiográfico en esta novela que no puede pasar desapercibido para el lector, centralizado en un padre ausente y ajeno a la vida de las protagonistas, quien, además, resulta ser un hombre depravado y amoral que intenta seducir a Esperanza, lo que encubre la posibilidad de una relación incestuosa tal y como se descubre según se avanza en la obra.

      Hay que señalar, así mismo, la denuncia que realiza la autora de la condición de sometimiento al hombre por parte de la mujer de su época y, muy especialmente, de la capacidad del hombre de regir como dueño y señor sobre la vida y la voluntad de la mujer por el solo hecho de ser mujer, sobre la que llega, incluso, a ejercer violencia física y psicológica.

      La hija del mar pone de manifiesto una relación entre las dos protagonistas entrelazadas por el amor, la solidaridad y la sororidad, que las unen frente a un hombre que se escuda en su posición social para abusar de ellas y humillarlas. Se trata, pues, de una novela que podríamos considerar feminista, dado que está protagonizada por mujeres, se centra en temáticas propias del universo literario femenino como la relación madre-hija y contiene una clara denuncia de la violencia machista ejercida contra la mujer.

      No quiero culminar este prólogo sin hacer una referencia al mar, un elemento esencial en esta novela desde su mismo título. La idealización del mar como espacio para el reposo definitivo es una constante de la literatura española y muy especialmente en la literatura gallega en la que son casi inevitables las referencias de los naufragios de navíos y barcos pesqueros. La hija del mar comienza con la llegada de una niña casi recién nacida que fue abandonada sobre una roca y culmina con el cuerpo de esa misma niña, ya adulta, mecido por el arrullo de las olas. El mar como inicio y fin, como lugar de nacimiento y de muerte.

      La casa museo dedicada a la figura de Rosalía de Castro, ubicada en el municipio gallego de Padrón, acoge una frase escrita en la pared en la que se apoya el cabezal de una solitaria y sencilla cama de hierro que reza: «Abride esa fiestra, que quero ver o mar» (Abrid esa ventana, que quiero ver el mar).

      Esas fueron las últimas palabras de una mujer que imaginaba ver el mar en el río Ulla, dado que desde aquella ventana no se puede ver el mar pero sí el río. Allí, desde aquella cama, mientras vivía sus últimos momentos, Rosalía de Castro, yacente, víctima de un cáncer de útero que se la llevó el 15 de julio de 1885, con tan solo cuarenta y ocho años, pedía volver a ver el mar, su reposo infinito. «¡Ahí voy! Yo les dije. / Dame dulce muerte / aguas donde las plumas / duermen para siempre…». (Follas novas).

      A Rosalía de Castro le debemos esta visión terrible y romántica del mar y de sus gentes. Su novela La hija del mar constituye una maravillosa manera de adentrarnos en el esplendoroso universo creativo en torno al mar, el amor entre madre e hija y la lucha por la libertad, de una de las principales figuras de la literatura gallega, española y universal.

      Josefa Molina

      La hija del mar

      Rosalía de Castro

      [Nota preliminar: Edición a partir de Vigo, Impta. de J. Compañel, 1859, cotejada con la de Mauro Armiño (Obra completa, Madrid, Akal, 1980, t. II, pp. 11—240) y la de Manuel Arroyo Stephens (Obras completas, Madrid, Fundación José Antonio Castro, 1993, t. I, pp. 43—216).]

      A Manuel Murguía

      A ti que eres la persona a quien más amo, te dedico este libro, cariñoso recuerdo de algunos días de felicidad que, como yo, querrás recordar siempre. Juzgando tu corazón por el mío, creo que es la mejor ofrenda que puede presentarte tu esposa.

       La autora

      Prólogo

      Antes de escribir la primera página de mi libro, permítase a la mujer disculparse de lo que para muchos será un pecado inmenso e indigno de perdón, una falta de que es preciso que se sincere.

      Bien pudiera, en verdad, citar aquí algunos textos de hombres célebres que, como el profundo Malebranche y nuestro sabio y venerado Feijoo, sostuvieron que la mujer era apta para el estudio de las ciencias, de las artes y de la literatura.

      Posible me sería añadir que mujeres como madame Roland, cuyo genio fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; madame Staël, tan gran política como filósofa y poeta;

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