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Hasta que Lo veamos cara a cara, Dios seguirá obrando mediante Su Espíritu y Su pueblo.

      Esto solo suena sencillo. Una cosa es pedirle ayuda al Señor: incluso si nuestra fe es especialmente débil, hemos oído que Él nos invita a clamar por ayuda y nos oye cuando lo hacemos (Salmo 62:8), así que estamos dispuestos a correr el riego de abrirnos un poco ante Él. Pedirle ayuda a un hermano es algo muy distinto: nuestro orgullo se resiste a ser vulnerable. Es más, si alguna vez confiaste en alguien y solo recibiste comentarios hirientes o poco solidarios, es posible que en ese mismo instante hayas decidido que no dejarías nunca que eso volviera a ocurrir, lo que significa que te guardas tus problemas. Esta estrategia autodefensiva puede parecer efectiva a corto plazo. Sin embargo, Dios no nos creó para que actuáramos así con los demás, por lo que, a la larga, producirá miseria en vez de seguridad. En lugar de hacer eso, optamos por seguir un camino mejor. El proceso para pedir oración se presenta a continuación:

      1. Identifica problemas en tu vida

      Los problemas siempre están golpeando la puerta. Por lo general, la lista de problemas incluye las finanzas, el trabajo, las relaciones, la salud y otros asuntos específicamente relacionados con nuestro conocimiento de Jesús y la manera en que vivimos para Él y con Él.

      2. Conecta un problema específico con la Escritura

      Cuando conectas tus problemas con la Escritura, estás ligando tu vida a las promesas, gracias y mandamientos de Dios. Desarrollar esta habilidad toma tiempo, pues hay mucho en las Escrituras, pero es probable que tengas una idea general de lo que Dios dice:

      «A veces, se me hace difícil incluso orar por las dificultades de mi vida. ¿Podrías orar para que, en lo profundo de mi corazón, sepa que a Dios le importan y que me invita a derramar mi corazón delante de Él?» (Salmo 62:8).

      «He estado enfermo por un tiempo y puedo desanimarme mucho. ¿Podrías orar para que me torne de inmediato a Jesús cuando me sienta especialmente miserable?» (2 Corintios 4:16–18).

      «He sido brusco con mi cónyuge las últimas semanas. ¿Podrías orar para que viva con humildad y mansedumbre cuando tratemos de hablar sobre asuntos difíciles?» (Efesios 4:1).

      «Me he frustrado tanto por mi hija que llegué al punto en que deseo más su respeto que ser paciente y mostrarle benignidad. ¿Podrías orar por mí?» (1 Corintios 13:4).

      «Durante el último tiempo, mi jefe ha sido crítico y áspero. Ni siquiera sé qué pensar de eso. ¿Tienes alguna idea de cómo podría orar?» (Romanos 12:18).

      Si no sabes cómo orar, pide a los demás que te ayuden a conectar tus necesidades con la Palabra de Dios.

      La voluntad de Dios es que le pidamos ayuda a Él y a los demás. Cuando lo hacemos, damos un paso importante para poder ayudar a otros, pues los ayudantes menesterosos y humildes son los mejores ayudantes. Además, en el transcurso del camino, bendeciremos a nuestra comunidad e induciremos a los demás a ser dependientes, abiertos y vulnerables.

      Discusión y reacción

      1. ¿Alguna vez le has pedido a otra persona que ore por ti? ¿Cómo fue esa experiencia?

      2. Trata de conectar tus necesidades con las promesas de Dios. Si es posible, identifica pasajes bíblicos concretos, pero eso no es necesario para comenzar. Puedes practicar con tus propias necesidades o usar escenarios como los siguientes:

      • Problemas de salud

      • Temores financieros

      • Dificultades relacionales

      3. ¿Cómo esperas aumentar tu dependencia? ¿A quién podrías pedirle que ore por ti?

      4. Dense el tiempo de orar juntos.

      Dios toma la iniciativa y se acerca a nosotros; nosotros tomamos la iniciativa y nos acercamos a los demás. Esta enseñanza simple tiene aplicaciones infinitas.

      El Señor nuestro Dios siempre da el primer paso.

      Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).

      Esta sección de Ezequiel trata sobre el pueblo de Dios, que ha dejado a su verdadero Pastor y ha sido abusado por sus líderes. Aunque las ovejas no hacen ni un ademán de regresar al Señor, Él busca a las perdidas, trae de regreso a las descarriadas y venda a las heridas (v. 11-24). Su misericordia y compasión abren el camino.

      Esta historia tiene muchísimas variantes. Piensa en cómo Oseas buscó y cuidó a su esposa rebelde de un modo persistente pero silencioso e incluso anónimo. Lo hizo para ilustrar el amor inquebrantable de Dios. Piensa en Jesús y en cómo viajó por la ruta menos transitada para alcanzar a una mujer samaritana marginada (Juan 4). Recuerda la vez en que habló de cómo Él busca a esa única oveja perdida (Lucas 15:4–6). Él toma la iniciativa, especialmente para acercarse a los necesitados, aunque sea una sola persona.

      Los reyes reciben al pueblo. Se dignan a otorgarte una audiencia de cinco minutos y después debes irte. Los reyes no aparecen en tu casa ni se salen de su camino para ayudarte. Sin embargo, todo cambia cuando llega el Rey Jesús. Este Rey abandona las inmediaciones del palacio y te encuentra.

      Jesús nos busca; nosotros nos buscamos unos a otros

      Todas las historias bíblicas en que el Señor Se acerca a la gente son historias de gracia. La gracia consiste en que Dios Se acerque a nosotros en Cristo. Él no nos buscó porque clamáramos muy bien o diéramos el primer paso para reformarnos. Simplemente estábamos enfermos y lo necesitábamos. Peor aún: éramos enemigos que no tenían la intención de rendirse.2

      Él parte diciendo «Te amo», aun cuando nosotros respondemos encogiendo los hombros con indiferencia o con una expresión que equivale a un «gracias» insustancial. Y aquí descubrimos por qué puede ser difícil que nos acerquemos a los demás: el que toma la iniciativa en la relación ―el que ama más― es el que se arriesga a que lo humillen.

      Pero imagínate esto. Tú crees que Jesús te busca. Has dejado atrás las viejas mentiras que te sugerían que no le importas y que te ha olvidado. Gracias a Jesús, ya no buscas a la persona con la que es más fácil hablar cuando la gente se reúne. En cambio, te acercas a los callados, a los nuevos y a los excluidos. Imagínate a un grupo de personas que se acercan mutuamente, que son más activas que pasivas, que aman más que lo que temen el rechazo. Se ven gloriosas; atraen al mundo. Ese es un ejemplo de lo que el apóstol Pablo llama vestirse del Señor Jesucristo y es una evidencia de que el Espíritu de Cristo está operando en nosotros.3

      Cuando medites en cómo empezar a acercarte más a los demás, piensa en los que han tenido dificultades en la vida. Por ejemplo, en una ocasión, un hombre compartió con un grupo pequeño de personas que el último año había sido el más difícil de su vida. En respuesta, nadie dijo ni una sola palabra. Nadie se acercó a él nunca. Nadie le dijo: «Por favor, cuéntame más. ¿Cómo estás ahora? ¿Cómo puedo orar por ti?». Nadie. No es sorprendente que se haya guardado sus problemas los próximos diez años.

      Con demasiada frecuencia, nos quedamos callados al escuchar los problemas de los otros. El silencio es lo mismo que alejarse.

      Jesús escucha; nosotros escuchamos

      Por lo tanto, nos acercamos a los demás. Parece que los extrovertidos logran que eso se vea fácil. Los más tímidos pueden sentirse intimidados por la posibilidad de que se produzca incomodidad o silencio. Sin embargo, la búsqueda amorosa no es sencilla ni natural para nadie. Todos necesitamos humildad y la ayuda de la Escritura para sortear las primeras etapas de una conversación útil. Esos pasos iniciales pueden ser más o menos así:

      • El Señor nos llama familia, así que nos saludamos calurosamente.

      • El Señor sabe nuestro

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