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cada vez que el matrimonio de un amigo colapse. De algún modo, el humo tóxico del colapso de los demás parece alcanzar ―y amenazar― nuestros propios matrimonios.

      ¿Por qué colapsan las relaciones? Hay razones muy variadas, pero una de las principales es la desilusión. No empezaríamos si no tuviéramos esperanzas, las explicitemos o no. Cuando nuestros objetivos se ven frustrados, nos sentimos tentados a salir corriendo. Por eso, quiero comenzar con la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser nuestro propósito? ¿Cuáles son las esperanzas y los objetivos correctos para el matrimonio?

      Algunos libros sobre el matrimonio se enfocan en las preguntas del cómo. ¿Cómo podemos comunicarnos mejor?, ¿cómo podemos tener mejores relaciones sexuales?, ¿cómo podemos resolver los conflictos?, y así sucesivamente. Estas preguntas tienen su lugar, pero, por lo general, no voy a enfocarme en ellas.

      Otros libros (los más teóricos) se enfocan en las preguntas del qué, en las definiciones. ¿Qué es el matrimonio?, ¿tiene límites?, ¿es lo mismo convivir que estar casado?, y otras por el estilo. Estas preguntas también son importantes, pero vuelvo a decir que no voy a centrarme en ellas.

      Es bueno partir con las preguntas del porqué. Si tenemos claros nuestros objetivos, veremos por qué el matrimonio tiene que ser lo que es, y estaremos bien ubicados para aprender cómo construir un matrimonio más fuerte.

      Quisiera comenzar con una afirmación fundamental:

      Debemos querer lo que Dios quiere del matrimonio. O, por decirlo de otra forma, el porqué de Dios es más importante que mi porqué. Situar a Dios al centro pondrá nuestra mentalidad de cabeza. A veces, las iglesias nos dan la impresión de que Dios existe para ayudarme a hacerlo mejor en la vida. Acudo a Dios porque Él puede ayudarme en mi matrimonio. Él es mi consejero de vida y, si tengo suerte, el viento es favorable y le “pago” lo suficiente con oraciones y unas cuantas actividades religiosas bien escogidas, Él usará Sus energías en mis metas. Me ayudará a conseguir lo que quiero. En el matrimonio, me ayudará a estar feliz y satisfecho.

      La realidad es todo lo contrario. Tú y yo tenemos que pedirle a Dios lo que Él quiere y luego adaptar nuestros objetivos a los Suyos en lugar de esperar que Él adapte los Suyos a los nuestros. Esto es así por al menos dos motivos.

      El primero tiene que ver con lo bueno y lo malo. Dios nos ha dado todo lo que tenemos. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de Él (Santiago 1:17); por lo tanto, lo más básico que los seres humanos debemos hacer es honrarlo, darle gracias (Romanos 1:21) y amarlo con toda nuestra mente y corazón (Mateo 22:37-38). Solo por hacer lo que es moral, deberíamos pedirle lo que Él quiere y no esperar que Él quiera lo que nosotros queremos. Eso también es aplicable al sexo.

      La segunda razón es de carácter práctico: lo que Dios quiere (por definición) está en armonía con cómo realmente es el mundo y con cómo estamos hechos. Ya que Él es el Creador, vivir en armonía con Sus propósitos es lo mejor para nosotros. Esto nos resulta muy difícil de entender. Por ejemplo, el escritor Will Self lo expresa muy bien cuando dice que, en nuestra cultura, lo bueno y lo malo no forma parte de “la estructura misma del cosmos”, sino que es “un asunto de preferencia personal similar a la etiqueta de un diseñador que está cosida en el revestimiento interior de la conciencia”.1 Uno elige lo que es bueno y malo para uno mismo; es una decisión personal de mi manera de vivir. En contraste con esta idea, el cristiano sostiene que el bien y el mal es para el universo lo que la piel de un animal es para ese animal. El animal no puede cambiarse de abrigo, y así tampoco podemos nosotros escoger lo que es bueno y malo a nivel personal como quien escoge un abrigo del ropero. Dios creó el mundo con estructura y orden, no solo con un orden físico (que es el que explora la ciencia), sino también con un orden moral. Este es el concepto bíblico de la sabiduría, que es el plano o la maqueta según la cual Dios formó el mundo: “Jehová con sabiduría fundó la tierra” (Proverbios 3:19).

      Por lo tanto, cuando pedimos lo que Dios quiere, estamos pidiendo lo mejor para nosotros. Lo mejor para nosotros no es lo que nosotros queremos, sino lo que Él quiere. Cuando pido lo que Dios quiere para el matrimonio, estoy diciendo que quiero que mi matrimonio esté en línea con la dirección del universo.

      Es por esto que debo empezar nuestro estudio con un llamado al arrepentimiento. Eso suena anticuado, pero es justo lo que necesitamos: cambiar nuestra mente, alejarnos conscientemente de lo que queremos -de nuestras esperanzas para el matrimonio- y buscar Su voluntad y Sus metas para la relación matrimonial. Si son una pareja que se está preparando para el matrimonio, ¿alinearán sus metas con los propósitos de Dios? Si están casados, ¿realinearán sus esperanzas con lo que Dios quiere? ¿Querrán lo que Dios quiere de su matrimonio? Si no estás casado, ¿resolverás también tú servir a Dios de todo corazón con las oportunidades que te ofrece la soltería?

      Pero ¿qué quiere Dios del matrimonio? ¿Por qué eligió crear a la raza humana como varón y hembra? Podemos suponer que no era necesario que lo hiciera así. Un amigo mío solía recalcar que Dios podría haber creado a todos los seres humanos como las amebas que, cuando quieren multiplicarse, simplemente se dividen. Sin embargo, decidió formarnos como hombres y mujeres, con toda la química misteriosa y maravillosa del deseo y el deleite sexual. ¿Por qué hizo eso? ¿Cuál es Su objetivo? La mayor parte de este libro explora la respuesta a esa pregunta. Aquí no encontrarás consejos prácticos para tu vida, sino un compromiso serio con el concepto cristiano de Dios. No obstante, lo sorprendente es que tendrás un mejor matrimonio si te enfocas en Dios y no en el matrimonio. Pon a Dios al centro y esfuérzate por querer lo que Él quiere.

      Para estudio y discusión

      1. ¿Por qué es importante indagar en el porqué del matrimonio antes de abordar el qué y el cómo?

      2. ¿Por qué debemos poner a Dios al centro?

      3. Date el tiempo de orar con calma al comienzo de estos estudios. Pídele consciente y deliberadamente a Dios que te ayude a situarlo a Él y a Sus propósitos al centro.

      Ana estaba entumecida. Hace apenas seis meses había puesto su confianza en Jesucristo. Esta noche tendría su primera cita con un cristiano. Marcos parecía tener un pasado intachable: venía de un hogar cristiano amoroso, poseía una fe cristiana genuina desde que tenía memoria y no había tenido ninguna novia oficial antes. Ahora le había pedido una cita a ella, a Ana.

      Ana lo encontraba muy atractivo, en el sentido físico y también como un amigo cristiano al que respetaba y con el que le encantaba estar. Se supone que tenía que estar entusiasmada, pero se sentía entumecida. Es que el pasado de ella era un gran desastre en comparación con el de él. Ahora, todo ese pasado volvía como un diluvio: su hogar disfuncional, el divorcio caótico de sus padres y sus dos “padrastros” que duraron muy poco; la horrible presión escolar para que no fuera una “virgen” (un término infame de desdén, ¡cuánto la aterraba!); la noche en que la presionaron para que durmiera con un joven por primera vez; el descenso gradual hacia el sexo barato, que la hacía sentir sucia, pero que no podía resistir por miedo a que no la amaran.

      A estas alturas, por poco estaba programada para esperar que las citas terminaran en la cama. Sabía en su mente que esta tenía que ser distinta, pero estaba paralizada por el miedo y el arrepentimiento. “¿Cómo puedo ser cristiana yo?”, se preguntó. “Estoy sucia, soy un producto de segunda selección. La pureza es el sueño de los otros, pero nunca podrá ser una realidad para mí”. Anhelaba la pureza.

      Por eso, cuando Marcos llegó a la puerta, en vez de encontrar a la Ana alegre y relajada que había conocido en el grupo de jóvenes de la iglesia, encontró a una chica tensa y con trazas de lágrimas en las mejillas.

      Al comenzar nuestro estudio de la Biblia, quiero dedicar el primer capítulo a la gracia. Esto es muy importante. Si no entendemos la gracia, malentenderemos toda la enseñanza bíblica sobre el sexo y el matrimonio. Lo que

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