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este potencial innato hacen que nuestra práctica sea significativa y la eleva del terreno de la mera relajación. Todas las tradiciones aseguran que no hay un logro definitivo, y que los denominados logros a lo largo del sendero espiritual son solo subproductos y no se les debería prestar atención.

      «Logro», «meta», son términos del ego, y, por tanto, no son relevantes en este sendero. Sin embargo, esto, de nuevo, es ir a contracorriente, dado que estamos fuertemente condicionados para valorar los logros y estamos programados para darles la mayor prioridad.

      Los Padres y Madres del desierto del siglo IV (véase el Epílogo) también vieron la búsqueda del logro como algo provocado por la desviación de las fuerzas emocionales del ego: los demonios. Buda también pensó brevemente en los logros, y los llamó vehículos del ego:

      Buda estaba caminando a la orilla de un río y se encontró con un sadhu que parecía estar sentado en profunda meditación. Cuando el hombre dejó de meditar, Buda le preguntó qué estaba haciendo con tanta intensidad.

      –Quiero cruzar el río caminando sobre las aguas.

      –Ya veo –dijo Buda, y prosiguió su camino.

      Durante los siguientes veinte años, Buda se cruzó en varias ocasiones con este hombre, que seguía intentando su objetivo sin conseguirlo aún. Por fin, un día, mientras Buda pasaba por allí cerca, el sadhu, con una gran sonrisa, le dijo a Buda que por fin podía caminar sobre las aguas. Buda le felicitó, pero luego le preguntó suavemente si quizá no habría sido más sencillo pagar al barquero.

      La perspicacia repentina, los cambios de consciencia, la experiencia kensho y la iluminación no pueden provocarse solo con el mero esfuerzo. Cuanto más tratemos de alcanzarlas, más lejos parecerán alejarse.

      La transformación tendrá lugar solo cuando abandonemos nuestras aspiraciones para lograrla y todo voluntario esfuerzo que nos atrape en nuestra mente superficial. La gracia podrá entrar. La actitud deseada es la de desapego de todo lo que pueda o no pueda pasar, que ilustra maravillosamente este dicho de El camino de Chuang Tzu:

      Cuando un arquero dispara porque sí,

      está en posesión de toda su habilidad.

      Si está disparando por ganar una hebilla de bronce,

      ya está nervioso.

      Si dispara para conseguir un galardón de oro,

      se ciega

      o ve dos blancos...

      ¡Pierde la cabeza!

      Su habilidad no ha variado. Pero el premio

      lo divide. Está preocupado.

      Piensa más en vencer

      que en disparar...

      Y la necesidad de ganar le resta poder.

      ESPIRITUAL VERSUS PSÍQUICO

      Hay que destacar la importancia del desarrollo espiritual, moral y emocional que se producen de forma paralela. La consciencia más elevada que se obtiene en la meditación, el siguiente paso en nuestro crecimiento espiritual evolutivo, debe llevar a un cambio real de todo el ser, y solo así conducir al equilibrio y la armonía. Si todos estos aspectos no crecen uno junto a otro, puede surgir una potencialmente peligrosa unilateralidad. No es extraño ver maestros, avanzados espiritual y psicológicamente, cuyo desarrollo moral y emocional y cuyas habilidades interpersonales son muy escasos, con consecuencias muy lejos de ser deseables.

      La energía que se libera al seguir una práctica contemplativa puede utilizarse para la percepción y la transformación en todos los niveles que llevan al plano espiritual. Pero puede también ocurrir que el ego que no desee abandonar su posición dominante se aproveche de ello, evite futuros crecimientos y secuestre los llamados logros en el sendero espiritual. Jung denominó a esto el peligro de la inflación. El contacto con el yo más profundo, el Espíritu, da entonces como resultado una exagerada visión de uno mismo. Pensamos que somos especiales; nos sentimos superiores, contemplamos presuntuosamente a los demás desde arriba; nosotros lo sabemos mejor, lo sabemos todo. Y antes de que nos demos cuenta sufrimos un complejo de superioridad, que con el tiempo puede convertirse en megalomanía. El ego se ha apropiado de todo lo que la profundidad espiritual de nuestra naturaleza ha hecho posible. Esto puede conducir a la afectación y a la exageración de la práctica. Como se hace en el marco equivocado de la mente, es contraproducente y puede incluso llegar a ser peligroso.

      Uno de los logros es el resurgimiento de las capacidades psíquicas, que el ego confunde con el objetivo del viaje. Las capacidades psíquicas pudieron haber sido fuerzas humanas elementales que todos poseíamos en épocas anteriores. Quizá fueron importantes en una primera etapa de nuestro desarrollo evolutivo antes de que adquiriésemos la capacidad de usar lenguaje complejo. Con el desarrollo del lenguaje, estas primeras capacidades quizá se abandonaron.

      Pero la nueva fase evolutiva de nuestro desarrollo puede requerir la construcción de vínculos entre las antiguas y nuevas capacidades intelectuales e intuitivas: de ahí el resurgimiento de las capacidades psíquicas cuando meditamos. En términos neuropsicológicos, se activan senderos neurales entre el lado izquierdo del cerebro –el aspecto racional– y el lado derecho –el aspecto intuitivo, holístico–. El cerebro sigue el ejemplo que ha comenzado nuestra disciplina, integrando al mismo tiempo lo que somos.

      Sin embargo, concentrarse en estas capacidades y recalcarlas en exceso son pasos retrógrados. El verdadero crecimiento espiritual está obstaculizado, y el resultado es el estancamiento. Lo que hacemos es permanecer en el plano material; de hecho, el ego nos atrapa en esa realidad. Puede que experimentemos ocasionales atisbos de una dimensión espiritual, pero no entenderemos el verdadero significado que tiene. Lo consideramos como otro logro, como el alcance de otro nivel de potencial humano, señal de que hemos alcanzado un nivel superior de consciencia; de nuevo lo usamos para alimentar el ego. El resultado es que no puede tener lugar ninguna transformación o integración del todo de nuestro ser, y que no emergerá el yo basado en dichas experiencias. Los beneficios psíquicos de la meditación y el conocimiento de diferentes niveles de consciencia serán evidentes, pero el bagaje emocional y los condicionamientos seguirán distorsionando la perspectiva sobre la realidad e influirán adversamente en nuestras acciones en la vida. La fuerza motriz en lo individual será la propia conveniencia más que la compasión.

      ORIENTACIÓN

      La tradición advierte de que cuanto más lejos avanzamos por el sendero espiritual, más peligrosas se vuelven estas tentaciones de alcanzar logros motivadas por la vanagloria.

      Por tanto, recorrer a solas ese sendero se considera peligroso, puede conducir con facilidad no solo al autoengaño y el orgullo, sino también a la locura: «Decían los ancianos: “Si ves a un joven subir al cielo por su propia voluntad, agárrale del pie y tíralo al suelo, pues no le conviene”» (Sentencias de los Padres del desierto).

      Aunque a lo largo del tiempo el silencio y la quietud de la meditación nos llevan a encontrar el Maestro interior, el Cristo dentro, que nos proporciona percepciones sobre la base de nuestro comportamiento, sigue siendo recomendable que un maestro o un compañero de viaje más experimentado verifique estas percepciones o experiencias. Para discernir si estas percepciones provienen del ego o están inspiradas por lo divino y llegan a nosotros por medio del yo, se requiere experiencia basada en la práctica. Esta es una de las razones de la importancia que la meditación cristiana concede a la asistencia regular a un grupo de meditación. Además, la meditación se observa en el marco de una vida espiritual que tiene como elementos clave la fe y la confianza en la naturaleza benévola de la Realidad última. Se considera que es un aspecto complementario que ahonda y completa el conjunto de la disciplina espiritual de la oración. «La meditación es la dimensión que falta en gran parte de la vida cristiana hoy día. No excluye otros tipos de oración, e incluso profundiza el respeto por los sacramentos y la Escritura» (Laurence Freeman).

      En

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