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nosotros; ya estamos iluminados: «Hemos venido de la luz, el lugar donde la luz se ha originado por sí misma [...] Somos sus hijos» (Evangelio de Tomás 50). Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a este momento de conversión metanoia; una transformación del corazón y de la mente, una conversión esclarecedora que permite que el recuerdo del verdadero yo se haga más nítido con el tiempo. Esto nos permitirá cruzar el umbral entre los diferentes niveles de percepción. Literalmente significa una transformación en el nous. Nous es el término que utilizó Platón para definir nuestra esencia humana, pero incluía también nuestra mente. Cuando entramos en nuestro ser interior en el sendero de la contemplación, dejamos atrás nuestra inteligencia racional, nuestras emociones y nuestras percepciones sensoriales, y actuamos exclusivamente desde la facultad superior a la razón en el nous: nuestra inteligencia intuitiva. Este es nuestro vínculo y canal de comunicación con lo divino. Ahora lo llamamos nuestro yo más profundo, nuestra naturaleza espiritual. El yo no se ve afectado por los acontecimientos externos de nuestra vida y es libre para ayudarnos con sus percepciones e intuiciones, que se nos conceden tras el silencio de la meditación o en sueños, y de otras maneras que el yo espiritual encuentra para llegar hasta nosotros.

      El impulso hacia la metanoia suele ser un punto crítico o un acontecimiento importante en cualquier etapa de nuestra vida, cuando la realidad aparentemente segura e inmutable que vivimos se vuelca de modo desconcertante. Un individuo o un grupo nos rechaza; afrontamos el fracaso, la pérdida de la autoestima; perdemos un trabajo preciado o de pronto nos falta la salud. El resultado puede ser, o el rechazo a aceptar el cambio, un descenso a la negatividad, la desconfianza y la desesperación; o quizá, frente al hecho de que nuestra realidad no es tan inmutable como pensábamos que era, afrontamos el desafío de mirarnos a nosotros mismos, nuestro marco habitual y nuestras opiniones y valores con otros ojos.

      En un momento así, cuando la cadena que se compone de todos nuestros condicionamientos, todos nuestros pensamientos, recuerdos y emociones se rompe temporalmente, es cuando estamos libres y liberados en el «aquí y ahora»: el momento eterno. Durante un instante vemos la realidad tal como es. Lo que esto quiere decir de verdad lo demuestra claramente María Magdalena. Tras la crucifixión de Jesús, va a la tumba y la encuentra vacía. Está angustiada, absorta en su propio dolor, en su propia aflicción. E incluso, cuando Jesús aparece, ella está tan desbordada por su dolor que no es capaz de verle con claridad. No le reconoce y le confunde con el jardinero. En el momento en que Jesús la llama por su nombre, ella se abre paso a través de la visión nublada de la realidad, que está centrada en sus propias emociones y necesidades y le ve en su auténtica realidad.

      Eckhart Tolle, en su libro El poder del ahora, describe la crisis que le hizo emprender su viaje. Desde un sentimiento perpetuo de temor, de mundo ajeno, hostil y sin sentido, incluyendo su propia vida, llegó instantáneamente a la toma de conciencia de su verdadera naturaleza y de la verdadera naturaleza de la Realidad. En su momento de mayor desesperación le surgió la pregunta fundamental: «¿Quién soy yo realmente?», y en el vacío, dejándolo todo de verdad, él nació de nuevo en la consciencia de la Realidad última, que ofrece luz y vida a nuestra realidad ordinaria.

      El conocimiento de la verdadera Realidad de Bede Griffiths no surgió a partir de una crisis, sino de la contemplación de la naturaleza. En La cuerda de oro describe cómo la belleza del canto de un ave y de un arbusto de espino en flor le llevó a un profundo sentimiento de asombro al contemplar la puesta de sol mientras una alondra «derramaba su canción». Sintió que «estaba siendo consciente de otro mundo de belleza y misterio», y especialmente por la noche sintió en muchas otras ocasiones la «presencia de un misterio insondable».

      Habrá personas que reconozcan conscientemente la semejanza entre su propio estado mental al comienzo de su búsqueda en alguna de las experiencias descritas más arriba; para otras se reflejará a un nivel inconsciente.

      Este momento no siempre es tan dramático. Nuestra sensibilización perceptiva varía enormemente de una persona a otra, de un momento a otro. Puede que algunos de nosotros hayamos tenido un momento de trascendencia, la percepción de una realidad diferente, una huida de la prisión del ego, mientras escuchábamos música, poesía o estábamos absortos en una obra de arte. Puede que otros nunca hayan percibido conscientemente un momento real de conocimiento, y aun así, en cierto modo, han sido siempre conscientes de la existencia de una Realidad superior. Sin saberlo, están sintonizando cada vez más con esta realidad. Ya en un momento temprano de la meditación solemos alcanzar la experiencia de la verdadera paz e incluso de la borboteante alegría. Momentos como estos, en que nos liberamos de la preocupación por nosotros mismos, son dones divinos.

      En cualquier caso, este atisbo no es el final, sino el principio: un impulso a crecer. El deseo de saber más sobre esta realidad intuida se intensifica y buscamos a alguien que pueda ayudarnos a acercarnos más a ella. En este momento, a menudo descubrimos la meditación, de otra manera. Es el comienzo del trabajo de esclarecer e integrar la experiencia y, al hacerlo así, de permitir el ascenso a la consciencia espiritual, a la autenticidad personal y a la verdad transpersonal.

      Aunque esta repentina y atemporal percepción sea efímera y transitoria, puede tener efectos duraderos, pero se necesita trabajo, esfuerzo y gracia para conseguir una transformación permanente. Se necesita una danza, una danza de integración del ego con su sombra, del ego con el yo, del yo con la Realidad última.

      LA FILOSOFÍA PERENNE

      La posibilidad de integración del yo con la Realidad última está claramente expresada en la filosofía perenne 5, que describe la base común de todas las grandes religiones y filosofías. Es importante recordar que la uniformidad, la comunalidad, que destaca esta filosofía se basa en una auténtica experiencia espiritual práctica que tiene lugar más allá del tiempo y del espacio de nuestra realidad material habitual. Además, Bede Griffiths dice: «Cuando la mente humana alcanza cierto punto de experiencia, llega a este mismo entendimiento, y eso es lo que constituye la filosofía perenne». Se refiere a la forma intuitiva de entender, y no a la racional, una función predominantemente de la parte derecha del cerebro, no de la izquierda.

      La filosofía perenne afirma con seguridad que hay una Realidad última que es al mismo tiempo universalmente inmanente y trascendente en la creación. La realidad que podemos percibir con nuestros sentidos está integrada en y sustentada por esta Realidad dominante. La cualidad esencial de esta Realidad superior es que no pueden alcanzarla los sentidos ni la mente racional: los pensamientos o imágenes no pueden expresarla con claridad; es incomprensible e inefable. Pero hay algo en el eterno yo más profundo de un ser humano, más allá del ego personal, que tiene algo en común con esta Realidad última y puede, por tanto, relacionarse con ella. Es la base de nuestro yo personal que compartimos con los demás y con toda la creación; es ahí donde somos uno.

      Todos poseemos esa esencia, el yo. La filosofía perenne sostiene la firme convicción de que todos, no solo los tipos «místicos», pueden, pues, alcanzar la unión con la Informidad última, independientemente de cómo se manifieste esta: nirvana, no mente, iluminación, unión con la deidad. Al practicar la meditación como una disciplina espiritual contemplativa seria, nos hacemos personalmente conscientes de este innato potencial para la unidad omniabarcante y nos transformamos poco a poco por la gracia para estar cada vez más sintonizados con este nivel de conciencia más elevado.

      La energía del aspecto del yo de nuestro ser se reflejará con una energía similar en la Realidad divina:

      Todo lo que está limitado por forma, apariencia, sonido y color

      es llamado objeto.

      Entre todos ellos, solo el hombre

      es más que un objeto.

      Pero, al igual que los objetos, tiene forma y apariencia.

      No está limitado a la forma. Es más.

      Puede alcanzar la informidad.

      (CHUANG TZU)

      LOGROS ESPIRITUALES

      No hay nada por lo que luchar; no es

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