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en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz”.

      ¡Vida... paz... muerte! ¿Quién no elegiría la vida y la paz? Pero estas, dice Pablo, solo se producen cuando una persona tiene una mentalidad espiritual. No tener esa mentalidad es equivalente a la muerte. Pablo no permite una tercera posibilidad. Entonces, ¿qué es la mentalidad espiritual? ¿Qué se entiende por vida y paz? ¿Cómo podemos saber si tenemos una mentalidad espiritual o no? Estos son los asuntos que quiero examinar y analizar en este libro.

      No son asuntos sencillos, porque a menudo podemos tener conciencia de las influencias de la mentalidad espiritual y la mentalidad terrenal al mismo tiempo. Los cristianos están conscientes de las batallas continuas entre ambas (Gálatas 5:17). ¿Cómo podemos saber qué tipo de mente realmente tenemos? ¿Cómo podemos estar seguros de que no nos estamos engañando a nosotros mismos? Ser controlados por la mente terrenal significa que no podemos agradar a Dios (Romanos 8:8) y, por lo tanto, moriremos (Romanos 8:13). ¡Qué triste contraste con la vida y la paz!

      ¿Qué quiere decir Pablo con “mentalidad espiritual”? La palabra “espíritu” en las Escrituras puede significar “el Espíritu Santo” (como en Romanos 8:9) o “la nueva vida espiritual producida en el creyente por el Espíritu Santo” (como en Juan 3:6). Sugiero que por mentalidad espiritual, Pablo entiende aquí “la actividad de esta nueva vida espiritual en el creyente”.

      Esa nueva vida espiritual hace que el creyente piense y se deleite en las cosas espirituales, ¡lo que nunca fue un hábito antes de la conversión! Los incrédulos solo aman las cosas de esta tierra, pero los creyentes ahora le dan más prioridad al amor por las cosas de Dios.

      Podemos definir la mentalidad espiritual como algo que consiste en tres cosas: una mente que siempre dirige activamente los pensamientos a las cosas espirituales, un amor creciente por las cosas espirituales y un verdadero sentido de satisfacción en el creyente, producido por las cosas espirituales.

      En nuestro versículo, Pablo señala que esta mentalidad espiritual es la marca distintiva principal del creyente y que solo ella conduce a la vida y la paz. Entonces, ¡qué vital debe ser!

      Puede ser de ayuda considerar brevemente lo que significa ser terrenal. Entonces podremos apreciar mejor el valor de la mentalidad espiritual. Por ejemplo, cuando las personas tienen una mentalidad terrenal, el amor por las cosas terrenales domina sus mentes. No hay amor por las cosas espirituales. Incluso los cristianos verdaderos a veces pueden amar demasiado las cosas de este mundo. Entonces su vida espiritual se vuelve enfermiza. No tendrán la paz que conlleva una vida espiritual saludable. Algunas personas saben sobre las cosas espirituales, pero no tienen fuerzas para buscarlas. En todos estos ejemplos, la mentalidad terrenal se muestra como enemiga de la mentalidad espiritual.

      Por lo tanto, sugiero que los que no desean alcanzar el nivel más alto de mentalidad espiritual posible y se contentan con menos no dan evidencias genuinas de ser creyentes verdaderos.

      Es posible que tengan vida espiritual, pero no tendrán la paz de Dios. Incluso pueden estar engañándose a sí mismos y no poseer vida espiritual en absoluto.

      En primavera, vemos los árboles cubiertos de flores. Parte de esas flores caen demasiado pronto y quedan reducidas a la nada. Parte de ellas permanecen y después dan fruto. Las mentes de las personas, al igual que los árboles llenos de flores, están llenas de pensamientos. Muchos pensamientos llegarán a ser nada. Algunos producirán fruto, bueno o malo. El tipo de pensamientos que tenemos puede decirnos si poseemos una mentalidad espiritual o no. ¡Como piensa una persona, así es ella! (Proverbios 23:7).

      La mente controlada por una nueva vida espiritual produce fruto espiritual. Así como la calidad de la tierra se juzga según cuán bien crecen los cultivos en ella, nuestras mentes pueden ser juzgadas por la forma en que pensamos, especialmente en tiempos de estrés. ¿Entramos en pánico y olvidamos a Dios? ¿O recurrimos a Él naturalmente para encontrar la solución a nuestros problemas?

      Sin embargo, puede haber ocasiones en que incluso los incrédulos parecen tener pensamientos espirituales. Por ejemplo, las personas pueden tener la costumbre de leer la Biblia de vez en cuando, pero es posible que no practiquen lo que aprenden. Cuando Dios y Su voluntad solo están ocasionalmente en el pensamiento, no hay una mentalidad espiritual verdadera. Como Dios le dijo a Ezequiel: “Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia” (33:31).

      Cuando repentinamente llega una dificultad o una tragedia severa, algunas personas pueden pensar en las cosas espirituales. Sin embargo, cuando el problema termina, olvidan su resolución de buscar a Dios. Es como si esas personas confiaran en las tormentas repentinas para producir agua potable. Cuando termina la tormenta, el agua se acaba. ¡Cuánto mejor es tener agua que fluye de una fuente perpetua! La nueva vida espiritual producida por el Espíritu Santo en el creyente es como un manantial de agua pura en la mente.

      Por otro lado, algunas personas pueden comenzar a pensar en Dios solo cuando algo bueno les sucede de repente. Nuevamente, después de un momento, su interés espiritual desaparece. Son como un terreno que solo produce cosechas si está bien abonado. ¡Cuánto mejor es que la mentalidad espiritual verdadera produzca frutos espirituales continuos!

      A estas alturas, quedará claro que necesitamos un instrumento para evaluarnos a nosotros mismos y discernir si estamos pensando espiritualmente o no. Debemos asegurarnos de que nuestras pruebas sean confiables. Permíteme mostrarte tres pruebas poco confiables.

      Por ejemplo, las personas que disfrutan escuchar una buena predicación no necesariamente tienen una mentalidad espiritual. Hubo muchas personas en los días de Cristo que disfrutaban Su predicación. Pero, como enseñó Jesús en la parábola del sembrador, tan pronto terminaba la predicación, olvidaban lo que habían escuchado. Había personas que eran como el suelo pedregoso, como el suelo lleno de espinas y cardos, y como el suelo poco profundo (Mateo 13:18-22).

      Por el otro lado, no negamos que al escuchar buenas predicaciones es cuando los creyentes reciben más ayuda para tener una mente espiritual. Sin embargo, a diferencia de los que solo son influenciados temporalmente por la predicación, los creyentes se benefician de ella de tres maneras importantes: su fe en Dios (no solo su conocimiento de Él) es estimulada, sus necesidades espirituales son satisfechas y su comprensión espiritual crece.

      Por dar otro ejemplo, las personas que pueden orar con fluidez no tienen necesariamente una mentalidad espiritual. Hay gente que tiene una facilidad natural para expresarse, pero esa capacidad no prueba que sea espiritual. Los dones naturales hacen que los creyentes sean más útiles en el servicio de Cristo, pero lo que debe examinarse es si, junto con el don, también están presentes la humildad, la reverencia hacia Dios y el amor. El mero fervor en la oración no es una prueba de que surja de una mentalidad espiritual. El fervor y la elocuencia pueden deberse a que deseamos mucho algo, estamos muy preocupados por algo o tenemos una aptitud natural con las palabras.

      Sin embargo, no debemos suponer que toda oración elocuente de alguna manera es una oración falsa. ¡Eso sería tan tonto como decir que debido a que el estiércol a veces huele mal, nunca debemos usarlo! Los dones naturales no son marcas indiscutibles de la mentalidad espiritual, pero pueden ser de gran ayuda para que la mente espiritual se exprese.

      ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestras oraciones surgen de una mentalidad espiritual? Quizás de varias maneras: examinando nuestros motivos internos para orar. Quienes tienen una fe cristiana genuina sabrán si sus motivos son sinceros (1 Juan 5:10). Cuando la oración es un deleite para los creyentes, refresca sus espíritus, calma sus mentes y tranquiliza sus conciencias, entonces

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