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hondo o con cuánta fuerza se frotara los ojos, las flores seguían allí. Brystal sintió que se mareaba y que las manos no dejaban de temblar, mientras intentaba entender aquella realidad tan inoportuna.

      —¡No..., no!... ¡No puede ser! —insistió—. De todas las personas que hay en el mundo, esto no me puede estar pasando a mí... Esta no puedo ser yo... Ya tengo suficiente en mi contra. ¡Lo último que necesito son habilidades mágicas!

      Brystal estaba desesperada por destruir toda prueba que demostrara lo contrario. Fue a la planta baja de la biblioteca y volvió con el cubo de la basura más grande que encontró. Al borde de la histeria, arrancó las flores de las paredes, el suelo y los muebles, y no paró hasta que acabó con todos los pétalos, con todas las hojas, y la habitación de los jueces recuperó la normalidad. Colocó el libro La verdad sobre la magia en el estante correspondiente y sacó el cubo de la basura de la biblioteca secreta. Cerró la puerta de metal tras de sí con la intención de no regresar, como si pudiera mantener la verdad allí encerrada.

pausa

      Brystal estuvo varios días fingiendo que no había descubierto la habitación secreta en la primera planta. Incluso llegó a decirse que La verdad sobre la magia y los otros libros prohibidos no existían y que no había leído el hechizo de las flores. De hecho, se negaba a aceptar aquella dura experiencia con tanta fuerza que después de limpiar la biblioteca regresaba directamente a casa sin leer nada, temiendo que abrir otro libro le hiciera revivir lo que quería olvidar.

      Por desgracia, cuanto más se esforzaba en borrar de su mente lo ocurrido, más pensaba en ello. La pregunta de si era cierto lo que había pasado enseguida se convirtió en por qué había hecho lo que había hecho.

      —Todo esto tiene que ser un malentendido enorme —se dijo—. Si puedo hacer magia... o si soy un hada, como dice la autora, ¡debería haber visto más señales! Un hada sabría que es diferente... Un hada tendría problemas para integrarse... Se pasaría la vida sintiéndose como si no perteneciera a este lugar. ¡Ay, cállate, Brystal! ¡Te estás describiendo!

      En muchos sentidos, que la magia corriera por sus venas tenía lógica. Brystal siempre había sido distinta de todos los que conocía, y tal vez la magia fuera la fuente de su naturaleza única. Tal vez siempre le había pedido más a la vida porque, muy en el fondo, sabía que había algo más.

      —Pero ¿por qué he tardado tanto tiempo descubrirlo? —se preguntaba—. ¿He sido completamente ajena a esto o una parte de mí siempre lo ha sabido? Por otro lado, vivo en un reino que mantiene a las mujeres jóvenes alejadas de todo tipo de conocimiento. Tal vez esto demuestre lo eficaces que son los jueces a la hora de controlar a las personas. Si antes no era una amenaza para la sociedad, ahora seguro que lo soy.

      Y ahora que sabía la verdad, ¿sería fácil que otros también la descubrieran? ¿Acaso sus compañeros de clase percibirían su magia con la misma facilidad con la que lo hacían con sus otras diferencias? ¿Podría ocultarla o resurgiría sin que lo pudiera evitar y la dejaría en evidencia? Y si lo hacía, ¿le daría de una vez por todas a su padre el derecho de desheredarla y de echarla de casa? La lista de los peligros era interminable.

pausa

      —¿Va todo bien, Brystal? —le preguntó Barrie una mañana antes del desayuno.

      —Sí, todo bien —le respondió rápidamente ella—. ¿Por qué..., por qué lo preguntas?

      —Por nada —dijo con una sonrisa—. Es solo que pareces un poco tensa últimamente. Y me he dado cuenta de que ya no pasas tanto tiempo como antes en la Casa para los Desamparados. ¿Necesitas hablar de algo?

      —Ah, bueno, es que he decidido tomarme un pequeño descanso, eso es todo —respondió—. Ocurrió algo, nada grave, ¿eh?, pero pensé que me vendría bien distanciarme un poco. Para po­der pensar bien las cosas y descubrir cuál es el próximo paso que quiero dar.

      —¿El próximo paso? —le preguntó Barrie con preocupación—. Vale, ahora tienes que decirme qué te está ocurriendo para que mi imaginación no empiece a divagar.

      Brystal estaba tan exhausta por la preocupación que no le quedaba energía para seguir fingiendo, así que decidió contarle a su hermano una historia que fuera lo más cercana a la realidad pero que no le revelara nada.

      —Hace poco descubrí algo de mí que es un poco difícil de sobrellevar —dijo.

      —¿Y eso es...? —le preguntó Barrie, abriendo los ojos con inquietud.

      —Bueno, no..., no..., no estoy segura de que me siga gustando ser caritativa con los demás.

      Barrie miró a su hermana perplejo y confundido.

      —¿Estás preocupada porque ya no te gusta ser caritativa? —le preguntó.

      —Eh..., sí —le contestó Brystal, encogiéndose de hombros—. Y, sinceramente, no estoy segura de poder seguir ocultándolo mucho tiempo más. Ahora que lo sé, temo que la gente lo descubra. Me aterroriza lo que puede ocurrir si eso pasa.

      —¿Que lo descubran? Pero, Brystal, que no te guste la caridad no es ilegal. Es solo una preferencia.

      —¡Lo sé, pero es prácticamente un crimen! —exclamó—. El mundo es muy cruel con las personas a las que no les gusta ayudar a los demás, pero solo es porque son unos incomprendidos. La sociedad cree que si no me gusta ayudar a los demás es porque no soy bondadosa, cuando en realidad el hecho de que a alguien no le guste ayudar a los demás y que no le guste ser bondadoso ¡son cosas muy, muy distintas! Ay, Barrie, me encantaría poder explicarte lo diferentes que son, ¡porque es fascinante! ¡Una de las mayores confusiones de nuestros tiempos!

      A juzgar por la expresión del rostro de su hermano, se habría quedado menos preocupado si simplemente le hubiera contado la verdad. Barrie miraba a su hermana como si esta estuviera al borde del ataque de nervios y, para ser justos, lo estaba.

      —¿Cuánto hace que no te gusta ser caritativa con los demás? —le preguntó.

      —Casi una semana —le contestó.

      —¿Y recuerdas qué fue lo que te hizo cambiar de parecer?

      —Sí, todo empezó cuando llené por accidente toda una habitación con flores —dijo, olvidándose de modificar su historia—. Eh..., quiero decir que llené una habitación con flores para una mujer sin hogar que se encontraba mal. Pero me equivoqué de habitación y entré en una en la que no tenía permitido entrar, y lo sabía. Así que quité las flores antes de que alguien me descubriera.

      —Está bien... —dijo Barrie—. Pero antes de que eso ocurriera, nunca te había desagradado ser caritativa, ¿verdad?

      —Nunca —dijo—. Antes de eso no creía que fuera capaz de no gustarme.

      —Entonces es eso. Solo tuviste un mal día —la animó su hermano—. Y nunca debes dejar que un día cambie lo que eres. En esta vida no podemos estar seguros de nada, especialmente de lo que solo experimentamos una vez.

      —¿Ah, no? —le preguntó Brystal con una mirada esperanzada.

      —Claro que no —le contestó Barrie—. Si yo fuera tú, regresaría a la Casa para los Desamparados y me daría otra oportunidad para asegurarme de que realmente no me gusta. Solo así sabría si me preocupa estar expuesto a ella.

      Si bien su hermano no tenía ni idea de lo que en verdad la inquietaba, Brystal pensó que le había dado un consejo excelente. Al fin y al cabo, es necesario hacer más de un viaje en barco para convertirse en marinero; tal vez con la magia ocurría algo similar. Quizá tendrían que pasar años de práctica antes de preo­cuparse de si ponía su vida en riesgo. Y, como había sugerido Barrie, siempre quedaba la posibilidad de que toda aquella experiencia tan difícil de asimilar hubiera sido un

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