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importante libro profético.

      Por la situación política y social de Judá, y la condición religiosa y espiritual de la comunidad judía en general, se generó en Jerusalén un conflicto muy serio en torno al futuro del pueblo. Los temas y asuntos básicos de la vida comenzaron a analizarse en el contexto en que vivían. El pueblo y sus líderes volvieron a ponderar las implicancias teológicas y prácticas del pacto y del éxodo; evaluando nuevamente la naturaleza misma de ser pueblo de Dios. ¿Qué significaba ser el Dios de la historia? ¿Cuál era la misión fundamental del pueblo de Dios en el mundo? ¿Significaría el juicio divino el rechazo permanente de Dios?

      Se descubrieron, en la minuciosa y atenta lectura de Isaías (Is 56—66), dos grandes tendencias sociales, teológicas y políticas en la comunidad judía.

      Por un lado, existía un grupo sacerdotal con características bastante definidas: controlaba el culto oficial en el Templo reconstruido y contribuía de forma importante al establecimiento de la política en los judíos de Judá y de la diáspora, mediante diálogos y negociaciones con las autoridades persas. Ciertamente este grupo, que muy bien puede ser caracterizado como «sacerdotal», era muy pragmático, realista y anti escatológico; estaba dispuesto a hacer prevalecer sus intereses a toda costa. En efecto, estaba preparado hasta para pactar con Persia si los acuerdos favorecían sus necesidades políticas y apoyaban sus programas religiosos en Jerusalén.

      En contraposición al llamado grupo «sacerdotal», surgió otro relacionado espiritual y teológicamente con el profeta Isaías, y con otros profetas que continuaron la predicación y contextualización del mensaje de este. Se caracterizaba por afirmar y responder a las necesidades del pueblo y por tener una percepción más democrática del liderazgo religioso. Este segundo grupo, que podría catalogarse como «profético», representaba la oposición firme al sector sacerdotal tradicional en Jerusalén: el sacerdocio, para este singular grupo, se debía extender a toda la comunidad, y aunque mostraba una gran apertura hacia los extranjeros, los miembros de este grupo no estaban dispuestos a hacer componendas con el imperio persa. Particularmente importante para el grupo «profético» era el sentido escatológico que manifestaba, pues los miembros de la comunidad esperaban la intervención extraordinaria de Dios en medio de la historia.

      El continuo choque entre estas dos mentalidades, perspectivas distintas de la vida y tendencias teológicas produjo el entorno histórico necesario para comprender adecuadamente la sección final del Libro de Isaías (Is 56—66). Esa dinámica, además, fue la fuerza social, el contexto teológico y el semillero temático que produjo la redacción final de todo el libro. Los conflictos políticos y religiosos que se produjeron en Judá, y particularmente en Jerusalén, en el contexto de las relaciones entre estos dos grupos, fue el marco de referencia básico para la redacción final de una extraordinaria y monumental obra profética: el Libro de Isaías.

      La redacción final del Libro de Isaías puede ubicarse en el período persa por dos razones básicas. En primer lugar, se identifica específicamente a Ciro como el «ungido del Señor» (Is 45:1), que ciertamente alude al gran decreto de liberación de los judíos que marcó el fin del exilio en Babilonia (538 a.C.) e identifica el comienzo de la hegemonía persa sobre Judá y Jerusalén.

      Otro dato importante para la identificación del contexto histórico de la redacción final del Libro de Isaías es la referencia a Edom en el capítulo 63:1-6. Luego del exilio en Babilonia, los edomitas manifestaron una gran enemistad y falta de solidaridad hacia los judíos; esa dinámica de hostilidad generó la profecía abiertamente anti edomita de Abdías. Es importante añadir, además, que en las obras de Esdras y Nehemías no se menciona a Edom; este silencio puede ser una indicación que ya para mediados del siglo V a.C. esta nación no representaba una preocupación seria para la comunidad judía.

      El entorno general de la profecía del Libro de Isaías se relaciona con la crisis del exilio en Babilonia. El gran mensaje del profeta es que, ante las grandes dificultades históricas de los judíos, el Dios bíblico, que en el Libro se identifica como el Santo de Israel, tiene una palabra de esperanza y de restauración. La última palabra no la tiene la crisis, la deportación ni el exilio, sino el Señor. Y esa expresión divina trae esperanza y restauración.

      El genio del profeta Isaías y sus seguidores le posibilitó no amilanarse ante las grandes adversidades históricas del pueblo, manteniéndose fieles a su mensaje de restauración y vida. Ante las adversidades políticas, sociales, económicas y militares, el extraordinario Libro del profeta Isaías presenta una palabra de auxilio, restauración y esperanza. Ante las desesperanzas humanas responde con la teología de la esperanza.

      Esa dualidad histórica y teológica es la que propició el ambiente para el desarrollo de la teología mesiánica en la Biblia. El Mesías o Ungido de Dios llega para ser agente divino en medio de todas esas dinámicas conflictivas que atentaban contra la vida misma del pueblo de Dios. Los poemas y cánticos del Siervo Sufriente del Señor son la expresión profética que anuncia y afirma la palabra de esperanza en medio de la crisis.

      El gran Mesías llega a la humanidad para vivir la voluntad divina como respuesta a las adversidades que tienen el potencial de la muerte del pueblo. Y ese Mesías siervo enseña el camino para transformar las tristezas y adversidades en alegrías y celebraciones.

      Una de las enseñanzas más importantes de Isaías es que el pueblo de Dios no debe acostumbrarse a vivir la sociología de la desesperanza. Esas dinámicas de angustia y dolor no pueden entenderse como el ambiente normal y final de las comunidades de fe. La gran enseñanza de Isaías es que el Mesías tiene el deseo, la capacidad y el compromiso de responder a esas realidades adversas de dolor con una teología de esperanza, vida y redención.

      Para la iglesia cristiana ese Mesías y Siervo del Señor se relaciona con la figura histórica de Jesús de Nazaret. Jesús es el Ungido de Dios que encarna el mensaje del Mesías de Isaías y lo presenta como su programa misionero fundamental en Lucas 4. Es un Mesías, el predicador de Nazaret, con capacidad para redimir y salvar. También tiene el compromiso y el deseo de responder a los problemas y quebrantos de la vida, pues por sus acciones y palabra la gente puede ser sanada.

1. LA VISIÓN DE ISAÍAS

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