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después, cuando otros hebreos se vieron oprimidos por el gobierno de Siria, tomaron no solo la historia del éxodo sino también la del exilio como modo de entender la situación en la que se encontraban. Esto se cuenta en la historia de los Macabeos, cuando la difícil situación llamaba a la desesperación, pero Judas Macabeo anuncia al pueblo que el Dios del éxodo todavía reinaba y los salvaría (1 Mac 4:8-11). En el Nuevo Testamento, cuando dice que Juan es «una voz que clama en el desierto» no está diciendo —como frecuentemente se piensa— que nadie lo oiría o que hablaría en vano, sino más bien que, como el profeta anunció antaño un camino en el desierto hacia el futuro que Dios le había prometido a Israel, ahora este nuevo profeta Juan anunciaría la redención que Dios prometía. El ser una «voz que clama en el desierto», en lugar de referirse a una supuesta futilidad de sus esfuerzos, hace de Juan un heredero y continuador de la obra de los antiguos profetas de Israel.

      Por otra parte, tal interpretación tipológica tiene la ventaja de que no agota el sentido de las Escrituras limitándolo a un solo acontecimiento o a un solo momento. Si, como algunos piensan, Isaías 53 es solo una profecía que anuncia a Jesús, eso quiere decir que por muchos siglos cuando los hebreos leían ese pasaje no tenían la más mínima idea de lo que quería decir. ¿Acaso no eran las palabras de Isaías también palabra de Dios para ellos? Además eso también significaría que cuando hoy leemos ese pasaje lo atribuiríamos únicamente a Jesús, sin ver lo bien que podría aplicarse a la obediencia cristiana.

      La importancia del libro que estamos presentando reside precisamente en lo siguiente: Los pasajes acerca del Siervo Sufriente no hablan únicamente acerca de Jesús sino más bien de un patrón de las acciones de Dios que encuentra su punto cúlmine en Jesús, pero que también ha de servirnos hoy para ver el modo en que Dios actúa ante nuestro sufrimiento y debilidad. Esto se ve particularmente en el último capítulo del libro, donde el autor relaciona el ministerio de Jesús tal como se describe con palabras de Isaías en Lucas 4 no solamente con el Siervo Sufriente de la antigüedad y con Jesús, sino también con la iglesia y con los creyentes de hoy. Por esa razón es que, felicitando al autor y recomendando a todos su lectura, me complace presentar este libro al público creyente de hoy.

      ¡Dios te bendiga y te guarde, apreciado lector!

      Justo L. González

      Decatur, GA.

      Junio, 2021

El Mesías: un estudio sobre Cristo en el libro de Isaías

      «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,

      Seremos como los que sueñan.

      Entonces nuestra boca se llenará de risa,

      Y nuestra lengua de alabanza;

      Entonces dirán entre las naciones:

      Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.

      Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;

      Estaremos alegres.

      Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,

      Como los arroyos del Neguev.

      Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.

      Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;

      Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.»

      —SALMOS 126

      DERROTA, EXILIO Y LIBERACIÓN

      En cualquier obra literaria es necesaria la comprensión adecuada del contexto histórico que enmarcó a los autores, editores y destinatarios del mensaje para una lectura inteligente y para la comprensión de los textos. En un estudio bíblico, el entender los aspectos históricos, religiosos, culturales y lingüísticos es fundamental por una razón básica: el Dios que se revela en las Sagradas Escrituras interviene en medio de la realidad y de la historia humana. Y el análisis de esas particularidades revela características teológicas de importancia capital para la comprensión y valoración adecuada del mensaje bíblico.

      El caso específico del Libro del profeta Isaías manifiesta una singular complejidad histórica y literaria: la obra debe estudiarse a la luz de tres períodos históricos diferentes. La primera sección del Libro (caps. 1—39) se relaciona directamente con la vida y el ministerio del profeta Isaías en Jerusalén (ca. 740-700 a.C.); la segunda parte de la obra (caps. 40—55) se puede relacionar con la época del exilio en Babilonia (ca. 587-538 a.C.); y la tercera sección de este importante libro profético (caps. 56—66) apunta hacia el período post exílico de dominación persa (ca. 538-450 a.C.).

      Esa particular característica literaria de este libro profético demanda de las personas que estudian sus mensajes un esfuerzo notable. La historia de Israel y de Judá en esos períodos manifiesta años de independencia y cautiverio, guerra y paz, tranquilidad política y turbulencia social, conflictos nacionales y amenazas internacionales, exilios y liberaciones, además de dificultades sociales y reformas religiosas. El Libro de Isaías también toma en consideración y alude frecuentemente, en medio del complejo panorama político y militar de la región, a la presencia de tres imperios que tenían importantes y agresivas políticas expansionistas: el asirio, el babilónico y el persa.

      Sin embargo, es fundamental, para proseguir nuestro análisis de esta importante obra profética y literaria, afirmar que la redacción final del Libro de Isaías presupone posiblemente el contexto exílico babilónico y el entorno postexílico relacionado con el imperio persa. Estos períodos, que se caracterizaron por las luchas contra los samaritanos, la supervivencia histórica de los judíos y su búsqueda de sentido como pueblo, es el amplio marco de referencia para la comprensión canónica del Libro de Isaías, y particularmente para el estudio y disfrute de los cánticos del siervo sufriente del Señor.

      Los temas acerca de la esperanza o el juicio, que se revelan en toda la obra profética de Isaías, no sólo deben ser comprendidos como el mensaje a las diferentes generaciones previas, sino la palabra divina que llegó a la comunidad judía que deseaba descubrir el sentido fundamental de la vida, luego del dolor exílico y las dificultades asociadas a la reconstrucción nacional luego del destierro y sus agonías.

      Un período histórico de importancia medular para la comprensión adecuada del Libro de Isaías es el exilio en Babilonia. Esta época reconoce el avance del imperio babilónico en el Oriente Medio y, específicamente, evalúa su intervención definitiva en Judá y Jerusalén.

      El nuevo imperio babilónico, fundado por Nabopolasar, llega a su esplendor con la presencia del gran estratega militar Nabucodonosor (ca. 605-562 a.C.). Las campañas de ese general babilónico en Palestina trajeron dolor, desolación, muerte, destrucción, cautiverio y deportación. Las instituciones nacionales cayeron frente a las nuevas estructuras administrativas, económicas, sociales y militares impuestas por el imperio babilónico. La conciencia nacional fue herida. Y hasta la religión, con sus símbolos de culto, templo, sacerdotes y sacrificios, recibió un fuerte golpe.

      En efecto, Judá fue uno de los pueblos derrotados por el imperio babilónico que vio cómo su historia y sus vivencias diarias fueron afectadas adversa y permanentemente por el exilio. Y este es el entorno histórico y teológico que sirve de trasfondo a los cánticos del Siervo Sufriente del Señor. Ante las sociologías del dolor y la desesperanza, se manifiestan las teologías de la vida y la esperanza.

      Cuando Nabucodonosor venció a Egipto en la famosa batalla de Carquemish (c. 605 a.C.), el panorama histórico de Palestina tomó un nuevo giro: la influencia y el poder del imperio babilónico se convirtieron en factores políticos fundamentales en la región. Los ejércitos egipcios fueron definitivamente derrotados, quedando Siria y Palestina a merced del imperio vencedor.

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