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Caminando juntos hacia la plenitud del amor. Francisca García Guirado
Читать онлайн.Название Caminando juntos hacia la plenitud del amor
Год выпуска 0
isbn 9789878438061
Автор произведения Francisca García Guirado
Жанр Документальная литература
Серия Bodas de Caná
Издательство Bookwire
La diferencia sexual que comporta el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo: expresa esa forma del amor con el que el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.
Por tanto, Génesis 1,28 indica la fecundidad matrimonial. Consiguientemente los hijos acogidos con responsabilidad y generosidad asegurarán la permanencia de la imagen de Dios en el mundo. Por ello podríamos decir que gracias a los esposos Dios puede seguir teniendo hijos.
De este modo, el hombre y la mujer, brotados de la fecundidad de la Palabra de Dios, podrán a su vez convertirse en cooperadores conscientes de quien es el único que tiene el poder para dar la vida. Y así, desde esta perspectiva es justo afirmar que el Génesis presenta el matrimonio como ordenado a la creación.
¡Maravillosa tarea! ¡Preciosa misión la encomendada a nuestros primeros padres y que se perpetúa siglo tras siglos en todos los matrimonios!
“Entonces el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada… Entonces Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre” (Gn 2,18-22).
En este segundo relato del Génesis la mujer es definida como una “ayuda” para el hombre, en una igualdad absoluta de diálogo; alguien que le complementa, su otra parte. Es como si un hombre fuese una parte incompleta, hasta que se une con su mujer:
“La narración bíblica de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere dar una ayuda. Ninguna de las criaturas puede ser esa ayuda que el hombre necesita, por más que él haya dado nombre a todas las bestias salvajes y a todos los pájaros, incorporándolos así a su entorno vital. Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Adán encuentra la ayuda que precisa: ‘Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ (Gn 2,23)”. 3
La mujer fue tomada de Adán, del costado de Adán. El Cardenal Gianfranco Ravasi, recogiendo un texto del Talmud judío, dice: “la mujer salió de la costilla del hombre, no la tomó de su cabeza, para ser su superior o de sus pies, para no tener que ser pisoteada, sino de su costado para estar en igualdad con él; un poco más abajo del brazo, para ser protegida, y del lado del corazón para ser amada”.4 Este es exactamente el propósito de Dios al crearla: que fuese la otra parte del hombre. Una vez más vemos cómo la armonía, el equilibrio, la belleza y perfección del ser humano está en su complementariedad, una complementariedad que forma una unidad, un nosotros.
“Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada” (Gn 2,23).
Y vemos que, al contemplarla, el hombre expresa, maravillado, su admiración y entona el primer canto de amor: esta vez es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. La mujer proviene del hombre, de su misma naturaleza, en igualdad de dignidad. Con ella no va a ejercer dominio, como con el resto de la creación (Llenad la tierra y sometedla), sino que va a convivir en amor y equidad.
Concluimos con estas bellas palabras del Talmud: “¡Tened mucho cuidado en hacer llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas!”. Benedicto XVI dice que de la bondad del Creador brota el don del amor entre un hombre y una mujer.5
“Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Los dos estaban desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban” (Gn 2,24-25).
La reflexión de este texto la vamos a hacer de la mano de san Juan Pablo II, quien, como sabemos, dedicó muchas catequesis a la teología del cuerpo y al matrimonio.
“Podemos decir que la inocencia interior en el intercambio del don consiste en una recíproca ‘aceptación’…, de este modo, la donación mutua crea la comunión de las personas. Por esto, se trata de acoger al otro ser humano y de aceptarlo, precisamente porque en esta relación mutua de que habla Génesis 2,23-25, el varón y la mujer se convierten en don el uno para el otro, mediante toda la verdad y la evidencia de su propio cuerpo, en su masculinidad y feminidad. Se trata, pues, de una aceptación y acogida tal que exprese y sostenga en la desnudez recíproca, el significado del don.”6
“En Génesis 2,24 se constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el matrimonio: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne. La comprensión del significado del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de su libertad, que es libertad de don. De aquí arranca esa comunión de personas, en la que ambos se encuentran y se dan recíprocamente en la plenitud de su subjetividad. Así ambos crecen como personas-sujetos, y crecen recíprocamente el uno para el otro, incluso a través del cuerpo y a través de esa desnudez libre de vergüenza…. Si el hombre y la mujer dejan de ser recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el misterio de la creación, entonces se dan cuenta de que ‘están desnudos’. Y entonces nacerá en sus corazones la vergüenza de esa desnudez, que no habían sentido con el estado de inocencia originaria”. 7
En conclusión: aquí tenemos no sólo el relato más hermoso de la creación del hombre y de la mujer sino también de la institución del matrimonio natural. Vemos a una pareja a quien Dios había unido, y en esa unión inicial, antes de la caída, del pecado, radicaba la plenitud del amor, vivían felices juntos.
Los temas tratados en este capítulo son de suma importancia: la creación del hombre, su semejanza con Dios, varón y mujer; la llamada a la fecundidad y la comunión de los cuerpos en la donación recíproca, libre de prejuicios, en la inocencia originaria.
El Papa Francisco en la Amoris Laetitia insiste en esta idea, recordándonos que los dos grandiosos primeros capítulos del Génesis nos ofrecen la representación de la pareja humana en su realidad fundamental. En ese texto inicial de la Biblia brillan algunas afirmaciones decisivas. La primera, citada sintéticamente por Jesús, declara: Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. 8
Por tanto, esta identidad en el amor que debe haber entre el marido y su mujer, tiende a la plenitud del amor, que es la plenitud en Cristo Jesús, como veremos más adelante en el Nuevo Testamento, en el matrimonio sacramental. “Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).
2. La ruptura de la armonía conyugal: la separación de corazones
“Entonces la mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito, era una delicia de ver y deseable para adquirir conocimiento. Tomó fruta del árbol, comió y se la ofreció a su marido, que comió con ella. Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos” (Gn 3,6-7).
La armonía conyugal en la que el hombre y la mujer vivían en el paraíso