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el amor y, por tanto, para que fueran felices juntos. Y que la voluntad de felicidad del Creador para la humanidad va paralela a su voluntad salvífica y tiene en ella su mejor expresión.

      Vamos a ver pues, a lo largo de las siguientes páginas, la maravilla que encierra la Palabra de Dios, sobre el designio de toda pareja humana, hombre y mujer, que han sido llamados a vivir juntos en una comunidad de amor abierta a la vida. La Sagrada Escritura nos va llevando poco a poco a descubrir la naturaleza humana, con sus grandezas y debilidades, con sus logros y sus fracasos. Nos va presentando parejas que han luchado por vivir la relación de amor a la que el Creador las llamó; relación que no ha sido siempre fácil, pero en la que ha triunfado el deseo de vivir juntos la felicidad.

      Para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, casados por la Iglesia, conseguir ese ideal de felicidad es posible cuando tenemos como camino el Evangelio de Jesús, contamos con su gracia y nos alimentamos día a día del pan de su Palabra y del pan de Vida. Cuando tenemos una comunidad que nos acoge, nos anima en la andadura conyugal y nos invita a vivir la fiesta del amor, como dice repetidas veces el Papa Francisco.

      Sólo así, entiendo que es posible mantener la fidelidad y la donación mutua en el matrimonio, en pos siempre de alcanzar la meta para la que hemos sido creados y llamados a la vida conyugal: crecer juntos hacia la plenitud del amor.

      En Colosenses 1,16 vemos cómo el orden de la creación está determinado por la orientación a Cristo: “porque en Él fueron creadas todas las cosas… Todo fue hecho en Él y para Él”. En la pedagogía divina, el orden de la creación evoluciona en el de la redención, mediante sucesivas etapas. Así pues, es necesario comprender la importancia del matrimonio sacramental en continuación del matrimonio natural instaurado por Dios en los orígenes. Todo está comprendido en el plan de salvación de Dios, orientado desde Cristo y para Cristo, “hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser el hombre perfecto, con esa madurez que no es menos que la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

      De ese modo, desde su inicio hasta el fin, la Biblia habla del matrimonio y de su Misterio, de su institución y del sentido que Dios le ha dado, de su origen y de su fin, de sus diversas realizaciones a lo largo de toda la historia de la salvación, de sus dificultades derivadas del pecado, de su renovación en Jesucristo y de la nueva Alianza que Él establece con la Iglesia.

      En esta revelación del amor, que nos fascina, la luz de la Palabra nos hace ver el amor de Dios que sale a nuestro encuentro, que está de alguna forma presente en el amor que sentimos los cónyuges. Nos vemos introducidos en una historia de amor a la que somos invitados personalmente como protagonistas. Dios cuenta con nosotros y con nuestra familia para desvelar y realizar su Misterio de amor.

      En la Biblia se pone de manifiesto cómo los matrimonios podemos y debemos llegar a la santidad. La Palabra de Dios nos ofrece los elementos necesarios para iluminar ese camino, consciente de las dificultades del mismo. En ella encontramos respuestas para nuestros más variados problemas conyugales y familiares, encontramos consuelo y fortaleza en las dificultades, pero, sobre todo, encontramos a un Dios Amor que no cesa de entregarse por nosotros, que se ha querido quedar a vivir en casa, en nuestro hogar, para que éste sea continuamente un hogar nuevo.

      Por todo ello, animo a que nos adentremos en este mar maravilloso que es la Palabra de Dios para que a través de ella descubramos cómo crecer juntos, en el matrimonio y en la familia, hacia la plenitud del amor que es Cristo.

      Para esta tarea, voy a seleccionar algunos textos pertenecientes a las distintas etapas de la Historia de la Salvación, Antiguo y Nuevo Testamento. No pretendo hacer un trabajo exhaustivo de exégesis bíblica, más bien todo lo contrario: quisiera iluminar de forma sencilla la realidad del matrimonio y la familia con algunos textos que nos ayuden a vivir mejor la vida conyugal y familiar, sabiendo que es Dios con su Palabra quien nos anima y fortalece en esta hermosa tarea.

      Puesto que la fuente de los principios de la Buena Noticia sobre el matrimonio y la familia está no sólo en la Palabra de Dios sino también en la Tradición de la Iglesia, haré alusión de algunos documentos posconciliares (textos del Vaticano II, encíclicas, exhortaciones, sínodos de obispos, etc.) que nos ayuden a iluminar este hermoso proyecto de caminar hacia la plenitud del amor en la vida conyugal y familiar.

      PRIMERA PARTE

      EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

      Capítulo I

      LOS ORÍGENES

      1. El fundamento del matrimonio: La armonía conyugal originaria.

      En el primer libro de la Biblia, en el Génesis, ya encontramos el proyecto de Dios para el hombre y la mujer: la armonía conyugal y la felicidad plena. Esta armonía y felicidad consisten en vivir en amistad y comunión con Dios, en vivir en paz cada uno consigo mismo, en vivir en amor y amistad el uno con el otro y, por último, en vivir en sintonía con la naturaleza. Lo vamos a ver a continuación, al desarrollar los textos de Génesis 1,26-30 y 2,18-25; ambos hacen referencia a la creación del hombre y la mujer y su destino en el mundo.

      Estos dos relatos, aunque en apariencia son diferentes, no son en absoluto opuestos, al contrario, reflejan una misma realidad y son complementarios. Pertenecen a dos autores sagrados distintos, que han transmitido el mensaje divino de manera diferente. Este mensaje consiste en mostrar la armonía y felicidad originarias en que fueron creados el hombre y la mujer, y a la que estaban llamados a vivir para siempre.

      Veamos con algún detalle ambos textos:

      “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo (Gn 1,26).”

      Ya en la primera parte del versículo, aparece la idea clave de la plenitud del amor que conduce a la felicidad.

      Dios es Amor, nos dice San Juan (1Jn 4,8), y Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, es decir como Él mismo es: Amor.

      Así también es la pareja del hombre y la mujer que se aman y engendran: reflejo del Dios creador, Dios uno y trino, Dios familia.

      El matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La Sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de esa auténtica imagen de Dios que el Creador ha querido imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en que está abierta al amor.

      “Dios los bendijo, diciéndoles: Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1,28).

      En

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