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del mundo científico y docente, de las empresas más importantes del sector, ni de los líderes y la clase política —por lo tanto, de la sociedad en general—, pero a pesar de todo decidimos correr el riesgo y lanzarnos a la aventura.

      Una vez tomas la decisión de cambiar el sistema de trabajo, con la complejidad de hacer de equilibrista entre la agricultura convencional y la regenerativa, y todavía sin comprender del todo el funcionamiento del suelo y sus ciclos naturales, es fácil cometer errores que no harán más que reforzar las críticas del entorno y las dudas propias.

      A pesar de todo, uno de los momentos más bonitos de este cambio de paradigma mental es cuando te das cuenta de que, contrariamente a lo que hacías antes, todas y cada una de las acciones que emprendes generan una mejora en la fertilidad del suelo y, por lo tanto, una mejora real en la productividad de la finca y en la calidad ambiental del entorno. Entonces tomas conciencia de cómo era de falso el concepto anterior de productividad, incluso cuando se alineaban todos los astros y las producciones y los precios eran excelentes. Ahora no nos parece acertado sentirnos productivos si, mientras produces, degradas tu ecosistema y, por lo tanto, tus futuros recursos para producir.

      La agricultura regenerativa consigue una productividad, un beneficio social, ambiental y económico real, lo cual genera una satisfacción mucho más intensa que la de conseguir dos toneladas más de producción que los vecinos usando todo el armamento químico y mecánico disponible.

      En este punto, asumes el concepto de libertad en toda su plenitud. Los humanos nos creemos libres, pero no lo somos. Y no es por culpa de los gobiernos, del clima, de la familia o de la religión, puesto que la libertad depende solo de nosotros. La auténtica libertad es un acuerdo que pactamos con nosotros mismos y que requiere primero tomar conciencia de que estamos domesticados por el sistema de creencias que nos han impuesto y que hemos llegado a incorporar como base de nuestro comportamiento. Estas creencias gobernadas por el miedo están tan arraigadas que, una vez las hemos asumido, somos nosotros mismos quienes velaremos durante el resto de nuestra vida por que no se rompan.

      Este libro propone la agricultura regenerativa como herramienta de ruptura con este marco mental, como motor de cambio para una sociedad intoxicada, tanto física como mentalmente, que merece ser libre, saludable y feliz.

      ENTONCES, ¿LOS AGRICULTORES SON LOS PRINCIPALES CULPABLES DE LA DEGRADACIÓN DEL PLANETA?

      Este es un duro interrogante que, durante las últimas décadas, no ha dejado de circular en torno al tema de la producción de alimentos. Cuando su respuesta es afirmativa, genera un fuerte rechazo en una parte importante del sector agrario; en ocasiones incluso deriva hacia actitudes y conductas irracionales, que responden a un intento de mantener la dignidad frente a los ataques que, con demasiada frecuencia y a menudo con poco conocimiento, recibe este complicado oficio.

      Uno de los objetivos de este libro es aportar toda la información posible sobre esta materia para que formes tu propia opinión a partir de hechos contrastados y conocimientos técnicos.

      Mi respuesta a la pregunta planteada es sí pero no. Los agricultores somos los primeros responsables de nuestras acciones, sí. Este hecho es indiscutible. La elección entre productos químicos o insumos orgánicos recae solo sobre cada agricultor, pero en esa decisión intervienen muchos y diferentes factores. La mayoría son externos a la cotidianidad rural, y a menudo más relacionados con el sistema social y económico.

      Todos sabemos que es más sostenible ir en bicicleta o transporte público que en coche, y probablemente en las ciudades podemos llegar a cualquier lugar con estos dos medios. Por una serie de motivos (comodidad, economía, rapidez, autonomía…), la mayoría de las veces escogemos el coche a pesar de saber lo que implica su uso a escala ambiental, social y económica.

      La mayoría de agricultores que practican o hemos practicado el modelo convencional sospechan que existe un riesgo ambiental y una toxicidad en los productos fitosanitarios, y por eso suelen tomar las medidas recomendadas para manipularlos. Por los mismos motivos que cogemos el coche en lugar de la bicicleta, a veces es difícil imaginar una agricultura moderna sin estos inputs.

      Por otro lado, el sistema económico ha creado un discurso muy arraigado en la sociedad rural que asocia a un buen agricultor con un cultivo sin malas hierbas y con un suelo trabajado de un color más marrón (tierra) que verde (plantas). Dejar de eliminar las plantas no deseadas que conviven con el cultivo suele generar una presión social, incluso dentro de la misma familia, difícil de gestionar en ciertos momentos. Y es en este ambiente de presión, en el que se magnifican los fracasos y se obvian los aciertos, cuando muchas veces se acaba optando por la decisión fácil, la de siempre: entrar a matar con todo el armamento químico del que se disponga para dormir tranquilo.

      Recuerdo que mi abuelo siempre me decía una frase que aprendí enseguida y que resume casi todas las tesis del modelo actual. El abuelo Joan me decía: «El miedo guarda la viña». La cultura del miedo, como herramienta de gestión social y empleada por los grandes grupos de poder económico, obviamente no es exclusiva de la agricultura, pero también dentro del sector primario el miedo está muy presente. Tanto que es la mejor arma que posee la industria agroquímica: le permite vender unas 400.000 toneladas (el equivalente a ocho veces el peso del Titanic) anuales de pesticidas solo en Europa, según Pesticide Action Network (PAN)8, y facturar miles de millones de euros en cada campaña. Esta estrategia, empleada en todo el mundo por las diferentes sucursales de esta industria, se basa en explicar una y mil veces a los agricultores, como si se tratara de las diez plagas bíblicas, las graves consecuencias de no tener los cultivos protegidos en todo momento ante los terroríficos y devastadores ataques que causan las invasiones de una especie dañina y las enfermedades. Y de las inasumibles pérdidas económicas que estas suponen. Un agricultor aterrado se convierte en el mejor de los compradores de unos productos que, si bien a corto plazo eliminan el problema, a medio plazo crean las condiciones ideales para que ese problema se reproduzca de manera más agresiva, y sea necesario incrementar la cantidad de productos biocidas para controlarlo, como explicaremos más adelante. Un círculo vicioso enormemente lucrativo para una pequeña parte del sector agrícola y ganadero. Con la proliferación de la agricultura ecológica industrial, la que solo busca la subvención o el sello, esta idea no ha hecho más que aumentar, sobre todo cuando se plantea como un mero cambio de inputs. Aplicar solo los productos que permiten las normativas ecológicas, a menudo fabricados por las mismas multinacionales químicas, implica un coste más elevado para el agricultor.

      Otro motivo, quizá el más importante, por el cual muchos agricultores no se plantean practicar un modelo más sostenible ambientalmente es la economía de la explotación. La agricultura actual tiene unos márgenes de beneficio tan reducidos que obliga a quien quiere vivir de ella a gestionar cada vez más superficie y a emplear todos los recursos necesarios para no sufrir una bajada de producción. Cualquier mengua en la cosecha o en el precio que nos paguen por ella puede ser letal para el negocio.

      En resumen, ya sea de manera intencionada o no, el sistema establecido dispone de unos mecanismos de autodefensa que dificultan que se pueda salir del mismo.

      Si hay algo que tengo claro es que ni con obligaciones, ni con normativas estrafalarias ni con estrategias dirigidas a criminalizar al sector se favorece un cambio de paradigma. Hay que ofrecer alternativas reales y económicamente viables, como la agricultura que regenera. Por encima de todo, un buen agricultor tiene que ser un buen empresario, tiene que tener la capacidad de valorar el rendimiento económico de su explotación y tiene que poder actuar al respecto si los resultados no son los esperados.

      Y LA ADMINISTRACIÓN, ¿CÓMO AFRONTA ESTA PROBLEMÁTICA?

      No sé muy bien por qué, pero desde siempre el agricultor disfruta de una protección y permisividad a la hora de exponer sus pensamientos que difícilmente se pueden encontrar en otras profesiones. Podría ser porque se considera que es gente sabia con un conocimiento adquirido a base de observar la naturaleza durante milenios. También podría ser porque se piense que son personas poco leídas o poco actualizadas… La verdad es

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