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(2007b).

Parte 1 Vínculos afectivos e instituciones

       1. Refugios afectivos: el amor en los nuevos tiempos

       Sebastián Ezequiel Sustas y María Cecilia Touris

      El impacto económico, social y cultural de las crisis en la Argentina produjo un aumento de la pobreza y mayor desigualdad estructural; como efecto de ello, se profundizó la fragmentación urbana y la disolución de los marcos de sociabilidad tradicionales (Cicollela, 1999; Torres, 2001). Las instituciones que enmarcaban los procesos de sociabilidad se han transformado y están produciendo cambios en los procesos de individuación. Esta situación configuró, sin lugar a dudas, transformaciones en los escenarios barriales.

      Las opciones fuera de los barrios, con relación a trabajos y/o estudios, fueron resultando paulatinamente más inaccesibles, lo que produjo un aumento de las restricciones de circulación y movilidad social por parte de estas poblaciones y por lo tanto un progresivo encierro barrial (Epele, 2010). Para los jóvenes entrevistados esta situación distingue en términos dicotómicos significaciones y prácticas, limitando un adentro y un afuera barrial que establece nuevos modos de habitar el territorio. En la medida en que el afuera deviene más ajeno, más se intensifica el tránsito en los espacios de sociabilidad propios del barrio.

      El crecimiento de las economías informales, y sobre todo de las ilegales, establece modificaciones morales en las transacciones, actividades y prácticas basadas en los cambios de estrategias en la obtención de recursos que producen efectos tanto materiales como simbólicos. Los procesos macroestructurales económicos y políticos producen reacomodamientos en los códigos y pactos de convivencia propios de cada barrio. Esta variación en los códigos no habla de la desaparición de mandatos y normas, de valores y moralidad, sino más bien de la transformación de éstos que en un pasado no muy lejano condicionaban de otro modo las relaciones entre las personas.

      Las relaciones afectivas –como las amistades o los patrones de elección de pareja– se vieron afectadas por estas limitaciones espaciales, y se establecieron nuevos modos de expresar las emociones.

      Los relatos biográficos de los jóvenes entrevistados dan cuenta de la importancia de considerar, además de las cuestiones de índole sociopolíticas y económicas, la dimensión de lo emocional. Como plantea María Epele (2010), la perspectiva ortodoxa de las ciencias sociales suele hacer un análisis sobre los barrios vulnerabilizados que hace hincapié en los componentes macroeconómicos y sociopolíticos que los constituyen mientras se hacen a un lado los componentes emocionales. El análisis desde este punto de vista vuelve necesario incluir la perspectiva de los propios jóvenes sobre las dimensiones políticas, económicas y sociales, más características de los estudios tradicionales, pero también la dimensión emotiva. Según Eva Illouz (2007), las emociones se configuran como “el aspecto cargado de energía de las acciones” en las que se implican al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación y cuerpo. No son presociales o preculturales; por el contrario, las emociones son significados culturales y relaciones sociales fusionados de manera inseparable y es esa fusión lo que les confiere la capacidad de impartir energía a la acción. En este sentido, las emociones nos permiten establecer los modos en que estos jóvenes significan sus relaciones afectivas como refugios que, ante la escasez de otros amortiguadores materiales y simbólicos, se establecen como soportes de la vida y producen al mismo tiempo transformaciones en sus espacios de sociabilidad. De esta manera, hemos buscado que los jóvenes reflexionen en torno a sus propias experiencias, procurando captar pluralidades, tensiones, discontinuidades, contradicciones, temáticas emergentes y articulaciones narrativas.

       De jóvenes y afectos

      Las vivencias de los jóvenes entrevistados se encuentran estrechamente vinculadas a las formas en que experiencias, actividades y prácticas cotidianas se corporizan en redes sociales que los contienen. Los lazos sociales mediados por vinculaciones de tipo institucional formal fueron perdiendo terreno frente a contextos de deterioro y devastación socioeconómica, que repercutieron en muchos casos en la reducción del mundo vivido (Epele, 2010), generando simultáneamente una mayor presión sobre las relaciones afectivas y su condición de soporte.

      El relajamiento en las certidumbres sobre los umbrales de riesgo aceptados es un ejemplo del deterioro institucional. Ser anti se presenta como una disposición personal frente al riesgo de los diversos afueras, pero también una referencia de sentido hacia los otros que conforman el círculo cercano del entramado afectivo. Contando acerca de las salidas con sus amigos, Nora señala:

      Así me dijeron: “Sos re anti”. Y bueno, después estaban organizando para salir y yo no decía nada, me hacía la boluda. Porque mucho no me gusta salir tampoco. (Nora)

      La reducción de espacios de recreación y ocio –con umbrales de certidumbre aceptados por los propios jóvenes–

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