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miembros un conjunto de obligaciones a las cuales se ciñen, comenzando por la responsabilidad económica que les toca a unos y otros, y siguiendo por la función universal de apoyo que todos esperan que ella cumpla […] [Es] un compromiso, sellado institucionalmente, entre intereses económicos y simbólicos, que facilita la acumulación de bienes y permite construir protecciones –emocionales y materiales–, las que se han vuelto tanto más importantes cuanto los individuos viven en medio de una inconsistencia posicional estructural. [En este sentido, la familia sigue] cumpliendo un conjunto de funciones esenciales para el mantenimiento y la reproducción del orden social. Las mutaciones que ella conoce desde hace décadas no la han vuelto incierta ni han destruido todas sus características tradicionales […] No obstante, y de otro lado, también es cierto que […] la textura de las relaciones entre padres e hijos ha sufrido transformaciones relevantes que renuevan las prácticas e interpretaciones de las jerarquías y las solidaridades […] [En este marco] la prueba familiar [es] una prueba dual: la familia es institucional en ciertas relaciones y no en otras. [Se trata de] una dualidad presente, en dosis diversas, en todas las familias. (Araujo y Martuccelli, 2012: 144-145)

      Además, y en diálogo con los citados análisis enmarcados en la sociología del individuo, veremos a continuación que los entrevistados reivindican diversas cualidades de lo que hemos dado en llamar maternidad adecuada (apropiada) al referirse a las maternidades practicadas por diferentes mujeres cercanas a ellos; al propio ejercicio futuro de la maternidad o paternidad, y a los vínculos filiales maternales que se despliegan en sus propios hogares. Esta noción alude a un modo hegemónico y legítimo de ejercicio maternal que invisibiliza otras formas de vínculos maternos-filiales, refiere a una forma de practicar la maternidad que guarda estrechos nexos con la dimensión estatutaria de la familia. En efecto, la maternidad adecuada y esa dimensión dan cuenta, entre otras características de la institución familiar, de las prácticas productoras y reproductoras del orden social en el interior de los espacios domésticos.

      Para los esquemas interpretativos tradicionales las madres no adecuadas son las mujeres que, desoyendo el mandato natural inscripto en el sexo femenino, se apartan del modelo maternal hegemónico y sus prescripciones: las muy jóvenes, las pobres, las que desarrollan tareas extradomésticas, las física, mental o anímicamente débiles; las que se niegan a amantar, las que abandonan a sus hijos, las infanticidas, las que abortan, las solteras, las que conforman familias monoparentales u homoparentales. En otras palabras, las que no han sido debidamente maternalizadas (Nari, 2004), es decir las que no han incorporado (o lo han hecho deficientemente) las prescripciones de ese modelo hegemónico sobre la “buena” práctica maternal. Por ello, estas madres se configuran como no madres o madres desviadas para este enfoque.

       Los bordes de la maternidad

      Para los estudios sobre maternidades inscriptos en la perspectiva de género, los enfoques tradicionales y/o hegemónicos en torno a la maternidad configurados en y con la familia moderna definen el modelo de madre adecuada (apropiada y no desviada) como aquella que protectora y amorosamente transmite a sus hijos en el espacio doméstico los valores rectores del orden social. Esta madre adecuada está casada formalmente con un varón que, cumpliendo el rol de jefe de hogar, satisface las necesidades materiales; a la vez, es una madre generosa, abnegada y sacrificada. Las palabras de Lili con relación a su propia experiencia con el ejercicio de la maternidad describen esta concepción de maternidad como aquella que es capaz de hacer y dar “todo” por sus hijos:

      Yo hago por ellos… yo no me compro nada para mí. Yo tengo plata y todo para ellos. Me fijo si les falta algo y es ellos, ellos, ellos. Yo lo único que me puedo comprar es un paquete de cigarros… y gracias. Pero a mí me cambiaron la vida.

      Entendemos que la idea de maternidad adecuada dialoga conceptualmente con las dimensiones estatutarias que atraviesan y configuran la familia toda vez que las mismas aluden, entre otros aspectos, a un modelo hegemónico, ordenador de las prácticas y de los significados atribuidos a la maternidad hacia el interior de la institución familiar. Al mismo tiempo, interpretamos que las prácticas vinculadas a esas dimensiones y a la maternidad adecuada pueden significarse como soportes legítimos de los sujetos cuando es necesario afrontar y resistir determinadas pruebas biográficas.

      El carácter estatutario de la institución familiar y el modelo de madre adecuada son las dimensiones que, sin desaparecer como soportes del sujeto, empiezan a mutar –a visibilizarse, a ponerse en tensión– por y a partir de las transformaciones de la segunda modernidad, expresando de este modo los límites inherentes a sus configuraciones en tanto aristas inescindibles de la institución familiar. Las prácticas que anteriormente eran silenciadas o deslegitimadas como desvíos comienzan a visibilizarse, lo cual pone a los sujetos en la necesidad de resignificarlas biográficamente.

      Junto a las mutaciones y a las resignificaciones biográficas estas dimensiones comienzan a formar parte del conjunto de temáticas susceptibles de ser abordadas tanto por la sociología del individuo como por los estudios de género. Como recupera críticamente Martuccelli (2006: 21):

      [Estos estudios] han terminado por imponer, a nivel de las representaciones, la necesidad de reconocer las dependencias, los soportes reales sobre los que se constituye toda individualidad.

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