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el primer día Frank se vio obligado a enfrentarse a un motín en el vestuario: el capitán, Ingo Pickenäcker, junto con el segundo capitán, Frank Kurth, dimitieron en protesta porque no les fuera consultado el nombre del sucesor de Röber, tal y como les había prometido la directiva.

      En el RWE tenían la esperanza de que la Federación Alemana mostrara algo de misericordia tras enviar su recurso. Reinhard Rauball, el astuto abogado del club y, en la actualidad, presidente del Borussia Dortmund, consiguió encontrar muchos errores de procedimiento cometidos por la autoridad futbolista. De manera brillante, los hombres de Frank lograron la victoria en la semifinal de la Copa de Alemania frente al Tennis Borussia (2-0), en marzo, alcanzando la final de la Copa en Berlín, aunque un tribunal de arbitraje ratificaría el descenso a tercera división apenas unos días después. Les fueron arrebatados todos sus goles y puntos.

      En mayo, 35 000 hinchas del Essen viajaron a la capital alemana en busca de venganza. Portaban multitud de pancartas condenando la injusticia que había cometido la FA con su decisión. «Si Dios es justo, lograremos la victoria», dijo Frank. Sin embargo, sobre el césped del estadio olímpico, el Werder Bremen de Otto Rehhagel, claro favorito, se mostró indiferente a cualquier atisbo de ayuda divina. El equipo norteño, que había logrado dos años atrás la Supercopa de Europa frente al AS Mónaco de Arsène Wenger, demostró ser muy superior en Berlín. El resultado final: 3-1.

      Décadas más tarde se supo que una desagradable intriga política tuvo su parte de culpa en la derrota. Frank Kontny, del RWE, duda, todavía, si revelar una historia que define como «el peor momento de mi carrera como futbolista». Kontny, de 52 años, era el capitán del equipo en aquel momento y estaba listo para disputar la final como defensa. «Pero, la misma mañana del partido Frank me dijo que estaba fuera del equipo, y que si quería volver a jugar tendría que buscarme un nuevo club», cuenta. «Aquel día mi mundo se hizo añicos. Me habían arrebatado el mayor partido de mi vida».

      Como la gran mayoría de jugadores del RWE, Kontny había aceptado un trabajo a tiempo parcial, fuera del fútbol, para poder mantener a su familia durante el tiempo que el club no tuvo solvencia. Uno de los directivos, Wolfgang Thulius, le había conseguido un trabajo como comercial inmobiliario. Después de que el club alcanzara la final de la Copa en marzo, la directiva había cambiado de rostros. Parece ser que presionaron a Frank para que cortara todo tipo de relaciones con el antiguo régimen. Kontny: «Yo estaba entre los perdedores y, por desgracia, Frank tomó una decisión que no tenía nada que ver con el fútbol». En el puesto de Kontny, el entrenador puso a Pickenäcker, quien había sufrido en las últimas semanas una seria lesión en la ingle y no estaba recuperado del todo. Pickenärcker cometió errores en los dos primeros goles del Werder, siendo sustituido a siete minutos del descanso. El Essen se rehízo durante el descanso, acortó distancias gracias a un gol de Daoud Bangoura, pero Wynton Rufer aseguró la victoria del Werder Bremen gracias a un penalti postrero. «Estoy convencido de que conmigo en el campo el partido hubiera sido muy diferente», dice Kontny con tristeza. «Estaba muy disgustado con Frank, lo maldije. Era un buen entrenador —siempre decía que debíamos seguir aprendiendo y expandir nuestros horizontes, las sesiones de entrenamiento duraban dos horas— pero creo que, hoy, él mismo reconocería su error».

      Tres semanas después de la final, el Rot-Weiss viajó a Mainz para disputar el penúltimo partido de la temporada. El bronco partido en el Bruchwegstadion (3000 asistentes), en el que se señalaron tres tarjetas rojas —dos de ellas para el visitante— acabaría con un tanto en el minuto noventa, obra de Zeljko Buvac, que dejaba el marcador en 1-1 y confirmaba, matemáticamente, la permanencia en la categoría para los locales.

      En septiembre de 1995 el Mainz, siempre con el agua al cuello, se encontraba, de nuevo, en la parte baja de la tabla de la Bundesliga 2, en busca de un nuevo inquilino para su banquillo. El mánager general, Christian Heidel, contactó con Frank. El Rhein-Zeitung lo bautizó como «el hombre de la pajita corta».

      «Llegó y dijo un montón de cosas que sonaban preciosas y muy bonitas», cuenta Heidel con una ironía llena de intención. «Tenía la conducta de un profesor. Siempre me cuido mucho de los profesores, hay veces en las que no es nada sencillo tratar con ellos. Pero, al cabo de un rato, me dije: ‘‘Venga, ¿por qué no?’’. Visto en retrospectiva, aquello fue crucial para el Mainz 05. Me encantaría decirle que supe, desde el primer momento, que era un buen entrenador. Pero lo cierto es que nadie más quería entrenarnos».

      El equipo quedó impresionado por unos métodos de entrenamiento que consideraron «de lo más sofisticado» (Heidel), pero, a pesar de ello, seguían perdiendo los partidos. El Mainz llegó al parón invernal como el peor equipo de la categoría y apenas doce puntos a su favor, a cinco de la salvación. Heidel: «La revista Kicker escribió: ‘‘Posibilidades de descenso del Mainz: Cien por cien’’. Nada de noventa y nueve por ciento, no; el cien por cien. Jamás me olvidaré de eso».

      Frank fue al despacho de Heidel. «Me dijo: ‘‘Tenemos que cambiar algo’’. Y yo pensé, ‘‘¡anda!, ¿no me digas?’’. Me dijo que había sopesado las cosas de manera detenida y que había decidido que nos iríamos de concentración invernal y, en el futuro, jugaríamos sin líbero. Y yo me pregunté: ‘‘¿Cómo? Tiene que estar de broma’’».

      Un equipo de fútbol profesional sin líbero, sin un «zaguero» tras la defensa, resultaba algo inconcebible en la Alemania de mediados los noventa. Todos los equipos, y el combinado nacional, habían logrado sus grandes logros siempre con un líbero, desde los tiempos de apogeo de Franz Beckenbauer en los setenta. «Todos considerábamos necesario que alguien actuara como achique en caso de que el rival llegara detrás de tus líneas», cuenta Heidel. «Pero ¡cómo te vas a cargar al líbero! Imposible. Yo mismo había jugado de líbero, así que, en cierto modo, me pareció un intento de librarse también de mí».

      Hans Bongartz, antiguo internacional alemán, había empleado en 1986 una versión de defensa de cuatro en línea sin líbero en el 1. FC Kaiserslautern, inspirado por una derrota durante la semifinal de la Copa de la UEFA de 1982 a manos de Sven-Göran Eriksson y el vanguardismo táctico que desplegaba en el IFK Göteborg; pero esta innovación no le permitió dejar un recuerdo duradero en la principal categoría del fútbol alemán. Como presidente del FC Bayern, durante la temporada 1993-94, Beckenbauer le prohibió expresamente a Erich Ribbeck seguir con sus experimentos (ciertamente amateur) con la defensa de cuatro. Unas pocas semanas después del nombramiento de Frank en el Mainz, el entrenador de la selección nacional, Berti Vogts, le dijo al tabloide suizo Blick que un sistema sin líbero era «fundamentalmente destructivo», motivo por el que no estaba destinado a encontrar acomodo en la Bundesliga.

      Heidel: «Pensé que seríamos el hazmerreír, me temía lo peor. Durante la concentración prometí que estudiaría el asunto de manera más atenta. La pista estaba repleta de postes, y los jugadores pensaron ‘‘a este tío se le ha ido la cabeza’’. Se tiraron horas corriendo sin balón, practicando movimientos de un lado a otro en formación. Hoy es más que sabido que cuando la línea de cuatro se mueve al lugar en el que está el balón, el flanco queda abierto. Pero cuando jugamos nuestro primer partido en casa con este dibujo, el estadio no hacía más que gritárnoslo. Siempre había un delantero contrario totalmente solo en la izquierda, mientras que nuestro equipo estaba, al completo, en el lado derecho. Nadie se daba cuenta, por entonces, de que el balón no podía cambiar de banda tan rápido, de que la defensa tenía tiempo más que suficiente como para hacer el balance defensivo. Presión orientada al balón, se llamaba, y era algo completamente nuevo en Alemania. Brujería, básicamente. Así que entrenamos y entrenamos y entrenamos. Y yo estaba seguro de que descenderíamos».

      A mitad de los noventa había, básicamente, dos formas de entrenar. Por un lado, el trabajo (correr y correr) y por otro la diversión (jugar). No se escuchaba hablar de movimientos colectivos o estudio teórico. Por su parte, Frank estaba «poseído por la táctica». Dice Heidel. «Jamás había visto nada parecido». El entrenador se tiraba horas viendo fútbol, sobre todo italiano. Y Sacchi seguía siendo su ídolo. «Nos ponía cintas de todos sus partidos, yo siempre estaba allí. ‘‘Un director general siempre tiene que estar presente’’, decía Frank. Así que yo también tenía que tragarme toda esa mierda. Por entonces

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