Скачать книгу

situaciones requieren que informemos a nuestras conciencias y recurramos a la competencia y sabiduría de los demás, y a la nuestra propia. Aunque los cristianos siempre permanecen imperfectos en muchos aspectos, buscan seguir a Cristo, sirviéndose de prácticas de origen cultural, filosófico y religioso que permitan desarrollar su carácter moral y espiritual. En la formación de la conciencia personal, los católicos cristianos recurren específicamente a los recursos de la tradición viva. También practican su fe a través de la oración, la liturgia, los sacramentos y los actos de misericordia y caridad. Asimismo, buscan el consejo de otras personas: a través de amigos sabios, directores espirituales, del estudio de la vida de los santos, y fundamentalmente, mediante la guía del Espíritu Santo (Jn 14:26; CIC, 2000, §1811; Cessario, 1996, pp. 162 y 169; Juan de Santo Tomás, 1644/2016; Pinckaers, 2005, pp. 385 a 395; véase también el capítulo 19, «Redimida»). El sermón de la montaña de Jesús (Mt 5-6), así como las exhortaciones morales de san Pablo nos aportan principios que nos permiten formarnos consciencias, reflexiones prácticas y actos morales. Por ejemplo, a través del servicio a los pobres y en la defensa de la vida (Juan Pablo II, 1995, §93; Pinckaers, 2005, pp. 321-341).

      BELLEZA

      Ser racional permite a las personas experimentar la belleza de una manera profunda. De hecho, los humanos estamos hechos para la belleza. La búsqueda de la belleza surge como una inclinación natural (Juan Pablo II, 1993, §51) y lleva a una persona más allá de sí misma, en una relación con lo que es bello. Esta inclinación significa que las personas disponen de una capacidad estética por naturaleza. Este sentido se desarrolla a través de la cultura, que permite apreciar la belleza y estar más en sintonía con ella. Los seres humanos nos sentimos atraídos por la belleza bajo sus muchas formas, como la naturaleza, la cultura, la música, la danza y las bellas artes (Scruton, 2011, 2012).

      Las personas contemplan la belleza desde el primer momento de su ser y en su muerte. La naturaleza transitoria de la mayor parte de la belleza (por ejemplo, de un amanecer o de una pieza musical) empuja a las personas a buscar otra belleza siempre presente y eterna. De manera similar, los científicos pueden encontrar la belleza en el orden natural y la grandeza del cosmos (Dubay, 1999). Por ejemplo, un científico podría reflexionar sobre la maravilla de la fotosíntesis y del orden inherente a la tabla periódica de elementos.

      Asimismo, inspirados por las maravillas de la belleza, las personas buscamos hacer cosas bellas. Imitamos lo que observamos, y buscamos replicar la belleza descubierta y, por lo tanto, contribuimos con algo de nosotros mismos al hacerlo. Esta noción no reduccionista de la belleza nos permite buscar sus niveles más profundos, como los que se encuentran en cada persona, familia y cultura, y en el medioambiente. Todas estas afirmaciones básicas sobre la belleza nos llevan a reflexionar sobre varias cuestiones: ¿De dónde viene la sed humana de belleza? ¿Qué es único en muchos de los aspectos de la belleza humana? y ¿Cómo exige la belleza una respuesta como la contemplación y el elogio de su origen?

      ¿CUÁL ES LA BASE DE LA SED HUMANA DE BELLEZA?

      La belleza, luminosidad, armonía e integridad son cualidades de todo lo que existe, incluso cuando estas cualidades están ocultas a la vista directa. Una persona puede tener sed de belleza al igual que tiene sed de la vida misma. La belleza se encuentra en la bondad de todo lo que existe, en todo lo que es verdadero y en todo lo que es bueno en las relaciones interpersonales. En general, quienes están familiarizados con una forma de arte en particular, tienden a estar de acuerdo con los mejores ejemplos de esa forma de arte, aunque en el caso de las innovaciones se necesite algún tiempo para desarrollar un consenso. La belleza, tal y como argumenta Pieper en El ocio y la vida intelectual (Leisure, the Basis of Culture, 1952/2009), se recibe y se crea. La belleza está basada en la realidad: en las personas reales, en las relaciones reales y las cosas reales. Nuestra medida de belleza se encuentra en una forma o patrón, que no solo vemos y recordamos sino que imaginamos y conceptualizamos de nuevas maneras. La belleza y el orden (así como la fealdad y la deformidad) se relacionan con la forma de la cosa. Platón (ca. 360 a. C./1961b, ca. 360 a. C./1961c) habla de un reino de las formas, incluyendo la «belleza». Cada cosa bella participa en la belleza final. Aristóteles (ca. 350 a. C./1941a, ca. 350 a. C./1941d), por el contrario, habla de la belleza en las cosas mismas. No existe un reino separado donde existan las formas de las cosas; más bien, cada cosa comunica una forma, que es compartida por otras cosas similares. La noción cristiana de la belleza de Aquino atribuye la belleza a la causa ejemplar de toda belleza, que es Dios. Se puede entender que su relato reconoce la belleza como un rasgo trascendental del ser y de las cosas reales en la medida en que las personas y las cosas participan en un patrón trascendental de belleza (Maritain, 1930/2016; Schmitz, 2009; Scruton, 2011, 2012).

      La belleza es una realidad metafísica del ser. A través de nuestra imaginación e ideas, podemos apreciar la belleza que encontramos e imaginamos. La propia naturaleza proporciona la inspiración y la medida de la belleza. Cuando contemplamos las cosas, personas y acciones bellas, se nos aporta una inteligibilidad de la belleza, incluso cuando formamos un dúo musical, o construimos una silla. A través de nuestra experiencia básica, sentimos, imaginamos e intuimos la belleza. No solo recibimos la forma de la belleza que proviene de la realidad. Asimismo, creamos activamente la belleza, de diferentes maneras humanas. Utilizamos nuestra imaginación e ideas para lograr hacer surgir la novedad en los pensamiento, en la palabra y en las cosas, como ejemplo en la obra literaria del escritor, el pintor, el poeta, carpintero, cocinero, arquitecto, o cineasta.

      Existen tres cualidades que clásicamente se ha visto que constituyen la belleza. En primer lugar, la medida de la belleza se revela en la persona o en la integridad y plenitud de la sinfonía. Reconocemos el valor estético de todo el ser, según la naturaleza y estructura de la cosa: por ejemplo, reconocemos un caballo (no solo su oreja izquierda), un niño (y no solo su rodilla ensangrentada), incluso una pareja de casados (no solo un hombre y una mujer). En segundo lugar, la belleza se encuentra en la proporción o armonía de una persona, o de un edificio. Nos atrae la forma y textura de cada cosa, la acción o la persona. Por ejemplo, la belleza de la justicia se encuentra en la proporción adecuada a través de lo que se debe, sobre la base de los compromisos, de la naturaleza humana y de las relaciones interpersonales. En tercer lugar, la belleza se encuentra en el brillo o luminosidad de una persona, o de una puesta de sol. Incluso percibimos que una sonrisa radiante significa un estado de placer o alegría, como en los rostros de los novios el día de su boda o de los amigos perdidos hace tiempo en un encuentro sorpresa (Aquino, 1273/1981, I, 5.4 ad 1; II-II, 145.2; Sevier, 2015, pp. 103 y 104).

      ¿QUÉ ES ÚNICO EN LA BELLEZA HUMANA?

      La verdadera belleza humana no consiste primordialmente en una cuestión de apariencia física, aunque la belleza física pueda percibirse comúnmente como una de las fuentes de atracción más familiares, y la deformidad física frecuentemente se identifique de manera simplista como repulsiva. Más bien, las cualidades más profundas de la belleza se encuentran y producen en las virtudes, que llevan a la realización a una persona, como, por ejemplo, el amor abnegado de una madre por su hijo, la fidelidad de los cónyuges tras cuarenta años de matrimonio, o la paciencia y sabiduría que restablece la amistad tras una disputa entre vecinos (Maritain, 1953). Según la tradición católica cristiana, la belleza que es más profunda que las apariencias (Prov 31:30; 1 Pe 3:4) se encuentra en la buena esposa (Ecl 26:16), y en la sabiduría simbolizada por la barba de un anciano (Prov 20:29), así como en la rectitud moral y espiritual (Aquino, 1273/1981, II-II, 145.2). Estas cualidades morales y espirituales de la belleza se encuentran preeminentemente en el Hijo de Dios, que manifiesta «la belleza del Señor» (Sal 27:4; Aquino, 1273/1981, I, 39.8).

      ¿DE QUÉ FORMA LA BELLEZA SOLICITA LA CONTEMPLACIÓN?

      La belleza exige la admiración que surge como una reacción espontánea a lo bello (Gilson, 1965/2000, p. 20). En cierto sentido, la admiración por lo bello es una respuesta a un tipo de vocación (Scarry, 1999, p. 126n7). En otras palabras, lo hermoso llama a ser reconocido, apreciado y amado por las criaturas racionales. La experiencia de la belleza creada nos lleva a contemplar nuestra propia existencia y fuente, ya sea de una sola

Скачать книгу