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ellos quieren dejar las raíces para volver a la cima del árbol, a la luz, al calor, entre las flores y los frutos coloreados y perfumados, pueden hacerlo. Sólo que, antes, deben terminar la experiencia empezada.

      No hay que imaginarse que Dios está furioso contra los humanos, no. El es liberal, comprensivo, y deja que hagan sus experiencias. El día en que quieran volver, volverán, el Señor está siempre dispuesto a acogerles, les espera para recibirles, para tomarles en sus brazos. Les ha dado la eternidad, encarnaciones y encarnaciones... Dice: “Sufrirán durante algún tiempo... (es decir, durante unos millones de años, claro, pero ¿qué son unos millones de años comparados con la eternidad?) pero son mis hijos, su espíritu es inmortal y un día, cuando vuelvan hacia mí, serán tan felices que se olvidarán de todos sus sufrimientos...” Este es el razonamiento del Señor. Y mientras esperan volver hacia Él, los humanos siguen instruyéndose.

      Mientras el hombre vivía en el Paraíso, podía permanecer en él. Pero una vez desencadenado el movimiento de caída, es preciso que llegue hasta el final pasando por todas las etapas. Y si ahora quiere volver a subir, debe recorrer todo un itinerario. Imaginaos que estáis en la cima de una montaña: si sois razonables, si tenéis cuidado y procuráis no resbalar, mantenéis el equilibrio y podéis permanecer allá arriba todo el tiempo que queráis. Pero desde el instante en que os dejáis deslizar, os veis obligados a pasar por un camino determinado a través de rocas, de malezas, de abrojos, pudiendo incluso caer en un precipicio. Ya nada depende de vosotros, porque una vez que habéis desencadenado el movimiento, ya no sois libres. Y si queréis después volver a la cima, ¡qué dificultad para escalarla!

      No debemos imaginarnos que la historia del hombre se ha podido desarrollar sin el consentimiento del Señor, y que nada, ni su desobediencia, ni las peripecias de su destino, estuvieron previstas de antemano. El hombre se alejó de Dios, pero Dios no se opuso a ello en absoluto porque, si no, no hubiera podido alejarse; todo lo que el hombre hace, sólo es posible, de alguna manera, con el consentimiento de Dios. Y si quiere volver hacia Él, Dios le recibirá.

      Para que veáis que esta idea no es contraria a la filosofía de Jesús, os leeré la parábola del hijo pródigo. “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y el padre repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su herencia viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquél país, y empezó a pasar necesidad. Se puso entonces al servicio de uno de los ciudadanos de aquél país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré hacia mi padre, y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose fue hacia su padre. Estando aún lejos, su padre le vio llegar y conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: Padre, pequé contra el cielo y ante ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: ¡Traed aprisa el mejor vestido y vestidle; poned un anillo en su dedo, y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado!”

      En este relato resumió Jesús toda la aventura humana. El hombre quería viajar, ¿por qué impedírselo? El Señor sabía de antemano que tendría hambre y sed, que sufriría, pero que un día comprendería que nadie puede amarle tanto como su Padre, y que entonces volvería y todo sería reparado. No es cierto que el Señor se hubiera enfurecido por la falta del hombre... ¡En absoluto! El Señor le dejó hacer, Él tenía sus buenos proyectos, pero es paciente; dijo: “Tarde o temprano mis hijos volverán. Cuando hayan sufrido mucho, volverán. Estarán polvorientos, haraposos, hambrientos, pero lo importante es que habrán sentado la cabeza, y esto es lo esencial. Yo les preparo un banquete para obsequiarles...” Pero mientras tanto, como los humanos escogieron descender, no pueden volver inmediatamente a la casa paterna, deben proseguir su experiencia hasta el final, lejos del Paraíso.

      La vida psíquica del hombre, y quiero decir con ello su vida intelectual, moral, espiritual, puede resumirse en dos palabras: subir y bajar. Subir significa adoptar el punto de vista del espíritu, y bajar significa adoptar el punto de vista de la materia. Pero ahora que hemos bajado a la materia, no podemos ya vivir como puros espíritus. Vivir en la materia conlleva todo tipo de necesidades, y la naturaleza nos proporciona todo lo que precisamos para proveer a estas necesidades. Alguno dirá: “Puesto que debo volver al Señor, me desembarazaré de todo, iré directamente a Él...” No, esto no es posible. Ahora, que hemos dejado el Paraíso, no podemos actuar como si hubiésemos permanecido en él; y si nos esforzamos en utilizar todo lo que tenemos a nuestra disposición para volver hacia el Señor, y no para alejarnos todavía más de Él, estamos justificados. Lo que cuenta es la meta, la dirección, es decir la razón por la que hacemos las cosas. Que atendamos a las diferentes necesidades del cuerpo físico, que estudiemos, que escojamos una profesión, que nos decidamos a fundar una familia, etc., está bien, pero siempre que todo lo hagamos para volver hacia el Señor, porque este retorno tiene lugar, en primer lugar, en la conciencia. Todos nosotros hemos descendido a la materia, puesto que estamos encarnados. Pero no estamos obligados a dejarnos engullir por esta materia que nos limita; al contrario, debemos aprender a hacer un trabajo con ella, sobre ella.

      La historia del hijo pródigo es también la de cada ser humano que, en vez de vivir de acuerdo con las leyes divinas, decide hacer lo que le da la gana, porque tiene necesidad, según dice, de libertad, de aventuras... Al principio, su nueva situación le parece agradable porque se cree liberado de todas las obligaciones, pero poco a poco las cosas se van complicando. Y aún siendo un hombre rico y opulento,

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