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de los tiempos, podría —volviendo al asunto de la deconstrucción— fragmentarse por fin y ser convenientemente desmitificado, que es a buen seguro en lo que tenemos que progresar para conseguir un futuro más realista y mejor.

      Conversación mantenida el 25 de marzo de 2020

      Covid-19: ¿Qué está en juego?

      Noam Chomsky y Srećko Horvat

      Srećko: Noam Chomsky, un héroe para muchas generaciones, nació en 1928 y escribió su primer ensayo a los diez años, sobre la guerra civil española. Lo escribió justo después de la caída de Barcelona en 1938, lo cual parece muy lejano, al menos para mi generación. Noam, ha visto usted la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo de Hiroshima y muchos acontecimientos históricos de relevancia desde la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo de 1973, Chernóbil, la caída del Muro de Berlín, el 11S y, de forma más reciente, la crisis financiera de 2007-2008. Desde su experiencia por haber sido testigo y protagonista de grandes procesos históricos, ¿cómo ve la actual crisis de la Covid-19? ¿Se trata de un hecho histórico sin precedentes? ¿Le sorprende?

      Noam: Mis recuerdos más lejanos, que no dejan de acosarme en este momento, son de los años treinta. El artículo que menciona sobre la caída de Barcelona trataba sobre la aparentemente inexorable expansión de la plaga fascista en Europa. Mucho más tarde, cuando se hicieron públicos unos documentos internos, supe que los analistas del Gobierno de Estados Unidos de aquellos años, y de los años siguientes, pensaban que la guerra terminaría con el mundo dividido en un bloque dominado por Estados Unidos y otro dominado por Alemania. Así que mis temores infantiles no eran del todo infundados. De un tiempo a esta parte, estos recuerdos se han reavivado. Recuerdo que de muy niño escuchaba por la radio los discursos de Hitler en Núremberg. Aunque no comprendía las palabras, era fácil captar la atmósfera y la amenaza, y he de decir que cuando oigo los discursos de Donald Trump hoy en día, los del caudillo alemán resuenan en mi cabeza. No es que sea fascista —tampoco es que profese ninguna ideología, es tan solo un sociópata, un individuo que solo se preocupa de sí mismo—, pero la atmósfera y el miedo son similares, y la idea de que el destino del país y del mundo estén en manos de un bufón sociópata es estremecedora. La Covid-19 es muy seria, pero conviene recordar que se está acercando una amenaza mucho más terrible. Corremos hacia un desastre inminente, mucho peor que nada de lo que haya ocurrido en toda la historia de la humanidad, y Trump y sus secuaces van en cabeza en esta carrera hacia el abismo. De hecho, son dos las amenazas a las que nos enfrentamos. Una es la creciente posibilidad de una guerra nuclear, que se ha exacerbado con la destrucción de lo que queda del régimen de control armamentístico, y la otra es el calentamiento global, por supuesto. Las dos se pueden resolver, pero no queda mucho tiempo. La Covid-19 es horrible y puede acarrear unas consecuencias espantosas, pero habrá una recuperación. Por lo que respecta a las otras amenazas, no la habrá. Si no las solucionamos, estamos acabados. Así que mis recuerdos de infancia vuelven para atormentarme, pero de un modo diferente. En cuanto a la amenaza de una guerra nuclear, te puedes hacer una idea de hacia dónde va el mundo mirando el Reloj del Apocalipsis, que se ajusta cada año con el minutero a una cierta distancia de medianoche, que representa el fin. Desde que Trump fue elegido, el minutero se ha ido acercando cada vez más a la medianoche. El año pasado faltaban dos minutos. Este año los analistas han pasado de los minutos a los segundos. Ahora mismo está situado a cien segundos de la medianoche, que es lo más cerca que ha estado nunca. Según los científicos, esto se debe a tres motivos: la amenaza de una guerra nuclear, la amenaza del calentamiento global y el deterioro de la democracia, lo cual, en principio no parece tener demasiada relación con las otras dos. Sin embargo, sí que la tiene porque se trata de la principal esperanza para superar la crisis que nos acecha: un público informado y comprometido que tome el control de su destino. Si esto no sucede, estamos condenados. Si dejamos nuestro futuro en manos de los bufones sociópatas, estamos acabados. Trump es el peor, pero se debe al poder de Estados Unidos, que es desorbitante. La gente especula sobre el declive del país norteamericano, pero si miras el mundo, no es lo que ves. Las sanciones que impone Estados Unidos, tiránicas y devastadoras, no las puede imponer ningún otro país. Todos tienen que aceptarlo. Es posible que a algunos no les guste —a decir verdad, Europa está en contra de las sanciones a Irán—, pero tienen que seguir al jefe o ver cómo los echan del sistema financiero internacional. En el caso de Europa no se trata de una ley de la naturaleza, sino de una decisión propia de subordinarse al patrón que está en Washington. Otros países no pueden ni elegir. Para volver a la cuestión de la Covid-19, unos de los aspectos más impresionantes y duros es el empleo de sanciones por parte de los poderosos para maximizar el dolor de otros, y además de manera absolutamente consciente. Irán tiene sus propios y enormes problemas, pero se agravan con el estrangulamiento de esas sanciones restrictivas concebidas a todas luces para hacerlos sufrir, y ahora con rencor. Cuba está padeciendo las sanciones desde el día en que consiguió la independencia. Es sorprendente que sobrevivan y sigan resistiendo, y uno de los hechos más irónicos de la pandemia es que Cuba está ayudando a Europa. Es tan descabellado que no sabemos ni cómo describirlo —una situación en la que Alemania no puede ayudar a Grecia, pero Cuba puede ayudar a los países europeos—. Si uno se para a pensar en lo que esto significa, las palabras se quedan cortas, como cuando ves a miles de personas muriendo en el Mediterráneo, huyendo de unos países que Europa ha devastado durante siglos; no sabes qué palabras emplear. Llegados a este punto, es desolador pensar en la crisis de la civilización occidental. Evoca recuerdos de infancia sobre Hitler enardeciendo a unas masas enfervorecidas en los Congresos de Núremberg. Hace que te cuestiones si esta especie es viable.

      Srećko: Ha mencionado usted la crisis de la democracia. En muchos sentidos, hoy en día nos encontramos en una situación sin precedentes históricos. Hay doscientos mil millones de personas que, de un modo u otro, están confinadas en sus domicilios. Al mismo tiempo, los países europeos y muchos otros han cerrado sus fronteras. Hay un estado de excepción prácticamente general, lo cual significa que existe un toque de queda en países como Francia, Serbia, España e Italia, y en otros países el ejército está en la calle. Quiero preguntarle, como lingüista, sobre el lenguaje que se está empleando. Los políticos como Trump, Macron y otros siempre utilizan un lenguaje bélico. Los medios de comunicación también hablan de los médicos que están en «primera línea» y al virus se lo tilda de «enemigo». Este discurso me ha recordado un libro que Victor Klemperer escribió durante el auge de nacismo, LTI, la lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo, que trata sobre el lenguaje del Tercer Reich y su utilidad en la construcción de la ideología nazi. Desde su punto de vista, ¿qué nos dice este discurso bélico y por qué se presenta al virus como a un «enemigo»? ¿Es tan solo para legitimar un nuevo estado de excepción o se esconde algo más profundo?

      Noam: En este caso, no creo que el lenguaje sea exagerado; tiene sentido. Comunica el mensaje de que, si queremos hacer frente a la crisis, tenemos que implementar algo como la movilización en tiempos de guerra. Un país rico como Estados Unidos dispone de los recursos necesarios para superar las consecuencias económicas más inmediatas. La movilización durante la Segunda Guerra Mundial condujo al país a una deuda mucho mayor que la que se contempla hoy en día y fue una movilización muy bien gestionada: casi cuadruplicó la producción estadounidense y terminó con la Gran Depresión. Dejó al país con una deuda enorme, pero con capacidad de crecimiento. En la actualidad, no estamos ante una guerra mundial y parece que no es necesario movilizar los recursos a esa escala. Sin embargo, necesitamos la mentalidad de una movilización social para intentar superar esta crisis de corto recorrido, pero muy seria. Es buen momento para recordar también la epidemia de la gripe porcina de 2009, que se originó en Estados Unidos y mató a unas doscientas mil personas en el primer año. Es obvio que la situación en los países pobres es mucho peor. ¿Qué ocurre cuando se aísla a un indio que vive en la precariedad? Se muere de hambre. En un mundo civilizado, los países ricos asistirían a los necesitados en lugar de estrangularlos como están haciendo, es el caso de la India en particular. No podemos olvidar que, asumiendo que las tendencias climáticas persistan, dentro de pocas décadas no se podrá vivir en el sur de Asia. El pasado verano la temperatura alcanzó los cincuenta grados en Rajastán y va en aumento. Se están quedando sin reservas hídricas y es probable que la situación vaya a peor. Hay dos centrales nucleares que batallarán por las restricciones

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