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Difícilmente podremos lograrlo si no entendemos primero la sofisticada manera de cómo el capitalismo crea sentidos y moviliza el deseo, según lo ha explicado la teoría psicoanalítica. Nuestra hipótesis de trabajo acá es que para emprender esta empresa, deberemos entrar en una competencia directa por el deseo con el capitalismo, creando otras identificaciones imaginarias capaces de reproducir constantemente la vida como pulsión. Debemos aprovechar el hecho de que una de las mayores contradicciones de las ecologías de la crueldad y muerte es que activan el impulso de vida, como se evidencia en diversas luchas de los pueblos por la defensa de la vida y sus apuestas por otro modo de vivir.

      Esos antagonismos en contra de las pulsiones de muerte que irrumpen como una suerte de fisura rebelde al interior del sistema, y que afirman el deseo de vida, tienen una característica fundamental: requieren de la estética como una condición esencial para hilvanar su ética ambiental. Este es el recurso a mano que, como enseñan los saberes ambientales de los pueblos, ayuda a saber lo que “está bien” para el lugar gracias a que los sentidos así lo indican. Los registros estéticos son los que informan las acciones éticas que deben seguirse; son los que hacen sintonizar la experiencia sensitiva, los afectos y los pensamientos para saber lo que más le conviene al lugar, para entonar con los gustos de los seres sensibles del mundo.

      Es importante aclarar que la intención del texto es esbozar algunas ideas y puentes entre la estética, la ecología política y la ética ambiental. Lejos de cerrar o agotar temas, el objetivo es abrir discusiones, desplegar algunos diálogos posibles, y enunciar algunos elementos de análisis para profundizar en un eventual programa de investigación. Los conceptos propuestos a lo largo del libro son tan solo una provocación, una invitación a explorar algunas intersecciones entre distintas tradiciones del pensamiento que hasta el momento se han abordado de manera parcial. Varios aspectos de la obra quedan a la espera de ser elaborados con más detalle, profundidad y rigurosidad en trabajos posteriores. Los dejamos como elementos abiertos con potencialidad de ser atendidos por un campo de estudios en torno a lo que nosotros denominamos afectividad ambiental.

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      Queremos aprovechar este prefacio para agradecer a Pierre Madelin, Ni­co­lás Jiménez, Jorge Wilson Gómez y Andrés Felipe Escovar, quienes tuvieron la enorme gentileza de leer el manuscrito y hacernos correcciones, críticas y atinadas sugerencias que nos permitieron mejorarlo de forma considerable. Por supuesto, las omisiones, fisuras y problemas que persisten son de nuestra entera responsabilidad. También expresamos nuestra gratitud a Julián Toro por su bello diseño de portada, y a Laura López de Fomento Editorial de ecosur y a Edgar García Valencia de la editorial de la Universidad Veracruzana por sus gestiones para publicar el ensayo.

      También quisiéramos describir de manera breve los espacios que posibilitaron el surgimiento de esta investigación. El primero de ellos es el hermoso grupo en Pensamiento Ambiental de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, en el que participa el coautor principal de este libro desde 2012. Desde aquel año hemos venido haciendo colaboraciones de distinto tipo, realizando intercambios, apoyando tesis y estancias académicas, impartiendo conferencias y creando despliegues escriturales en las claves abiertas por la maestra Ana Patricia Noguera. Este ensayo es una voz más que se une a la polifonía de este vibrante colectivo de colegas y amigos.

      De otro lado, tres seminarios de posgrado cursados formalmente por la autora en la Universidad Nacional Autónoma de México entre 2014 y 2105 fueron determinantes para dar sustento teórico al texto. Nos referimos a los cursos “Arte y cultura: el orden sensible de los afectos”, impartido por la fenomenóloga Emma León; así como “La ética en Lévinas” y “Altruismo, empatía y comprensión”, ambos dictados por el profesor Pedro Enrique García, en la Facultad de Filosofía y Letras de esa casa de estudios. Gracias a estos seminarios, atendidos a menudo en pareja, pudimos ocuparnos de profundizar en detalles de la empatía, la ética spinoziana y, en general, de los engranajes filosóficos relacionados con los afectos, la sensibilidad y la estética. La puerta abierta por dichas perspectivas fue fundamental para nuestros trabajos posteriores, destacándose entre ellos una tesis de maestría en humanidades sustentada en 2019 por la coautora en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, sobre la afectividad de las personas que intentan fugarse de lo establecido y vivir de modos alternativos en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas (Toro, 2019), y el libro Ecología política de la agricultura. Agroecología y posdesarrollo, en especial el capítulo dedicado al gobierno de los afectos (Giraldo, 2018). Otros acercamientos teóricos han venido más bien de manera autodidacta, como lo es el estudio de las ciencias neurobiológicas de la cognición desde el enfoque de la fenomenología y algunos aspectos del psicoanálisis que desde hace mucho tiempo han llamado con fuerza nuestra atención.

      Esta investigación se basa, además, en el trabajo desarrollado por el coautor en torno a la agroecología, lo que ha permitido entablar un diálogo fructífero entre elucubraciones que pueden abrumar por su carácter excesivamente teórico, y elementos muchísimo más prácticos, los cuales han sido aprendidos del campesinado agroecológico y de comunidades indígenas durante los últimos quince años en Colombia y México. Esta ha sido la base empírica para mostrar cómo la ética ambiental no es una ensoñación de escritorio, sino una acción pragmática para muchas personas, aun con las contradicciones inherentes de la experiencia humana.

      Asimismo, las opiniones aquí vertidas deben mucho a nuestra propia experiencia personal como aprendices de prácticas ecológicas en el lugar donde residimos desde hace cuatro años. No queríamos hacer una investigación bibliográfica despojada de la experiencia sensible, pues estamos seguros de que solo es posible entrar al mundo afectivo desde la propia sensibilidad, incluyendo la propia participación; abriéndose a la propia experiencia íntima, e investigando en primera persona los propios sentidos y el poder de la estética. En ese orden de ideas estamos convencidos de que nuestra casa ubicada en un entorno rural, con los árboles que la abrazan, las plantas del jardín, las abejas, mariposas y colibríes visitantes, el pequeño huerto con sus hortalizas y plantas medicinales, la lluvia cosechada y limpiada en el humedal ubicado al lado de nuestro dormitorio, la composta y sus lombrices, los caballos y ovejas que pastan a nuestro alrededor, así como el bosque de encino que solemos caminar con la compañía de nuestros tres perros, no solo nos han dado la mayor lección de filosofía, sino que han sido los mejores medios para explorar el afinamiento de nuestros sentidos, la magia de los encuentros entre cuerpos y la fenomenología de los saberes ambientales.

      Este libro lo terminamos de escribir en abril de 2020, cuando más de la mitad de la población del mundo estaba confinada en sus hogares por la pandemia causada por el covid-19. En estos días difíciles para muchas personas, el planeta experimentó un respiro de nuestras acciones indolentes. Las fábricas se paralizaron, los carros se quedaron en sus cocheras, la sociedad suspendió sus frenéticas obsesiones de consumo, los habitantes de las megalópolis volvieron a ver el horizonte azulado hasta antes cubierto por la nata gris de la contaminación carburante, el calentamiento global se redujo, los ríos recobraron su apariencia cristalina, y, como en los cuentos, de repente, ciervos, zorros, jabalíes, monos, pumas, patos, cisnes y otros animales olvidados por nuestros hábitos tóxicos empezaron a verse recorriendo las ciudades, recuperando espacios que hasta hacía apenas unos días lucían para ellos tan amenazantes y tan mezquinos. En aquellos mágicos días, gracias a nuestra ausencia, la fuerza de la vida recobró súbitamente sus ciclos y sus ritmos, haciéndonos recordar, con sus gestos afectivos, que nuestras alucinaciones de dominación, que nuestra autoveneración por los ruidosos artefactos que diseñamos y por la pulsión frenética por enrarecer la vida, no es más que un espejismo capaz de ocultarnos nuestra insignificancia, nuestra pequeñez en la fina película de la atmósfera terrestre. A la escala no de meses ni años, sino de tan solo unos días, el soplo de la vida regresó tan plácidamente con sus ordenamientos estéticos y sensibilidades a recordarnos nuestros límites, las fuerzas que nos rebasan, la fragilidad de nuestro puesto en el cosmos, a decirnos, en su propia lengua, que solo basta que un buen día decidamos suspender esta manera de vivir y reorientar radicalmente nuestra habitación en el mundo.

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