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y ellas sí tendrían derecho a chillar de vez en cuando, son Ida y Aurelia, las niñas: quién sabe lo que sienten en su interior en medio de esas peleas.

      —Que también tú soportas, Vittorio.

      —Pues sí, nunca he golpeado con un martillo contra la pared divisoria, aunque lo habría hecho unas cuantas veces si no fuera porque me encuentro con el aparejador en la ANPI y somos… bueno, no, estaba a punto de decir amigos, pero no es verdad, la amistad es una cosa preciosa y rara, digamos que somos colegas de lucha y no quiero discutir.

      «… Y eres una persona estupenda», me vino a la cabeza.

       Está bien que, en este momento, antes de proseguir con la narración, explique, aunque sea a grandes rasgos, el periodo histórico italiano en el que discurre nuestra historia, no solo para presentar el entorno, sino, sobre todo, cómo ciertos acontecimientos y lugares de aquellos años fueron la causa principal de las vicisitudes y los dramas de nuestros personajes.

      La población de Turín y sus alrededores creció desde el inicio de los años 50, debido a la emigración desde otras regiones, sobre todo meridionales, de familias en busca de empleo. El crecimiento se había acelerado durante el llamado boom económico, hasta más de seiscientos mil nuevos residentes: Turín se había convertido en una metrópoli de un millón de habitantes, y contando con las localidades del extrarradio, de casi dos millones. Los inmigrantes trataban de que los contrataran preferentemente en las cadenas de montaje de la FIAT, una empresa potente que todavía era casi enteramente turinesa, más poderosa en la ciudad que el propio alcalde y sus asesores y concejales. En la FIAT y en muchas otras empresas, muchas de las cuales eran satélites de la primera, trabajaban muchos de esos obreros, por supuesto, pero no había viviendas preparadas para sus familias, ni en la FIAT, ni en sus empresas satélites, ni en el ayuntamiento y solo desde finales de los años 60 se empezaron a construir barrios periféricos populares. Así surgieron, construidos por esas mismas personas pobres trasladadas a Turín, multitud de barrios improvisados de chabolas, tanto en los suburbios de la ciudad como en otras diversas zonas, mientras que los menos desafortunados encontraban vivienda en casas del centro, sobre todo en la zona de Porta Palazzo en pequeños pisos y en buhardillas de palacios con barandillas del siglo XVIII, algunos arruinados. Esta masa humana incorporada al trabajo y que se contentaba con salarios muy bajos, había sido un potente combustible para el llamado milagro económico italiano, o boom, si se quiere llamar así. Ese boom, sin embargo, no prosiguió ininterrumpidamente: en 1963 se detuvo el quinquenio eufórico, como lo definiría al año siguiente el hipercrítico diputado republicano Ugo La Malfa, hombre de la izquierda no marxista muy apreciado por mi padre, republicano histórico,23 así como, siguiendo su modelo, el escritor Ranieri Velli.

      La expresión milagro económico se extinguió, el entusiasmo de los industriales y los comerciantes disminuyó enormemente hasta desaparecer, mientras que los ocupados en la industria y los servicios empezaban a preocuparse bajo la amenaza de despido (o ya despedidos), al haber empezado a disfrutar de un cierto bienestar, uniendo a su consumo básico bienes duraderos pagado a plazos con letras de cambio, como neveras, lavadoras o televisores, con formidables beneficios para las industrias fabricantes y las tiendas de esos productos, como por ejemplo el local comercial de la familia Trastulli que ya conocemos. Y no eran pocos los obreros que habían osado permitirse la compra a plazos de un auto, normalmente un pequeño FIAT 600 o un pequeñísimo FIAT 500. Muchos obreros habían empezado incluso a disfrutar de al menos un par de semanas de vacaciones en agosto en una pequeña pensión, normalmente en la vecina Liguria, mientras que casi todos los que, sobre una riada de letras de cambio, eran propietarios de un utilitario o incluso de un FIAT 1100, realizaban cada agosto, valerosamente, un largo viaje, a un media de 70 kilómetros por hora, hasta su propio pueblo natal, felices de poder mostrarse a la llegada sobre un auto conseguido con su apreciado trabajo en la cadena: de montaje, se entiende.

      En los años anteriores a 1963, muchos empresarios, apoyándose en un endeudamiento bastante sencillo y unos salarios muy bajos habían ampliados sus actividades, a veces enormemente con respecto a su dimensión original, hasta el punto de que diversas empresas artesanales se habían agrandado hasta un nivel industrial, con numerosos empleados, incluso centenares de ellos; sin embargo los dueños no tenían la preparación económica adecuada para no trabajar a mano, como en su anterior pequeña o mínima dimensión, ni tampoco previeron con agudeza, en cada caso, las posibles consecuencias de sus iniciativas ni consideraron la posibilidad de la aparición inesperada de la competencia de fábricas extranjeras.24 No habían entendido, entre otras cosas, que los salarios bajos habían favorecido mucho su ascenso. Cuando los obreros, después de años de luchas sindicales, consiguieron por fin aumentos significativos, empezaron las dificultades para todas las empresas, dificultades bastante graves, en primer lugar, para las actividades improvisadas, sin quedar luego exentas las empresas antiguas, firmes y bien dirigidas, por cuanto las relaciones entre productores de bienes y proveedores de servicios son cadenas ligadas a su vez con las de los sectores crediticio, asegurador y consultivo. En otras palabras, se trata de una red de negocios entre proveedores de materias primas y fuentes de energía, productores de bienes y servicios y distribuidores de estos mismos y esa red está conectada a su vez con los estudios de consultoría, la banca y los seguros.

      Empezaron las quiebras y se hicieron cada vez más numerosas con el paso de los meses. Se fueron sucediendo, aún más graves, hasta bastante más allá de 1964, año que supuso el apogeo de la crisis, en el que los beneficios de las empresas y los profesionales y las rentas familiares se verían golpeados aún más seriamente por el imprudente aumento de los impuestos sobre la gasolina y uno nuevo a la compra de automóviles, impuestos decretados por políticos poco expertos en la ciencia financiera: la falta de consideración del impacto de dichos impuestos aumentó evidentemente los costes de los transportes comerciales y así gravó aún más toda la economía. Pero el mal mayor provino de las relaciones de crédito y débito entre las empresas y de las acciones legales de los bancos, que, habiendo concedido primero crédito con generosidad a los empresarios, empezaron entonces no solo a reducir drásticamente las nuevas aperturas de crédito y el monto de los préstamos ya acordados, sino a aumentar el coste porcentual y, peor aún, a pedir el reembolso a los clientes morosos, muchas veces sin éxito: ¿cómo podía una empresa reembolsar un préstamo si muchos de sus clientes no le pagaban sus servicios? La coyuntura se convirtió en peligrosamente adversa en 1964. La palabra coyuntura, en el lenguaje popular, se convirtió sencilla y tristemente en La Coyuntura, entendida como sinónimo de crisis, aunque, en realidad, ese vocablo no significa estancamiento o recesión, sino la situación de los negocios, que puede ser negativa, positiva o estancada. Al principio del trienio había estancamiento, provocado por una reducción de las inversiones debida al notorio aumento de los salarios y las nóminas y al duro aumento de los tipos de interés sobre los préstamos bancarios, aumentos que restringían el capital disponible para las inversiones para la compra de materias primas, fuentes de energía, mercancías, maquinaria y demás. Peor aún, el fenómeno era todavía más grave porque, ya en 1963, pro sobre todo en el 64 y el 65 muchos grandes empresarios dirigieron una buena parte de sus capitales líquidos, cuando no todos, hacía ciertos países extranjeros, paraísos bancarios, para cubrir los riesgos de su posición económica y a su propia persona en caso de bancarrota. Del estancamiento se pasó a la recesión: menos inversión, menos producción, menos intercambios comerciales, menos transportes, menos trabajo, y por tanto despidos, con menos salarios y nóminas y menos consumo con menores retornos monetarios a las empresas; para muchas de ellas, nula inversión, menor producción posterior, más despidos: un círculo vicioso en el que se producían quiebras entre empresas relacionadas, la mayor parte de las veces no desencadenadas por proveedores-acreedores, que deseaban salvar a sus clientes deudores, quienes, de hecho, iban renovando normalmente las letras de cambio que habrían intentado descontar en su momento en los bancos para financiarse, pero atacados precisamente por los bancos que, implacables, al ser sus créditos prioritarios por ley, empezaron a acosar al mundo

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