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de violencia, que se superponía al mar de fondo creado por el 98, las ideas sobre el advenimiento y la consolidación de la democracia en los artículos aquí antologizados, los publicados en los años finales de la década de los sesenta y comienzos del sesenta en la Revista de España y los publicados en La prensa de Buenos Aires entre 1884 y 1890, que pueden interpretarse sin forzar los textos como un tratado sobre el funcionamiento de la democracia.

      Si alguien quiere conocer el origen de las maneras democráticas españolas durante la primera transición política, el paso de la monarquía absolutista a la monarquía constitucional y democrática durante la Restauración, los artículos aquí seleccionados son una buena introducción, y una manera de entender cómo nuestro ayer enlaza inevitablemente con el presente. O sea, que cuando Galdós comience a evolucionar hacia un mayor compromiso con las gentes menos favorecidas, hacia el republicanismo, que ya observamos desde 1903, y que irá en aumento, hasta que en 1907 haga profesión pública de fe republicana en la carta dirigida al director de El liberal, no podemos considerarlo como un fenómeno nuevo, sino la lógica conclusión del fallo, tanto de los liberales como de los conservadores, a la hora de cumplir los compromisos sociales adquiridos en las urnas, de institucionalizar las promesas de esa monarquía institucional, y del clima social.

      La tercera etapa es la de la Conjunción Republicana-Socialista (1909), cuando pacta con Pablo Iglesias, que ya vimos, y que durará unos cuatro años. Durante este tiempo de gran activismo, donde su retórica recuerda la energía patriótica de la primera serie de los Episodios, sentirá que el Partido Republicano resulta incapaz de ordenar sus prioridades, frente a la disciplina del Partido Socialista de Iglesias, que, dirigido por una sola persona, puede desarrollar políticas de una manera coherente. Cito de nuevo a Luis Ángel Rojo: «Por lo tanto, su confianza fue minada por las fuertes debilidades del lado republicano, lo que le llevó a dejar la política. Galdós, entretanto, no había ocultado sus críticas a “la inmensa gusanera de caciques y caciquillos” del republicanismo ni su admiración hacia el Partido Socialista, serio, disciplinado y el único que tenía algo que decir, en su opinión, sobre la cuestión social. Nunca fue, sin embargo, miembro del Partido Socialista, ni sus profundas raíces liberales, aunque matizadas con el paso del tiempo, le permitieron asumir el ideario socialista, a pesar de sus referencias frecuentes a la revolución en sus últimos años» (p. 68).

      La última y cuarta etapa arranca cuando es elegido diputado por Las Palmas (1914) con ayuda de su amigo Fernando León y Castillo. Su actuación pública se reducirá bastante por la pérdida de la vista, que nunca fue completa, pero que le obligó a dictar sus obras a partir de finales de 1911 —aunque aún podía dibujar palabras en cartas breves— y a llevar un acompañante, siendo Victoriano Moreno uno muy frecuente en aquel tiempo. Nunca dejó de apoyar las denuncias de actos o leyes injustas, es decir, su presencia testimonial fue relevante. Contrastaba con la de los literatos modernistas, más preocupados por su obra que por las cuestiones sociales, o si lo estaban, como sería el caso de Valle-Inclán, tapándose las narices con pinzas carlistas cuando las clases menos privilegiadas aparecían en el panorama.

      Al leer y estudiar al Galdós político se suele adoptar una perspectiva privilegiada, su ideología liberal, que, como miembro del grupo de Sagasta, seguía en la Cámara de los Diputados y que se corresponde a la exhibida por el narrador en sus novelas de la segunda manera, las denominadas contemporáneas. Y suele además compararse con la política del Partido Conservador, de Cánovas del Castillo, y mediante ese choque de ideologías perfilamos la ideología galdosiana. Esto servía, y muy bien, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, cuando denominábamos el XIX como la edad de las ideologías, como si ellas solas bastaran para interpretar lo que sucedió en ese momento histórico. Sin embargo, en la actualidad, con la explosión de conocimientos accesibles gracias a Internet, podemos usar una lente más amplia y seccionar sus textos por capas. La labor deja de ser semejante a la del minero ocupado con la veta de un solo metal, las ideologías, para parecerse a la del geólogo, que va descubriendo las capas que constituyen el texto. Prefiero, por ello, indicar una serie de niveles dentro de sus escritos que se superponen, interactúan unos con otros, porque describen mejor la esencia de la práctica política, en la que las ideas primarias se ven matizadas por la realidad política, con la práctica.

      La base de la ideología política galdosiana está formada por (1) una capa básica de romanticismo, de idealismo, de energía creadora, de entusiasmo, que la hace impermeable al pesimismo, sobre la que se superpone, en primer lugar, la del mayor irritante a su pensamiento, el anticlericalismo (2), originado por un radical rechazo hacia las maneras del Antiguo Régimen que conoció en su Las Palmas natal. Una ciudad como tantas de aquella época, con una catedral, las autoridades eclesiásticas y sus clérigos, que se creían con pleno derecho a dirigir la conciencia y la conducta de los ciudadanos, y los mandos militares, instalados en el cómodo papel de mantener las esencias del orden civil. Las costumbres y la vida de la clase media, la burguesía, que vivía de las rentas del campo, o de las transacciones financieras, constituye la siguiente capa (3), que, frente a la aristocracia, estaba afiliada en buena parte al liberalismo progresista, defendiendo una serie de valores que considera irreductibles, como la libertad individual, la libertad de prensa, el respeto a la Constitución y a la monarquía constitucional. Una cuarta capa (4) es la de compromiso con la clase trabajadora, al darse cuenta, gracias a su propia trayectoria, marcada en sus principios por la obra de Charles Dickens, quien describió con inesquivable realismo los bajos fondos de la miseria en Londres, hasta su propia experiencia, que dejó retratos inolvidables en La desheredada (1881), en Nazarín (1895) y en Misericordia (1897), y que, a través de los escritos de Joaquín Costa y la defensa de los obreros de Pablo Iglesias, le llevó a hacerse republicano. Nunca un republicano doctrinario, sino como Castelar, moderado, dispuesto a defender sus ideales dentro de la monarquía constitucional. Finalmente, la quinta capa (5) es la mental, esa fuerza de los personajes que los hace seres humanos individuales, que ven la vida según su comprensión mental; Isidora Rufete en La desheredada habla consigo mismo, con su conciencia, buscando un asidero que no le ofrece la realidad; Nazarín se refugia en un evangelismo estricto, casi de Renan, en que toda atracción del mundo palpable, riqueza o lo que fuere, debe ser rechazado para vivir una vida pura; Benina, la protagonista de Misericordia, existe en ese espacio de bondad habitado por los compasivos. El dinero, el poder, la política, lo externo desaparece para dejar limpio el campo a ese espacio que la psicología y la psiquiatría iban abriendo en la sociedad.

      Puedo decir que estos cinco niveles en ningún caso pretenden agotar la riqueza del texto, pero sí matizar la caracterización política de sus textos, liberarlos de las lecturas hechas a base de una ideología. Los textos vienen interrelacionados, se mezclan, confunden, y proponen una lectura abierta a la promiscuidad lectora, a ver el mundo político representado con profundidad, lo que contrasta con las acciones comentadas, lo que sucede con leyes, reyes, políticos y votantes, que pasan por el texto a gran velocidad y que cambian continuamente. Me parece que la lectura de los artículos aquí antologizados se puede hacer entendiendo su riqueza, el hecho de que Galdós cree escenas, escenarios, donde los políticos, sea el abominado Ruiz Zorrilla el culpable de que se considere la posibilidad de que en España hubiera un Gobierno Frankenstein, utilizando la terminología actual, que juntase a carlistas, republicanos y alfonsinos, lo que repugnaba al ensayista, se vea confrontado dentro del texto no solo por las críticas directas, explícitas, del narrador, del autor Galdós, sino que viene en textos donde los otros cinco niveles, el idealista, el anticlerical, el del liberalismo progresista, el de la ciudanía que vive en democracia, la deslealtad de los republicanos a las clases menos privilegiadas, y por último, la estafa intelectual, un nivel de perversión mental extraordinario. Galdós consigue, en realidad, una profundidad ensayística que denuncia la promiscuidad ideológica, que mezcla lo que la moral y la ética no permite mezclar, a no ser que tiremos por la borda los ejes de la política liberal, la defensa de la Constitución, basada en una organización legal.

      Así pues, los ensayos políticos de Galdós abordan esos dos grandes bloques temáticos, que a modo de pinzas, definen el problema político español en su tiempo, la defensa de los derechos democráticos, la libertad, individual y de expresión, la de que la Constitución que nos hemos dado sea respetada y, por otro lado, la permanente oposición de los aspirantes

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