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sido hasta entonces puede ser rescatado o puede perderse. Por eso cada momento tiene un valor absoluto. Y por eso, como veremos en los casos de Manfredi o Bonconte, basta un instante de arrepentimiento sincero para salvarse, porque en ese momento, en el gesto de ese instante, se encierra todo el valor de la persona.

      Huelga decir que vivir profundamente el valor del instante no es fácil. Lo fácil es distraerse, desviarse, olvidarse. Por eso es necesario no desanimarse, recomenzar, arrancar de nuevo una y otra vez. En este sentido, el Purgatorio es el canto de la PACIENCIA.

      De hecho, el tiempo es el cauce de la paciencia de Dios: Él nos concede el tiempo para que podamos entender quiénes somos, es decir, qué desea en el fondo nuestro corazón, para qué estamos en el mundo y dónde reposa nuestra felicidad. En otras palabras: el tiempo es el espacio que Dios necesita para respetar nuestra libertad. Es como si estuviera fuera de la puerta, esperando, pero sin poder echarla abajo. Espera a que se abra una rendija y entonces entra, pero necesita que la rendija la abramos nosotros.

      El tiempo es también el lugar de nuestra paciencia porque aprendemos a no dejarnos abatir por los errores, los fallos y las continuas recaídas. Porque aprendemos que el problema no es caer, sino levantarse aferrándonos a la mano que se nos ofrece una y otra vez.

      Todo esto supone un TRABAJO, requiere un esfuerzo, una dedicación, una constancia. Si, por una parte, la salvación es un acto totalmente gratuito, un don —la presencia de Virgilio en la «selva oscura» es una sorpresa, un regalo inmerecido—, por otra, es también una tarea. «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti», escribe san Agustín.2 Por tanto, el purgatorio es el tiempo del trabajo y el sacrificio necesarios para forjar una nueva personalidad; día tras día, poco a poco, cayendo y levantándose de nuevo, retomando el camino una y otra vez, contando con el tiempo y la paciencia, surge esa personalidad nueva. No porque la meta sea cierta el camino resulta menos fatigoso y dramático.

      Porque en cada instante está en juego la LIBERTAD.

      ¿Qué es la libertad? Algo hemos dicho en el comentario al Infierno;3 aquí solo querría remarcar el punto central, el núcleo dramático de la libertad que experimentamos todos. Para ello hago uso de algunas líneas de don Luigi Giussani que resultan muy iluminadoras:4

      Reflexionemos con un ejemplo. Si vosotros os encontráis en una zona de penumbra y os ponéis de espaldas a la luz, exclamaréis: «No hay nada, todo es oscuridad, sinsentido». En cambio, si os ponéis de espaldas a la oscuridad, diréis: «El mundo es el vestíbulo de la luz, el comienzo de la luz». Esta diversidad de posturas procede exclusivamente de una opción. […] La libertad no se demuestra tanto en el momento llamativo de la elección; la libertad se pone en juego más bien en el primer y sutilísimo amanecer del impacto de la conciencia humana con el mundo. He aquí la alternativa en que el hombre casi insensiblemente se la juega: o caminas por la realidad abierto a ella de par en par, con los ojos asombrados de un niño, lealmente, llamando al pan, pan, y al vino, vino, y abrazas entonces toda su presencia acogiendo también su sentido; o te pones ante la realidad en una actitud defensiva, con el brazo delante del rostro para evitar los golpes desagradables o inesperados, llamando a la realidad ante el tribunal de tu parecer, y entonces solo buscas y admites de ella lo que está en consonancia contigo, estás potencialmente lleno de objeciones contra ella, y demasiado resabiado como para aceptar sus evidencias y sugerencias más gratuitas y sorprendentes. Esta es la opción profunda que nosotros realizamos cotidianamente ante la lluvia y el sol, ante nuestro padre y nuestra madre, ante la bandeja del desayuno, ante el autobús y la gente que hay en él, ante los compañeros de trabajo, los textos de clase, los profesores, el amigo, la amiga… Esta decisión que he descrito la tomamos de hecho ante toda la realidad, ante cualquier cosa.

      En mi opinión, se trata de una descripción absolutamente clara de lo que es la libertad: ese primer movimiento imperceptible de los ojos con el que decido adónde mirar. Es un movimiento mío, solo mío: «Solo yo» (Infierno II v. 3) asumo esta responsabilidad. Yo decido si acoger la propuesta de Virgilio o quedarme allí asustado. Yo decido si ceder al abrazo que se me ofrece, como Pedro, o quedarme atrapado, prisionero de mi equivocación como Judas. Soy yo quien decide cada mañana, en cada momento, si acepto la sugerencia de la realidad, el desafío que plantea, la fatiga y el sacrificio que requiere; o si prefiero defenderme, evitar el riesgo, quedarme parado en lo que ya sé.

      Si el corazón humano es así, entonces podemos entender el Purgatorio como un gran camino de educación de nuestra libertad. Porque las dos opciones que acabamos de considerar no son equivalentes. De hecho, don Giussani añade: «Entre las dos posturas —la de quien, vuelto de espaldas a la luz, dice: “Todo es oscuro”, y la de quien, vuelto de espaldas a la oscuridad, dice: “Estamos en el umbral de la luz”—, una tiene razón y la otra no. Una de las dos elimina un factor cierto, aunque esté solamente apuntado, porque si hay penumbra, evidentemente hay luz».5 Por tanto, educar nuestra libertad significa trabajar para que sea cada vez más fácil, más habitual, dirigir la mirada a la luz, aceptar el desafío de la realidad, decir que sí a las circunstancias. Aunque esto nunca pueda darse por adquirido ni por descontado. Como veremos en el canto XXVII, Dante tendrá que luchar hasta el final, será presa del temor, de la tentación de mirar hacia atrás y de evitar el riesgo.

      Siempre me ha conmovido profundamente el hecho de que las últimas palabras de Virgilio a Dante, cuando el maestro se despide del discípulo, sean expresión de una libertad conquistada (Purgatorio XXVII vv. 139-142):

      No esperes ya mis palabras ni mi consejo; libre, recto y santo es tu albedrío, y sería un error no hacer lo que él te diga, por lo cual yo, considerándote dueño de ti, te otorgo corona y mitra.

      Es espectacular. ¿Cuál es la madurez de Dante? ¿Cuál es el culmen de la obra educativa? ¿Que Dante se haya vuelto mejor? ¿Que cometa menos pecados? No, que sea libre. Ya no es esclavo de las circunstancias o de los instintos, sino capaz de juzgarlos y vivirlos a la luz de su verdadero deseo. Precisamente esto quiere decir «te otorgo corona y mitra», te corono señor de ti mismo.

      1 Cf. Dante Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 220-222.

      2 Agustín de Hipona, Sermón CLXIX, 13 (traducción de Pío de Luis Vizcaíno, OSA).

      3 Cf. Dante Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 36; 76-77; 98-100.

      4 Luigi Giussani, El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2008, pp. 175-176.

      5 Ibídem.

      LA UNIDAD RECOBRADA

      La finalidad del purgatorio es que uno pueda volver a ser él mismo. A lo largo del camino, veremos que el viaje de Dante es un verdadero recorrido de reconstrucción humana para recobrar la unidad de la persona; lo que antes estaba dividido, desarticulado, se va ensamblando poco a poco. La palabra «diablo» —como dijimos en el Infierno1 deriva de la raíz griega dia-ballein, que significa meterse por medio, separar, dividir. El infierno —que empieza cuando la vida terrenal excluye la misericordia— es el reino de la división, de la separación. División de los hombres entre sí y división del hombre dentro de sí mismo: hemos visto a los condenados insultarse reiteradamente y hemos observado sus miembros destrozados. Por el contrario, el purgatorio es el camino hacia la recomposición de la unidad perdida.

      En primer lugar, de la unidad de la persona. El yo infernal es un yo dividido, como muestra de forma ejemplar la figura de Bertrán de Born, que tiene la cabeza separada del tronco y la sujeta por el pelo «como si fuese una linterna» (Infierno XXVIII v. 122), «y eran dos en uno y uno en dos» (v. 125). Se trata de una imagen poderosa para ilustrar la división, la separación entre cabeza y corazón, entre juicio y deseo, entre entendimiento y amor. Desde este punto de vista, el camino de Dante es un recorrido que recompone pacientemente esta unidad, que conquista progresivamente un conocimiento nuevo que nace de la coincidencia entre inteligencia y amor, que culminará en el encuentro con Beatriz.

      De la reunificación de la persona deriva el restablecimiento de la relación con la realidad,

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