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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Читать онлайн.Название Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri
Год выпуска 0
isbn 9788418746086
Автор произведения Franco Nembrini
Жанр Языкознание
Серия Digital
Издательство Bookwire
1 Solo Dante, que tenía cuerpo, proyectaba sombra.
2 Anochece en Nápoles, donde fue sepultado Virgilio.
3 El cuerpo de Virgilio, muerto en Brindis en el año 19 a. de J. C., fue sepultado en Nápoles por mandato de Augusto.
4 Véase Infierno IV 131-134.
5 En la escarpada costa, cerca de Génova.
6 Hijo de Federico II, rey de Nápoles y de Sicilia.
7 Constanza, hija de Manfredo, mujer de Pedro III de Aragón, madre de Federico, rey de Sicilia (honor de Sicilia), y de Jaime, rey de Aragón (honor de Aragón).
8 En la batalla de Benevento, donde Manfredo luchó contra las tropas del papa.
9 Bartolomé Pignatelli, arzobispo de Cosenza.
10 El cuerpo de Manfredo fue arrancado de la fosa, y sus huesos esparcidos.
CANTO IV
Subimos por una hendidura de la peña, cuyas paredes nos estrechaban por los dos lados y el suelo nos exigía valernos de manos y pies.
(IV, vv. 31-33)
Dante y Virgilio comienzan por fin la durísima subida por la montaña para alcanzar el primer saliente, donde se sientan para recobrar el aliento (vv. 1-54). Aquí Dante se da cuenta de que el sol sube hacia su izquierda y el diálogo que sigue explica la razón del fenómeno (vv. 55-84); después se preocupa por la altura de la montaña y Virgilio le tranquiliza: cuanto más se sube, menor es la fatiga (vv. 85-96). Al final, aparece Belacqua, con el que Dante intercambia algunas frases cordiales (vv. 97-139).
Acabamos de leer (Purgatorio III v. 78) que «perder el tiempo disgusta más a quien más sabe». Así que todo el tiempo que Dante y Virgilio se toman en este canto para reflexionar sobre el tiempo y el lugar donde se encuentran no es tiempo perdido, sino tiempo empleado para entender el tiempo y el espacio, su valor, su función.
La primera observación capta la diferencia entre el tiempo cronológico y el tiempo percibido. Cuando uno está ensimismado con lo que está mirando o sintiendo, «corre el tiempo sin que el hombre lo advierta» (v. 9); de hecho, Dante dice mientras escucha a Manfredo que «bien había subido el sol cincuenta grados / y yo no me había dado cuenta» (vv. 15-16). Es la experiencia que tenemos todos: cuando estamos inmersos en una actividad interesante, el tiempo vuelva; cuando estamos en una clase aburrida, parece que no se acaba nunca.
Pero no es una mera consideración psicológica. Y tampoco se trata solo de una confirmación del valor del instante, que cuanto más significativo es más parece perdurar. También es una apertura al tema de la eternidad, aunque sea inicial. Como en la leyenda medieval del abad Virila. Según el relato hagiográfico, el buen abad, al llegar al final de sus días, estaba preocupado por la idea de la eternidad: «Madre mía», decía más o menos, «si la eternidad es un tiempo tan largo, nos hartaremos antes o después…». Un día Virila se detuvo extasiado para escuchar cómo gorjeaba un ruiseñor sobre las ramas de un árbol. Cuando volvió en sí, miró a su alrededor y se quedó desconcertado: los monjes eran todos nuevos, el edificio había cambiado mucho… «Ah, ¡por fin te has despertado!», exclamó un hermano. «¿Despertado?». «Sí, ¡llevas trescientos años escuchando a ese ruiseñor!».
Es solo una fábula, de acuerdo. Pero de ella he sacado una enseñanza fundamental: la eternidad no es un tiempo larguísimo, sino que es un eterno presente. En el paraíso no existe el tiempo porque es un presente siempre renovado por la belleza de lo que allí vive continuamente, como lo que experimentamos cuando estamos con una persona a la que amamos.
Esto es lo que nos está diciendo Dante: el problema de la vida es que el tiempo esté cargado de una experiencia tan bella, tan verdadera, que colme el alma; que el tiempo participe ya anticipadamente de lo eterno en la medida en que Dios nos lo conceda.
Mientras, Dante ofrece una indicación espacial y cronológica muy precisa: el sol había subido cincuenta grados. Esto quiere decir que, puesto que el sol recorre quince grados de circunferencia en una hora, habían pasado exactamente dos horas y veinte minutos. Como para recordarnos que no está hablando de experiencias místicas o de fantasías, sino de la historia de cada uno, que se desarrolla en tiempos y lugares determinados. Y lo eterno, lo que supera el tiempo y espacio, se asoma en nuestra vida en un tiempo y un espacio determinados.
Una vez más, recurro a la ayuda del gran Eliot:
Entonces llegó, en un momento predeterminado, un momento en el tiempo y del tiempo, un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo, en lo que llamamos historia: cortando, bisecando el mundo del tiempo, un momento en el tiempo pero no como un momento del tiempo, un momento en el tiempo, pero el tiempo se hizo mediante ese momento, pues sin el significado no hay tiempo, y ese momento del tiempo dio el significado.1
Dante recuerda el día y la hora en que conoció a Beatriz; todos nos acordamos dónde y cuándo tuvo lugar el encuentro —con una mujer, un hombre, un amigo, una propuesta de trabajo…— que nos cambió la vida.
Pero la cosa no acaba aquí. Poco después (vv. 51-57), Dante se sorprende porque, mientras está mirando hacia oriente, ve subir el sol por su izquierda, en vez de por su derecha, como sucede en nuestro hemisferio. De ahí arranca un largo diálogo (vv. 58-84), riquísimo en referencias astronómicas, en el que el enigma se aclara. Es obvio que estamos en el hemisferio meridional, por lo que, con respecto a nosotros, el ecuador está al norte, no al sur; por eso vemos que el sol, que en su recorrido se dirige hacia este, va en dirección contraria a la que sigue en nuestro hemisferio. Y todavía hay quien sostiene que los medievales creían que la tierra era plana…
Entre reflexiones cronológicas y astronómicas, Dante y Virgilio se han puesto en camino. Han empezado a subir por la montaña del purgatorio; y también aquí Dante nos ofrece algunas referencias espaciales muy precisas. Es tan alta que no se ve la cima (v. 40), en el tramo que están recorriendo, la pendiente supera los 45 grados, de modo que «el suelo nos exigía valernos de manos y pies» (v. 33) —tienen que trepar usando manos y pies—, y el sendero por el que escalan no es más que un hueco entre rocas.
Naturalmente, todo esto también tiene un valor simbólico: para subir las montañas de la tierra bastan los pies (vv. 27-30),
[…] pero allí era preciso volar, quiero decir con las alas ligeras y las plumas de un gran deseo, conducido por aquel guía, que me infundía esperanza y me daba luz.
Y una vez más, solo el «gran deseo», el deseo vivido en toda su amplitud, da la fuerza necesaria para afrontar un camino tan arduo. Para reafirmar esta idea, Dante utiliza de nuevo unos términos e imágenes que ya nos son familiares: las alas, el vuelo. Vuelve el eco de la comparación entre el «loco vuelo» de Ulises y el suyo, que no es loco porque sigue a un guía. Y la conversación que sigue (vv. 43-51), entre un Dante agotado y un Virgilio que le anima pacientemente, está llena de recíproca ternura.
Más adelante, Dante se dirige de nuevo al maestro para preguntarle cuánto durará la subida (vv. 85-87), como un niño que le dice a su padre en la montaña: «Uf, papá, ¿cuánto falta?». Y Virgilio aprovecha la ocasión para darle una respuesta que no hay que subestimar (vv. 88-90):
A lo que me respondió: «Esta montaña es tal que siempre es penosa de subir al empezar, y cuando uno está más arriba, se hace menos difícil».
Al principio el camino es duro, pero luego, cuanto más se sube, más ligero se hace. Es una ley de