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target="_blank" rel="nofollow" href="#u9c2cc9b2-b56a-5eae-88a6-a4e1ec79bb4d">CANTO XXXI

       CANTO XXXII

       CANTO XXXIII

       EL CAMINO DE LA LITURGIA

      ANOTACIONES ANTES DEL PURGATORIO

       José Mateos

      Probablemente no exista ningún otro clásico que se haya admirado más y leído menos que la Divina comedia. Su importancia ha permanecido indiscutida a lo largo de los siglos y aun en nuestros días, tan proclives a la alergia religiosa, no creo que haya nadie capaz de pensar que un mundo sin la Divina comedia no sería mundo más incompleto, más feo e insustancial, y en el que con toda seguridad mucha de la mejor poesía europea que vino después no hubiese sido posible.

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      La Divina comedia requiere una lectura diferente a la que nos han acostumbrado los folletines y novelas del siglo XIX, del siglo XX. La Divina comedia exige, como quizá ninguna otra obra del pasado, constancia y esfuerzo, y una atención dilatada a lo largo de los años.

      Cuando uno empieza a familiarizarse con la Divina comedia lo primero que aprende es que no ha leído la Divina comedia quien la ha leído una sola vez.

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      A lo largo de su poema, Dante se nos revela como un gran preguntón, como un hombre curioso hasta la impertinencia y siempre insatisfecho. Dante recorre todo su poema con la angustia de saber más ù savere angosciosa». Siempre más. Y en esto se nos presenta como un contemporáneo nuestro, como el mejor representante del hombre occidental. Nada le es indiferente. Todo le interesa.

      Al igual que Dante ante la realidad que le rodea, nosotros también queremos saber más, leemos la Divina comedia para saber más, para entender más. Y una y otra vez recorremos sus páginas, paseamos por sus impenetrables misterios, impulsados por el presentimiento de que ese libro contiene todas las respuestas a las preguntas que nos hacemos mientras lo leemos.

      La poesía de Dante es como ese personaje del Purgatorio que se oculta en su propia luz. La misma luz que desprende su poema es la que oculta todo lo que Dante quiere saber, todo lo que nosotros queremos saber.

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      Lo que Dante nos ofrece en la Divina comedia no es solo un compendio filosófico, o una glosa teológica, o un sistema armónico de todos los saberes de su época. Si fuera así, solo podrían disfrutar de la Divina comedia unos pocos eruditos familiarizados con la ontología tomista o con el modelo ptolemaico del universo. Lo que nos conmueve y lo que fascina de la Divina comedia es la realidad que Dante ha conseguido dejar ahí. De su libro salimos, no sabiendo mucho más de lo que nos espera tras la muerte, pero sí sabiendo más del ser humano, de sus pasiones, de sus anhelos, de lo que nos jugamos aquí en este mundo.

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      Con ese esquema tan previsiblemente monótono que ya encontramos en el libro VI de la Eneida, de encuentros y despedidas, de castigos y expiaciones, y con todo el fardo de su época, Dante consigue fascinarnos durante más de quince mil versos, sorprendernos siempre con nuevas situaciones, personajes, diálogos, etcétera. En cualquier otro, ese esquema tan razonado, tan meticuloso, que Dante sigue paso a paso, le hubiera cortado las alas, hubiera ahogado la emoción y el misterio que todo poema requiere. Sin embargo, el milagro de esta poesía es que vuele como ninguna otra llevando toda esa carga o, mejor, que vuela gracias a esa carga.

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      La poesía como método de salvación personal es el gran descubrimiento de Dante. La Divina comedia es, al fin y al cabo, una crónica de viaje, la crónica de alguien que busca, no el toisón de oro o el regreso a su patria, sino su salvación. A partir de Dante, el ser humano sentirá, cada vez con mayor exasperación, con mayor resentimiento, la necesidad de hacer ese viaje hacia las tinieblas de sí mismo. Y, lo que quizá es más importante para el posterior desarrollo de la literatura occidental, Dante nos enseña que hacer ese viaje y cantarlo pueden ser la misma cosa.

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      La Divina comedia comienza con alguien perdido en una selva oscura y termina con alguien perdido en la visión de Dios. Entre esos dos extravíos, quince mil versos en los que Dante consigue que la realidad parezca un sueño y que el más allá parezca más real que la realidad.

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      Ya desde los primeros versos Dante nos da el tono de su poema. Ese tono seco, directo, propio de quien levanta acta oficial de algo que realmente ha sucedido. El hallazgo de ese tono que mezcla sabiduría y candor, inteligencia y frescura, es fundamental para que Dante consiga llevar a buen puerto su empresa.

      Gracias a ese tono y a la elección de los tercetos como estrofa única, Dante consigue que su poema nos trasmita la sensación de movimiento, de estar avanzando conforme él se adentra más y más en el ultramundo. Pero no solo eso, con la rima encadenada de los tercetos, con esa música repetida, Dante va adormeciendo nuestros prejuicios y nuestro estrecho sentido de la realidad y nos obliga, como un buen hipnotizador, a entrar en un estado donde acabamos aceptando las situaciones más difíciles, los diálogos más asombrosos, las visiones más increíbles.

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      El viaje que emprende Dante al más allá no es para huir del mundo, ni para vengarse del mundo como creyó Nietzsche, sino para verlo de otra manera. Por eso Dante es uno de los poetas que mejor ha mirado el mundo. Porque domina como nadie el primer plano, el detalle. Porque concede a las cosas más pequeñas, más modestas e inapreciables, la dignidad de significar las cosas más grandes.

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      Para Dante, como para el campesino de antes de la Revolución Industrial, esa generalización un tanto absurda que denominamos naturaleza no existe. Existen los pájaros, las florecillas del campo, los perros, las ocas, los bueyes, las ranas…, todo eso que a san Francisco le hacía entonar sus himnos de alabanza y le conmovía hasta las lágrimas.

      Ese amor por la realidad, esa atención que Dante presta a todo lo real, incluso a las manifestaciones más groseras y despreciables de la realidad, sirve de contrapeso a las construcciones de la fantasía y a todas esas disertaciones rigurosas o eruditas que engrandecen su poema.

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      El más allá de Dante supone el concepto cristiano de persona que la posmodernidad ha intentado liquidar a fuerza de marxismo, de estructuralismo, de psicoanálisis… Supone que el ser humano es libre para realizarse en el bien o en el mal. Y este es quizá el mayor inconveniente que algunos lectores actuales puedan tener a la hora de enfrentarse a la Divina comedia: la discusión que Dante mantiene hoy con algunos de los principios de la posmodernidad. Después de Marx, de Freud, de Deleuze, de Foucault…, nuestra idea del ser humano es la de un ser condicionado desde fuera y desde dentro. Desde fuera, por la sociedad y sus estructuras; desde dentro, por el lenguaje y por la red de moléculas que nos conforman. ¿Cómo aceptar entonces la responsabilidad de la persona, que es fundamental, que es la premisa que hilvana la Divina comedia?

      Dante acepta que puede haber en algunos seres humanos una disposición natural, incluso social, no buscada por ellos a la incontinencia, a la bestialidad o a la malicia. Pero lo que hace culpable a ese ser humano, según Dante, no es esa disposición, sino el no haberla sabido vencer. Para Dante la voluntad y la razón son más poderosas que la sociedad o la naturaleza.

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      El castigo es en la Divina comedia un regreso repetido hasta el infinito de lo que esencialmente el culpable realizó contra otros o contra sí mismo. Lo que Dante hace no es tanto juzgar a este o aquel personaje, sino utilizarlos como un símbolo de una pasión dominante y reflexionar sobre ella como reflexiona la poesía, por medio de imágenes y

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