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gran delfín presumiblemente atrajo la atención del hombre desde el mismo momento en que se dejó observar por primera vez. Si en el siglo XXI nos estremecemos al mirar el salto de una orca o al vernos reflejados en sus ojos, ¿que habrá pasado por la mente de quienes hace 9.000 años dibujaron la imagen de una orca en una roca de la costa de Noruega septentrional (el dibujo de un cetáceo más antiguo que se conoce) o los nativos nazca? Estos habitantes de los valles de la costa sur del Perú incluyeron en su arte espléndidas representaciones de orcas, aunque vivían a 35 kilómetros del océano y no las contaban como presencias cotidianas.

      Para este pueblo agricultor la orca era una poderosa deidad que ayudaba a dominar a los espíritus malignos que –según su cultura– vivían bajo el mar. La vinculaban con la provisión de agua y, por ende, con la fertilidad agrícola: el agua que hacía posible la vida en esa árida región no pertenecía a los agricultores sino a la divinidad que vivía en el océano. Desde allí, creían los nazcas, la orca lanzaba el agua hacia la cordillera andina para que bajase por los ríos, se filtrara en la tierra y se encausara por los pukios, red de galerías subterráneas construidas para regar los campos y hacer prosperar los cultivos.

      Cuando llegaban los secos meses de invierno, la relación entre los agricultores nazcas y la orca se tornaba inestable. Era el momento de renovarla. Como los nazcas identificaban el escurrimiento del agua con el derramamiento de sangre, realizaban sacrificios para pagar a la diosa: practicaban cortes en el cuello de humanos, quienes luego eran decapitados. Una vez aplacada su sed de sangre, la orca les proveía el agua –creían– y les aseguraba el éxito de la producción agrícola.

      Hacia el siglo cien antes de Cristo, los nazcas construyeron templos dedicados a la orca; de la misma época data el dibujo de una impresionante orca de sesenta y cinco metros de longitud con la cabeza de un hombre retenida por su aleta pectoral que se halló en los gigantescos geoglifos de Pampa de Ingenio. Pero recién en el 2015 y gracias a Johnny Isla Cuadrado del Ministerio de Cultura en la provincia peruana de Ica, su equipo con la utilización de drones pudieron localizar una serie de geoglifos en la zona de Palpa-Nazca entre los que se encuentra la figura de una orca de más de 60 metros de longitud que se estima podría tener unos 2.000 años, hechas por los Paracas quienes habitaron esa región entre 800 y 200 a.C precediendo a los nazcas. Podrían tratarse del geoglifo mas antiguo localizado en Nazca

      Como Ra, el sol en distintas culturas aborígenes, las orcas provocan una mezcla de temor y fascinación que genera una conexión espiritual entre los humanos de culturas tan distintas y territorios tan distanciados como los nazcas, nuestros yámanas y onas de Tierra del Fuego, los kwakiutl del sudoeste de la Columbia Británica (Canadá) o los ainú de Japón.

      En Tierra del Fuego, los estrechos Murray (llamados yahgashaga: montaña-valle-canal) constituían el territorio de los aborígenes canoeros conocidos como yaganes o yámanas. Para resistir las bajas temperaturas de su ambiente, este pueblo acostumbraba ingerir entre dos mil seiscientas y tres mil quinientas calorías diarias. Parte central de esa dieta eran los mamíferos marinos como el lobo. Lo cazaban desde sus endebles canoas, hechas en corteza de lenga, con un arpón de punta tallada en hueso de ballena. Comían la grasa del lobo marino, pero también apreciaban el sabor de la carne, la textura de la piel y la durabilidad de los huesos.

      En la misma zona, tierra adentro, los yamana –y, en menor medida, los shilknum, conocidos como selknam u onas– aprovechaban las ballenas que varaban moribundas en las playas pero no dejaron indicios de caza de orcas, a la que consideraban “el señor que va seguido por los integrantes de su pueblo”. Temían a las orcas tanto como las querían, ya que le resultaban proveedores indirectos de alimento: las ballenas a las que atacaban, para escapar, nadaban hacia la costa, donde terminaban varando para morir horas después.

      También algunas –pocas– orcas aparecieron muertas sobre la playa y los yamana las utilizaron como alimento, con excepción de su grasa, a la que consideraban venenosa según el siguiente relato de Gusinde: “En cierta ocasión, algunas personas encontraron en el oeste, sobre la playa, una ëpaiaci (3) muerta. Su carne y su grasa aún estaban frescas, por eso algunos comieron de ella. Esta gente murió poco después. A ese lugar también llegó Hawaten. Era un hombre astuto: antes de comer él mismo, quiso saber si esa grasa causaba la muerte. Disimuladamente entregó un trozo a un hombre. Este murió rápidamente. Entonces aquél dijo para sí: ‘¡Bien, esto sirve a mis fines!’. Así es que tomó un trozo mayor de grasa de la ëpaiaci, lo cortó en varios trozos menores y llenó con ellos la bolsa hecha con el estómago de un sekus (Chloëphaga hybrida, cauquen caranca). Entonces regresó al este. Cuando deseaba matar a alguien, le ponía furtivamente en la comida un trozo de grasa de la ëpaiaci. En varias oportunidades repitió esta maniobra, y algunos hombres murieron por esa causa. Hawaten era aborrecido y evitado por todo el mundo a causa de sus procederes tan malintencionados. O sea que, a través de este hombre, se conoció la real o aparente fuerza de aquel veneno”.

      Otra referencia a las orcas aparece en El último confín de la tierra, donde Thomas Bridges cuenta una historia de los onas: “Kwonyipe, ese tipo enorme, parecía haber adquirido habilidad para metamorfosear a los otros antes de ser, él mismo, transferido a una esfera celestial de actividades. Se cuenta, por ejemplo, el trato que dio al cazador que no estaba contento con la carne de guanaco. Shahmanink siempre era afortunado en sus cacerías pues tenía tres perros excepcionalmente buenos. Era oriundo del este de la tierra de los onas, y pudo haber sido aliado de los aush, porque generalmente cazaba en los confines de su tierra. Shahmanink se quejaba siempre diciendo que los guanacos eran pequeños y flacos y su carne mala. Kwonyipe, disgustado por sus continuas quejas, lo transformó en ese animal feroz conocido como el matador de ballenas; en adelante, siempre que, hallándose entre sus compañeros, veía una poderosa ohchin (ballena), la acometía y la mataba. Los tres perros de caza de Shahmanink fueron transformados por Kwonyipe en peces salvajes, tal vez de la especie pez espada para que ayudasen a su amo a matar ballenas. Algunas veces conseguían remolcar a ohchin a la orilla; entonces los onas estaban contentos con Shahmanink y sus perros”. Ese animal feroz denominado “matador de ballenas” es la orca; por otra parte, Bridges llamaba a las orcas sword fish (pez espada) posiblemente porque sus contemporáneos pensaban que las orcas iban rápidamente por debajo de las ballenas y las cortaban con su aleta dorsal (Natalie Goodall com pers). También Martín Gusinde dice sobre la orca en los relatos yamana: “Como es sabido, este animal tiene por costumbre atacar a ballenas mas jóvenes y pequeñas. Con su poderosa aleta dorsal golpea y pincha a la ballena, que solo puede salvarse huyendo”.

      Esos autores no son los únicos que describen la aleta dorsal de las orcas como elemento cortante o punzante. Catarino Martinez, buzo abulonero mexicano, relató cómo un gran macho utilizaba la punta de su aleta para empujar al agua a un grupo de lobitos refugiados en repisas de roca. Sin embargo, durante mis años de observación de estudio de la conducta de las orcas, nunca pude observar ese comportamiento. En una sola oportunidad, y mientras me encontraba buceando con su grupo, Bernardo pasó su aleta dorsal varias veces entre mis piernas, sin hacer contacto y con movimientos que revelaban una coordinación total para evitar golpearme. Aún cuando dejé un espacio apenas mayor del ancho de la aleta dorsal, Bernardo paso entre mis piernas sin siquiera rozarme. Nativos e inclusive científicos como Ash,C 1962 decían que la aleta dorsal negra de la orca era una espada creciente fuera del agua. Se llegó a creer que la aleta dorsal de los grandes machos de orcas podía cortar al medio un lobo o foca, lo cual es imposible.

      Las historias con orcas comparten la enorme distribución geográfica del animal. En Australia, los aborígenes dicen que las personas que mueren en el mar se trasforman en orcas: por eso, cuando un marino muere en el mar, se bautiza a una orca con su nombre. En Canadá, los aborígenes de la tribu haida, de las costas del noroeste, cuentan el origen de las orcas (skaana o queet, en su lengua) en tótems tallados, en dibujos y en su platería.

      En el documental Killer Whale, de Jeff Foott, del que fui asesor, se cita una leyenda haida: “Natsihlane era un gran cazador, muy hábil para tallar la madera. Sus tres cuñados tenían celos de sus habilidades, razón por la cual decidieron eliminarlo. Inclusive obligaron al menor de ellos, que no estaba totalmente de acuerdo, a colaborar. Los cuñados invitaron

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