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El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes. Nina Rose
Читать онлайн.Название El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Год выпуска 0
isbn 9789561709218
Автор произведения Nina Rose
Жанр Языкознание
Серия El Castillo de Cristal
Издательство Bookwire
La honestidad de Sheb era abrumadora y bastante inapropiada considerando sus rangos, pero Baven estaba descubriendo que le gustaba un poco que el joven le dijera esas cosas. Nadie más le hablaba de esa forma casual, excepto Rylee que era una descarada con todas sus letras; Sheb era respetuoso, cándido y discreto, pero también era frontal, directo y decía las cosas tal cual eran, sin subterfugios.
—Lo pensaré —le contestó finalmente—, gracias por tu información, Joung.
—Cuando quiera, señor, aunque espero que ya no sea necesario tener que informarle acerca de Rylee.
Honestamente, Baven esperaba lo mismo.
5
Todo estaba ya dispuesto para darle la sentencia a Rylee Mackenzie, quien los había traicionado. Después de cuatro días, era ya hora que el General diera su veredicto: había dejado pasar demasiado tiempo. Al menos así lo creía Petro Virasenka, el soldado más viejo entre sus camaradas.
La familia de Petro había servido al linaje de los Regaris por generaciones, primero como coperos reales, luego escuderos, soldados hasta llegar a ser miembros prominentes de la Guardia Real. El estandarte de los Virasenka mostraba un escudo azul oscuro en cuyo centro estaba la estrella coronada de siete puntas de los Regaris, flanqueado por dos espadas; el lema de la familia, “Lealtad y Honor”, no era solo una frase bonita: los Virasenka vivían regidos por esas palabras.
Petro había llegado a ser el líder de la Guardia, el Prefecto, el soldado más respetado entre todos, compañero de armas de aquel que se convertiría en el asesino de su Rey y enemigo de Rhive. Diosas, cómo se arrepentía de no haber visto las señales, de no haber podido proteger a Jeremiah, de no haber matado con sus propias manos a ese bastardo malnacido aquella fatídica noche, cuando el destino del reino se había visto quebrado por las manos codiciosas del Yuiddhas.
Fuerte, ese traidor era fuerte y estaba resentido y lleno de odio. Alimentando esa oscuridad había tenido a los Grises, susurrándole promesas de gloria, engordándolo con sueños de realeza, hasta que finalmente estuvo lo suficientemente listo para atacar.
Los había aniquilado. Había sobrevivido de milagro, gracias a sus ancestros, a las Diosas y a su hijo que lo había sacado a tiempo del castillo.
Y desde entonces no había querido ser líder de nada.
Tanta muerte, recordaba, tanta sangre y confusión, tanta desesperación. En los ojos del Yuiddhas había visto la sombra de la maldad… maldad que no veía en Rylee.
Contempló las banquillas que se habían dispuesto fuera de la tienda del General. Todos los miembros del ejército serían testigos de lo que sucedería y como era tradicional en ese tipo de juicios, tendrían la opción de votar a favor o en contra del veredicto. La acción de la muchacha Mackenzie había sido una afrenta al ejército completo, por lo que todos tendrían una palabra al respecto si deseaban tomarla; ya varios habían hablado con el General en privado durante el curso de esos días, planteándole sus opiniones e inquietudes con respecto a la joven.
Él no. Había preferido no hacerlo, ya que había aprendido, de la forma más cruel, que las apariencias engañan. Sin embargo, no creía que Rylee mereciera la muerte, una opinión que era compartida por la gran mayoría de sus camaradas, incluyendo a su hijo.
—Padre —llamó Marius devolviéndolo a la realidad—, están próximos a traer a Rylee.
Petro reunió a los soldados, quienes se apresuraron a la zona dispuesta para el juicio. La wolfire de Rylee, Ánuk, estaba sentada en su forma de lobo rodeada por los enanos, que parecían más preocupados por ella que por la muchacha; se notaba a la legua que los herreros se habían encariñado. No le extrañaba: los había oído conversando y la loba era tan malhablada como ellos.
El General y la Capitana tomaron asiento en dos de las banquillas; acto seguido apareció el Capitán, que parecía algo distraído. Finalmente, llegaron Gwain y la Comandante, seguidos de cerca por la enorme masa que era Yitinji, escoltando a la prisionera.
Petro la miró con atención. Parecía debatirse entre mirar hacia adelante o a su alrededor; llevaba las manos atadas por el frente y desde donde estaba notaba que tenía las muñecas enrojecidas por el roce. Estaba despeinada y parecía ligeramente azorada, pero se mantenía seria y sus ojos transmitían aquella decisión que le era tan característica. Vio cómo sonreía a su loba en cuanto la divisó entre el gentío y cómo se plantaba firme frente al General.
Crissana y Gwain tomaron asiento, mientras Yitinji se quedaba detrás de la joven. Parecía querer estar en cualquier otro sitio menos aquél; Petro sabía que el golem le tenía estima a la muchacha.
—Después de mucho deliberar y de oír las ideas y opiniones de todos, he tomado una decisión respecto al destino de la acusada, Rylee Firenne Mackenzie.
La voz del General reverberaba en el silencio del campamento, roto solo por el sonido del crepitar de las antorchas. Petro miró a su hijo, que parecía preocupado y a Shebahim Joung, el amigo de Rylee, que apretaba con fuerza la espada de mango carmesí que prendía en su cinto.
—Se han analizado las circunstancias y afrentas que has cometido… y, después de mucha consideración, he decidido que no seré yo quien te juzgue.
Se oyó un repentino susurro colectivo. ¿Qué estaba pasando? ¿Significaba que debían quedarse más tiempo? ¿Quién la iba a juzgar entonces? Mackenzie se veía aún más confundida.
—¡Silencio! —exclamó la Comandante que parecía igual de consternada.
—Rylee —volvió a hablar el General— robó una gema valiosa y nos mintió a todos para obtenerla; sin embargo, cuando tuvo la oportunidad de entregarla, de traicionarnos, vio su error y trajo de vuelta lo robado. Sus propósitos no servían al enemigo, sino a ella misma y fue lo suficientemente valerosa como para regresar. Lo que importa, lo que todos dudamos, es su lealtad. Y es lo que deseo probar.
Todos miraban expectantes. Se podía cortar el aire con una daga.
—Rylee viajará con nosotros a las Cuevas Ciegas. Mientras nos movamos, estará vigilada por el Capitán, con quien retomará las sesiones de entrenamiento en cuanto haya oportunidad. Tendrá prohibido montar a Ánuk durante el viaje, pero estará en libertad de verla a excepción de los momentos en los que se encuentre entrenando; durante dichos periodos, Ánuk deberá reportarse con los enanos. En cuanto a su arma, ésta se mantendrá en manos del Capitán y le será entregada sólo cuando éste último lo estime necesario.
»Las Cuevas Ciegas están protegidas por un poderoso conjuro que fue puesto por el guardián de la Segunda Pieza del brazalete y especificado en el mapa que la propia Rylee obtuvo para nosotros. La magia de las Cuevas le permitirá el paso solo a aquellos que sirvan al verdadero Rey de Rhive y rechazará a aquellos que sirvan al Yuiddhas y a los Grises. Si Rylee logra atravesar la barrera, probará sin errores su lealtad y recibirá el indulto. De no pasar la prueba, será sentenciada a beber un frasco de Hoja del Silencio, que la dejará muda de por vida; perderá cuatro dedos y será expulsada de Rhive sin la compañía de su loba.
»Si alguien se opone a este veredicto, que hable ahora.
Nadie dijo nada. La sentencia era extrañamente justa, aunque bastante rebuscada; Petro apostaba su ojo derecho a que el General había pasado horas y horas buscando una forma de no tener que expulsar, lastimar y menos matar a la chica, pero había que ser realistas: si ella resultaba ser una traidora, debían deshacerse de ella.
Tras un largo rato de silencio, la Comandante se levantó y anunció:
—Queda así estipulado que Rylee Mackenzie deberá atenerse a la sentencia del General Cahalos Ellery en vista y considerando la falta de oposición por parte de los presentes. Ésta se hará efectiva desde este momento hasta la culminación del viaje en las Cuevas Ciegas.
Gwain se levantó y deshizo los nudos de las muñecas de Rylee, sonriéndole. Petro vio cómo