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a una excelente amiga —sonrió Sheb—, una amiga que fue lo suficientemente valiente para volver, aun a pesar de las consecuencias. Sin embargo, hay algo que puedes hacer por mí— se separó de ella y la miró directamente a los ojos—. Quiero que me cuentes todo, desde el principio. La verdad.

      Rylee le contó todo, exactamente como se lo había contado al General y a los otros durante su “juicio”. Omitió, nuevamente, todo lo relacionado con el nigromante; estaba tentada de sacárselo de encima, pero el cariño de Sheb lo haría preocuparse de ella tanto como lo estaba Ánuk y no podía —no quería— verlo así.

      Sin embargo, hubo algo que sí agregó, algo que había evitado mencionar cuando les contó a sus “jueces” lo que había pasado.

      —Anwir trabaja para el Yuiddhas ahora —dijo seria—, fue él quien les dijo que podían reclutarme para hacer el trabajo y fue él quien se encontró conmigo cuando me disponía a entregarles el cristal.

      Shebahim quedó en silencio, mirándola con tristeza. Rylee no parecía apenada por su amigo, pero sospechó que en su corazón la joven estaba acongojada de igual manera.

      —¿Te lastimó? —le preguntó.

      —No. Pero tuve la horrible sensación de que era capaz de hacerme daño si se lo proponía. Su mirada era diferente: fría, pero ansiosa, expectante. Cuando me negué a ir con él intentó llevarme por la fuerza, pero Ánuk lo detuvo.

      —¿Por qué no le dijiste al General y los otros?

      —Porque no quiero que me liguen con el Yuiddhas aún más de lo que ya lo hacen. Si se enteran que Anwir está de su lado, creerán que estamos confabulados en contra del ejército y no quiero que piensen una cosa así a estas alturas. Te conté porque confío en que no comentarás nada del asunto a nadie.

      Sheb asintió y luego miró a Rylee por largo rato. La chica se sintió nerviosa repentinamente; era claro que el joven intentaba leer algo en sus ojos.

      —Sé que hay algo que no me quieres decir, Rylee —habló después de un momento—. ¿Por qué? Después de todo lo que ha sucedido…

      Rylee sentía que el joven se merecía toda la verdad. La había acogido, la había perdonado… pero aún no estaba lista para compartir ese secreto. Aún cuando la lengua le picaba por hablar, nadie podía enterarse sobre su maldición.

      —Hay algo que quiero que sepas, Sheb —le dijo Rylee sujetándole el rostro y mirándolo directamente, decidida—, a pesar de todo lo que he hecho, no importa lo que pase de ahora en adelante, no volveré a mentirte nunca. Sin embargo, ese pequeño fragmento de información que me guardo no te lo puedo contar todavía. No porque no confíe en ti, porque confío en ti más que en cualquier persona en este ejército, sino porque es algo mío, personal, algo que tengo que resolver por mí misma. ¿Lo comprendes? Prometo que te lo contaré, pero aún no.

      Sheb no insistió más, sabiendo que la chica no le diría nada. Suspiró e inició una conversación sobre el estado del campamento, decidido a disfrutar el corto momento que podía compartir con ella.

      Los soldados se habían sentido decepcionados, pero extrañamente esperanzados por el rumbo de los acontecimientos. Si bien aún resentían a Rylee, a muchos les pesaba más el hecho de tener el cristal de vuelta en el campamento; aunque la espada del Rey no existía, tenían un arma mucho más poderosa contra el enemigo y lo mejor era que la única persona capaz de portar dicha arma era quien los estaba liderando.

      —Todos piensan que el General de los Reinos es el General Ellery mismo. Gwain está que revienta de alegría, aunque no pareciera que al General le guste mucho ser considerado el héroe de la leyenda.

      —Es demasiado humilde para aceptarlo, pero yo también pienso que tiene las características —replicó Rylee meditando, intentando precisar bien lo que Sahra le había leído cuando la vió por última vez—. Debo admitir que no recuerdo bien el contenido de la profecía, pero hablaba de un hombre forjado por el amor y la muerte… algo relacionado con cenizas y un sacrificio que traería el cierre.

      —Si, lo sé. Gwain ha estado recitando la profecía a quien quiera escucharlo, por lo que la he oído bastante seguido desde que regresaste con el cristal. No me la he aprendido, pero la primera parte habla sobre el Yuiddhas, luego sobre el nacimiento del Guerrero. Al parecer calza perfectamente con la vida del General; Gwain también ha hablado de eso a quien quiera oírlo. Una vez que complete el brazalete podremos alzarnos contra el enemigo y derrotarlo: esa es la esperanza que mueve ahora al ejército.

      —Si, hablando de eso —comentó Rylee— ¿por qué no nos movemos? Se supone que el plan es llegar a las Cuevas Ciegas, ¿no?

      —Por lo que sé —contestó Sheb— están intentando buscar la forma más segura de pasar. Hay un pueblo antes de las Cuevas que puede ser un punto conflictivo y peligroso; por otro lado, si el pueblo resulta ser leal al Rey, podríamos hallar resguardo. Además, aún no deciden qué hacer contigo, has resultado ser muy complicada de juzgar. El Capitán vota por que te vayas y Crissa lo respalda; Menha y Gwain te apoyan porque regresaste y optan por un castigo que puedas cumplir aquí. El General es el que tiene la última palabra y hasta ahora no se ha pronunciado.

      A pesar de haber llegado hasta ese punto, Rylee aún no estaba segura de lo que quería —o debía— hacer. Por una parte, quedarse no mejoraría en nada su situación en cuanto a expectativa de vida, pero el irse solo significaba quedar a la deriva sin ningún sitio donde ir. En el campamento estaba protegida, resguardada por un escudo mágico del cual no podía salir y vigilada por un contingente de espadas y escudos; eso al menos la mantendría lejos del alcance del nigromante por el momento. Temía que el mago de la muerte tomara represalias por su desobediencia; lo que había cometido era una afrenta abierta y un acto de rebeldía que podía ser considerado tanto valiente como estúpido.

      Sin embargo, a fin de cuentas, su plan valía menos que un rábano en su actual situación. Como bien le había dicho Sheb, la última palabra acerca de su destino la tenía el General; podía condenarla —aunque dudaba que el elfo la matara—pero las Diosas sabían que habían castigos lo suficientemente duros allá afuera. Recordó cuando al kevvu con el que había luchado (¿cuánto había pasado desde ese día?) lo habían amenazado con cortarle la lengua para que no dijera nada sobre el ejército. ¿Harían lo mismo con ella? Sabía muchas cosas, había vivido allí por un mes… ¿qué líder con dos dedos de frente la dejaría ir sin medidas cautelares?

      —Pareces nerviosa —le comentó Sheb.

      —Lo estoy —dijo sin reparos—, he pasado cuatro días encerrada sin saber qué me sucederá. Es desesperante, Sheb, la angustia es insoportable, la soledad es casi insostenible para mí, me hace falta mi loba, extraño mi hogar y a Ruby. Debo tener cuidado en mi comportamiento cuando salgo al exterior: no puedo parecer altanera, por respeto, pero no quiero parecer ni débil ni derrotada. Llego a la tienda pensando en lo que dirán de mí, algo que jamás en la vida me ha importado, pensando en las personas que no me hablan: en Menha, en el Capitán, en Yitinji. Es exasperante. Lo detesto.

      También detestaba sentir el dolor irremediable en el hombro. El sangrado se había intensificado ligeramente y debía tener cuidado para que la Comandante no notara nada, por lo que intentaba mantener la cantimplora cerca para enjuagar la punzante herida en cuanto se formase. Hasta ahora, el único aspecto positivo era que se cortaba casi inmediatamente, pero considerando que le faltaba poco menos de un mes todavía, no quería imaginar lo que los próximos veinte y tantos días le tenían deparado.

      Sheb la acunó contra su pecho, intentando traspasar su energía, como solía hacerlo su madre cuando estaba inquieto. Decidió cambiar el tema de conversación y le preguntó a su amiga:

      —Oye, ¿has pensado en un nombre para tu espada? La tengo yo, pero sigue siendo tuya.

      —No estoy segura de que a los enanos les agrade que una ladrona esgrima una de sus creaciones —respondió ella.

      —Fue un regalo, Rylee. Los regalos no se quitan ni se devuelven, eso es lo que te enseñan de pequeño

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