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como norteamericanos.

      Empero, incluso con esta experiencia y formación, deben recordarse aquellos versos campoamorianos que afirman que «todo es según el color del cristal con que se mira». Y yo no puedo negar que la óptica que utilizo, cuando hablo del hombre de negocios sueco, tiene tintes de lo que llamaríamos un estilo latino o mediterráneo de hacer negocios y de comportarse en general. Sería estéril, a estas alturas, entrar en el debate de si tal estilo existe o no. Pero lo que debe quedar claro es que esta óptica es un condicionamiento fundamental de mis percepciones. Y recomiendo encarecidamente tenerlo en cuenta a lo largo de la lectura del libro.

      He tratado de mantener la estructura del mismo lo más sencilla posible. Después de una breve rememoración en el capítulo I, de cómo diablos mi familia y yo acabamos por vivir en Suecia (de la cual el lector puede prescindir con toda tranquilidad, si no tiene interés en la parte más personal de la historia), en el capítulo II se hace un recorrido general sobre la geografía, el clima, la economía y la evolución histórico-social de Suecia. El capítulo III describe los valores sociales mayoritariamente aceptados por el pueblo sueco. El capítulo IV revisa las características fundamentales que articulan el estilo de dirección sueco, y el capítulo V describe detalladamente la forma de liderazgo sueco. Después, se analiza su modo de comunicación en el capítulo VI y, finalmente, se revisan los momentos claves, los momentos de la verdad en el día a día, en que tanto el estilo de management como el de comunicación cobran vida en el capítulo VII. Por último, se hace una referencia a las tradiciones sociales y culturales que el lector debe tener en cuenta y se ofrecen algunas pistas y reglas para saber cómo tratar y relacionarse con suecos.

      Me gustaría expresar mi reconocimiento a todos aquellos que con su paciente comportamiento me han permitido conocer cómo son los suecos desde el punto de vista profesional y cómo responden a distintas situaciones. Y la verdad es que debería agradecerles no solo su paciencia, sino también su cariño, su honestidad y su respeto.

      Especialmente me gustaría agradecer a todos los empleados de Procter & Gamble en Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Gracias de forma especial a Gunilla Horwarth. ¡Qué paciencia tuvo conmigo!

      De fuera de la compañía me gustaría también destacar la ayuda de: Nikolaj Skjernov, David Adams, Charlotte Wellendorf, Ulf Hallstrom, Patrik Isaak, Mette Mundt, Brian Akers, Marianne Östlund, y Niels Brinkmann.

      Dejo testimonio de agradecimiento especial a quienes nos han permitido conocer la dimensión y el significado de la palabra «amistad» para los suecos: Christian y Magdalena Ihre, Henrik y Martine Perlmutter.

      El libro no habría sido el mismo sin los valiosos comentarios que en distintos momentos de su escritura recibí de: mi padre, Gerry Kingham, Thomas Pietrangeli, Christian Ihre, Per Frisk, Sandra Kottenauer, Ingemar Naeve, Henrik Perlmutter y Jorge de Arco.

      Gracias con mayúsculas a Juan Ramírez de Haro y a Ricardo Bauluz. No solo me hicieron comentarios al manuscrito, sino que me indujeron a cambiar, a mejorar y a no tolerar apartados que estaban por debajo del resto del libro. Ellos son, en parte, responsables del producto final.

      Gracias a la Cámara de Comercio Hispano Sueca de Madrid, y en especial a Jenny Bergsten. Desde un inicio creyó en este proyecto y lo ha apoyado con mucho esfuerzo y tiempo personal.

      Por último mencionar la gran contribución a este trabajo de D. Carlos Murciano. No solo es un gran escritor, sino un consejero paciente. Sin sus minuciosos comentarios, modificaciones, consejos y sugerencias este libro no hubiese visto nunca la luz.

      Como espero que se pueda comprobar a lo largo de las páginas que siguen, tanto mi familia como yo hemos aprendido a apreciar muchos de los elementos que el sistema de valores sueco y la cultura de sus gentes aportan tanto a la vida social como al mundo de los negocios. Suecia es un gran país, y sus habitantes son gente fabulosa y enriquecedora. La verdad es que, después de nuestra experiencia vital en Suecia durante más de mil días, mi familia y yo nos sentimos como españoles «mejorados». Aun así, el lector encontrará a lo largo del libro comentarios y apreciaciones sobre el estilo de hacer negocios de los suecos, sobre sus hábitos y comportamientos que acaso parezcan críticos o negativos. El lector más irascible puede considerar incluso ofensivas algunas de esas apreciaciones. Quiero dejar claro que, si en algún caso lo que digo suena como he descrito, no hay en mi espíritu ni en mi actitud una sola gota de mala intención. Detrás de todas esas afirmaciones anida un respeto profundo por lo sueco, y, en cualquier caso, están siempre presididas por la buena fe.

      Aunque resulte obvio, cuando se trata de un libro como este, en el que se describen la cultura y el proceder de una comunidad, es importante reconocer que, detrás de la definición de los prototipos de comportamiento, existe sin duda una injusta generalización. La generalización es necesaria para la definición de los estilos, y por ello es injusta con muchos de los suecos con los que he trabajado y con muchos otros que puedan leer el libro. Pero es imposible hacer particular justicia a todos y cada uno de ellos.

      Tanto mi esposa como yo estamos orgullosos de haber dejado Suecia habiendo hecho amigos, que esperamos permanezcan con nosotros el resto de nuestras vidas. Su afecto y su confianza son muy valiosos para nosotros. Y no estamos dispuestos, a ningún precio, a perder ni un ápice de los mismos.

      Como ser humano que soy, mi análisis no es necesariamente perfecto. Cualquiera de las afirmaciones o juicios de valor que hago son susceptibles de estimaciones alternativas e incluso contrarias. Aun así, por favor, quede claro que todo lo escrito lo está con mi mejor voluntad.

      FEDERICO J. GONZÁLEZ

      Cascais, Portugal

      Existe una expresión muy popular en nuestra lengua que es «hacerse el sueco». Lógicamente, el lector entenderá que su utilización en el título del libro pretende relacionarla directamente con el modo de comportarse del pueblo sueco. Pero no es así. Incluso si, como se verá posteriormente, alguna de las características del estilo sueco pudiera responder a lo que nosotros entendemos por «hacerse el sueco», debo clarificar que tal expresión no tiene nada que ver con los suecos como tales habitantes de Suecia. Su utilización aquí tiene el sentido literal de comportarse como un sueco tal y como se describe a lo largo del libro.

      «Hacerse el sueco» significa, para nosotros, «ignorar algo, no prestar atención a lo que se dice o se pide, disimular». Y siguiendo lo que Iribarren anota en su excelente libro El porqué de los dichos, esta expresión proviene de la palabra latina «soccus», una especie de zapatilla que los comediantes romanos y las mujeres solían utilizar en el teatro. De esta expresión original derivan palabras como «zueco», «zócalo» y «zoquete». Desde este ángulo, «hacerse el sueco» significaría comportarse como un tonto, no comprender ni realizar lo que se le pide a uno.

      Cierto que el lector no podrá evitar pensar en esta expresión cuando analicemos algunas de las características del directivo sueco, pero quede claro que desde el punto de vista semántico no hay razón para asociar su comportamiento con la expresión citada.

      Por último, debo hacer una observación que considero importante. De igual forma que en la nota para el lector sueco reconozco que estos pueden sentirse en algún momento ofendidos por las generalizaciones que son obligatorias al describir el tipo de comportamiento de un colectivo, puede que lo mismo suceda con el lector de habla hispana. A lo largo de los diferentes capítulos me permito hacer comparaciones entre el estilo sueco y lo que podría llamarse un estilo «latino» o «español», lo que también entraña generalizaciones para este último colectivo. Pido disculpas, pues, si en algún momento alguien no se siente reconocido en el mismo. Al final del día, lo que cuenta es el cotejo y no tanto la palabra que se utiliza para denominar los extremos cotejados. Así lo creo yo al menos.

      CAPÍTULO I

      CÓMO EMPEZÓ TODO

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