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      Las Alas del reino I Cuervo de cuarzo

       ©Tamine Rasse Cartes

       Primera edición: diciembre 2020

       © MAGO Editores

       Director: Máximo G. Sáez

       www.magoeditores.cl [email protected] Registro de Propiedad Intelectual: N°: 2020-A-4196 ISBN: 978-956-317-612-4 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Lectura y revisión: MAGO Editores Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

       A Bunny, la princesa que me rescató. A mi mamá, quien hizo de hada madrina. Y les jóvenes LGBT+, el reino donde floreció esta historia.

      Alerta de contenido: En este libro existen descripciones gráficas de sangre, violencia, fuego y animales heridos o muertos.

Primera parte

       I Hierba mala nunca muere

      Venía escuchándolos caminar detrás de mí hace un buen rato. Iban unas cuadras más atrás, pero las calles estaban desiertas y no estaban tratando de pasar desapercibidos. Si bien podría haber notado antes que no sólo estaban pasando por allí, sino que efectivamente estaban siguiéndome, los últimos días tenía la cabeza en cualquier lado, y en general había muchas cosas que estaba pasando por alto sin querer, por lo que cuando quise darme cuenta, ya estaban demasiado cerca y supe tendría que enfrentarme a ellos lo quisiera o no.

      Pero no voy a mentir, quería. Necesitaba una oportunidad para sacarme todo lo que tenía adentro, y aunque la voz de Eli hacía eco en mi cabeza pidiéndome que por favor no me metiera en problemas, la tentación era demasiado grande. Sentía que mi cuerpo entero estaba lleno de furia, y sabía que dar (y recibir) unos cuantos golpes me ayudaría a dormir por al menos una noche. Como era costumbre, estaba equivocada. Pero eso no lo sabría hasta un momento después.

      Doblé por el primer callejón que encontré, sabiendo que los tres chicos me seguirían. Los conocía, no sería la primera vez que tendríamos un encontrón, y eso sólo me hacía sentir más segura de que podía manejarlos. Sí, quizás eran lo que mi padre habría llamado ‘la escoria del Borde’, pero yo había sido entrenada para pelear, y además de eso, estaba muy, pero muy enojada. Le había prometido a Eli que no usaría mi cuchillo a no ser que fuera absolutamente necesario, así que lo dejé en el lugar que le correspondía, en un cinto sobre mi pantorrilla, bien oculto bajo el pantalón. El intercambio de palabras fue el usual, provocaciones de su parte, amenazas de la mía, hasta que las palabras no fueron suficientes y uno de ellos dio el primer golpe.

      El puño sobre mi pecho fue la chispa que necesitaba para terminar de explotar, y después de eso no hubo quien me parara. Los puños de uno se enredaban con las patadas del otro, y aunque eran más fuertes que yo, tenía la agilidad de mi lado. Ellos eran grandes y torpes, y yo era rápida y ligera. Uno de ellos tomó mi brazo y le hizo una llave, intentando bloquear mis movimientos. Le di un cabezazo en la nariz, tan fuerte que oí el sonido del hueso al romperse, y la sangre que brotó cayó por mi cabello hasta mi rostro. El tipo me soltó por un momento, el cual debería haber aprovechado para escapar. Sabía perfectamente que meterme con el rostro de uno de ellos era entrar en terreno peligroso, pero suelo tomar malas decisiones, y me quedé allí.

      Keto, el líder de aquella pandilla, me tiró del cabello hasta que pudo poner sus brazos alrededor de mí cuello. Los otros dos me sujetaron por brazos y piernas, y me elevaron en el aire. Comencé a retorcerme para intentar liberarme, pues sabía que tenía que renunciar a la dignidad si tenía alguna esperanza de salir de allí más o menos ilesa. Prométeme que no buscarás problemas, Bo. Si tan sólo el idiota de Elián no se hubiera ido a entrenar temprano, nada de esto habría pasado.

      —Pues, mira quien es una rata rastrera —dijo Keto—. Ya no eres tan valiente, ¿o sí pequeña Bo?

      —Suéltame imbécil—gruñí—. No sabes lo que estás haciendo.

      —¡Ohhhhhhhhhh! —se burlaron a coro—. Miren quién cree que es la más dura del Borde.

      —No es tan divertido ahora que no tienes a tu guardaespaldas encima, ¿verdad? —dijo uno de los otros.

      —¡Dije que me suelten! —exigí, retorciéndome con más fuerza. Eli no era mi guardaespaldas, pero no era el momento de caer en sus provocaciones. Ya no.

      —¡SUJÉTENLA! —gritó Keto—. Que no se suelte, saben que es una perra escurridiza —dijo con una sonrisa inquietante.

      —Keto —lo llamó uno de ellos—. ¿No crees que es momento de que esta taki nos muestre eso que esconde?

      —Vaya Mat, esa es una de tus buenas ideas —saboreó Keto—. Chicos, desvístanla.

      Mat abrió el botón de mi pantalón, y luego de eso todo ocurrió muy rápido. Aterrorizada, comencé a dar patadas a diestra y siniestra, lograba soltarme por unos segundos, daba un golpe y volvían a atraparme. Keto me apretaba la garganta cada vez con más fuerza, mientras Mat intentaba volver a ganar control sobre mis brazos y Leroy trataba de quitarme los pantalones evitando mis patadas.

      —¡Quédate quieta, bestia inmunda! —gritó Leroy, sacando el cigarrillo de su boca y aplastándolo contra mis caderas con fuerza. El grito que di fue tan alto que algunas ratas salieron corriendo del callejón, y el perro de uno de los apartamentos sobre nosotros comenzó a ladrar.

      —¡SUÉLTAME, ASQUEROSO! —chillé, más desesperada que nunca.

      Uno de ellos, no supe cual, me dio un mordisco en el brazo tan fuerte que pude sentir como la piel se abría bajo la tela de mi camisa. En un arrebato de adrenalina logré soltarme de uno de mis brazos y alcanzar mi cuchillo. Le di una patada a Keto en los genitales, y aproveché la distracción para apuñalar a Mat en el abdomen. La punta se hundió con facilidad sobre su ingle, haciendo que se doblara de dolor. Me soltó de inmediato, recuperé mi arma antes de salir corriendo, y un chorro de sangre cayó sobre el piso de asfalto.

      —¡VAS A PAGAR, TAKI INMUNDA! —gritó Leroy tras de mí, pero no me siguió.

       II A la orilla del riachuelo

      Apenas terminé de entrenar me di una ducha rápida, llamé a Pyra y partimos a la casa de Bo. Tenía un mal presentimiento, o más bien sabía que algo debía ir mal como uno sabe que uno más uno es igual a dos. Bo más emociones reprimidas era igual a problemas, y estaba teniendo muchas de ellas últimamente. Mis miedos se confirmaron cuando toqué a su puerta y su padre me contestó de mala gana que no la había visto desde aquella mañana, y me pidió que, si la veía, le recordara que su casa no era un hotel y que tenía tareas que cumplir. Luego de eso me dijo que dejara de perder el tiempo buscándola, que de seguro tenía mejores cosas que hacer.

      Lo cierto es que no las tenía, y aunque lo hubiera hecho no me habría quedado tranquilo hasta que supiera que Bo estaba en una pieza. Además, si tenía que ser honesto, yo también necesitaba distraerme un poco. El Solsticio se nos venía encima a ambos, y aunque ninguno de los dos quería tocar el tema, al menos en su compañía no era necesario disimular mi malestar.

      Caminé hasta una de las zonas más al este del Borde hasta encontrar el callejón donde alguien había dejado un barril de aceite quemado hacía ya muchos años, tapando el agujero en el muro del fondo que daba al riachuelo. No era ilegal estar allí precisamente, pero era algo como un área gris, un lugar al que la mayoría de los padres les prohibiría a sus hijos ir porque no estaba bajo la vigilancia de nadie. Es decir,

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