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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_92502bce-3e63-53c2-9955-32bf178d88be">13 «Un elemento humano y un elemento divino». Nuevamente en sintonía con la Lumen gentium, se insiste en la unidad del aspecto humano y el aspecto divino de la Iglesia, un tema constitutivo de la noción de la Iglesia como sacramento. La analogía con el misterio del Verbo encarnado, aquí mencionada, es desarrollada en el n. 8 del citado documento conciliar, no solo a propósito de la unidad, sino también acentuando, como en Cristo, que el elemento humano está al servicio del divino. En esta misma homilía, siete párrafos más adelante, se subraya la indivisibilidad de lo visible e invisible en la Iglesia, denunciando el peligro de separar una hipotética Iglesia solo institucional de otra, igualmente hipotética, exclusivamente carismática. Esta acentuación fuerte de la unidad refuerza, desde otro ángulo, la idea central del carácter sobrenatural de la Iglesia, donde lo humano existe en función de lo divino.

      19 (nota 15) Ibidem ] LEÓN XIII, Encíclica Satis cognitum, ASS 28

      21 (nota 16) Ibidem ] LEÓN XIII, Encíclica Satis cognitum, ASS 28

      23 (nota 17) Eph 1, 22-23 ] Eph 1, 22

      26 «Con este mandato Cristo funda su Iglesia». La Iglesia existe en vista de la salvación. Evidentemente, esta misma idea se puede expresar de modos distintos, que comportan acentuaciones distintas: la extensión del Reino de Dios, la dilatación de la comunión, la evangelización, la difusión de los medios de santificación, etc. A la vez, el fin último de una institución se distingue, al menos formalmente, de los contenidos de su misión, entre los cuales no todos tienen la misma relevancia. La Iglesia se ocupa no solo de celebrar el culto y anunciar el Evangelio, sino que, ya desde tiempos remotos, desarrolla obras de caridad, de educación, de promoción humana, etc.: un conjunto de actividades que han recibido gran impulso también por parte de san Josemaría. Distinta es la posición, de la que el fundador del Opus Dei toma distancias, de quienes diluyen la finalidad sobrenatural y trascendente de la Iglesia en la instauración de la justicia social, en la que confluyen frecuentemente componentes políticos y discriminatorios. Esta segunda manera de entender la misión de la Iglesia, entonces bastante difundida, comporta una desatención radical al citado mandato misionero de Mt 28,18-20. La llamada al equilibrio entre los contenidos de la misión sigue siendo actual.

      27 «Ya en el siglo II». Se detecta en esta frase cierto desfase cronológico, pues Orígenes, aunque nació en el siglo II, escribió la homilía In Iesu nave en el siglo III, en el año 249 o 250 (cfr. Annie Jaubert [ed.], Origène. Homélies sur Josué, Sources Chrétiennes 71, Paris, Cerf, 1960, p.9).

      29 «Entre los mandatos expresos de Cristo se determina categóricamente el de incorporarnos a su Cuerpo Místico por el Bautismo». Se trata de un texto en resonancia con la doctrina conciliar presente en Lumen gentium, n. 14, §1. Desgraciadamente, lo que en tiempos de redacción de estas homilías estaba ya sucediendo, se ha intensificado: la difusión del relativismo religioso, en el sentido de dar igual valor salvífico a las distintas religiones y a las distintas religiosidades. Es esta la actitud de la que san Josemaría busca poner en guardia a sus lectores. No solo a nivel divulgativo, sino también por parte de instancias que se presentan como científicas, el cristianismo y la Iglesia son entendidos, equivocadamente, como un camino más entre los muchos caminos que conducen a la salvación, generando así lo que ha sido certeramente designado como la “cultura del supermarket religioso”: se elige y se cambia de producto según el gusto y la circunstancia del consumidor. Lógicamente, cuando este modo de pensar penetra entre quienes deberían anunciar el Evangelio, la misión apostólica pierde toda su fuerza, pues ya no se le encuentra sentido. Los peligros del relativismo religioso han sido denunciados, una vez más, por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la declaración Dominus Iesus, publicada el 6 de agosto de 2000 (EV XIX, nn. 1142-1199).

      32 (nota 30) SANTO TOMÁS, S. Th. ] S. Th.

      34 (nota 32) Cfr. SANTO TOMÁS, S. Th. ] cfr. S. Th.

      (nota 33) Cfr. Ibidem ] cfr. S. Th.

      37 (nota 35) Cfr. ] cfr.

      39 (nota 37) Cfr. ] cfr.

      44 (nota 41) CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium ] Const. Lumen gentium

      (nota 42) Ibidem ] Const. Lumen gentium

      (nota 43) Cfr. ] cfr.

      46 «En la Iglesia hay igualdad». La aceptación del carácter sobrenatural de la Iglesia comporta la convicción sobre la voluntad fundacional de Cristo respecto a ella: en sus elementos esenciales, la Iglesia no es como es porque los hombres lo hayamos así decidido, sino porque Dios, de acuerdo con su plan salvífico, de ese modo lo ha establecido. De ahí la inmutabilidad de su naturaleza, desde la época apostólica y durante el correr de los siglos hasta el fin del mundo. En este marco de permanencia en lo esencial se sitúa el aspecto jerárquico de la Iglesia: esto no puede ser considerado como una herencia de la era de las monarquías absolutas, que debería ceder el paso a la visión democrática característica de la sociedad contemporánea. El fundador de la Obra, pionero en subrayar la igualdad fundamental de todos los cristianos, proveniente de la común condición bautismal, no absolutiza esa igualdad volcándola sobre el plano funcional. Observa con aprensión, sin embargo, la tendencia al igualitarismo radical, que no teme denunciar.

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