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tenían que crear su propia infraestructura para poder realizar el trabajo, o a zonas urbanas que, normalmente, estaban viniéndose abajo. No estaba acostumbrado a ver alegres escaparates y gente simpática paseando por aceras limpias. En los diez minutos que había tardado en ir de su hotel al centro del pueblo, lo habían saludado en multitud de ocasiones, le habían dicho que pasara un buen día, le habían comentado qué agradable era el tiempo que estaban teniendo y un diminuto caniche con un jersey rosa se había acurrucado contra él.

      Ya había estado en Fool’s Gold antes, cuando tenía unos dieciséis años. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño, así que su padre lo había llevado con él a todas las obras de construcción. Había crecido por todo el mundo y se había educado entre escuelas locales y tutores. A su padre le había preocupado que no estuviera relacionándose socialmente lo suficiente con niños de su edad, así que cada verano lo enviaba a un campamento distinto de Estados Unidos. Un año había sido un campamento espacial, otro un campamento de arte dramático, y el año en que había cumplido los dieciséis, un campamento de ciclismo donde había conocido a Ethan Hendrix y a Josh Golden.

      Los tres habían sido inseparables durante todo el verano. Josh y Ethan se tomaban muy en serio el ciclismo e incluso Josh había terminado dedicándose a ello. Tucker había entrado en el negocio familiar y había ido allí adonde lo llevaba el siguiente gran proyecto. Ethan se había quedado en Fool’s Gold.

      Cruzó una calle estrecha y vio el cartel de Construcciones Hendrix. Durante su época de instituto, Ethan había planeado ir a la universidad para luego marcharse de Fool’s Gold, y Tucker y él habían hablado sobre el hecho de que Ethan trabajara para Construcciones Janack. Habían soñado con construir una presa en Sudamérica o un puente en la India, pero el padre de Ethan había muerto dejándolo a él como responsable del negocio familiar. Siendo el mayor de seis hermanos, y con una madre destrozada, a Ethan no le habían quedado muchas opciones.

      Tucker abrió la puerta de la oficina y sonrió a la recepcionista.

      –Me gustaría ver a Nevada, por favor.

      Había llegado lo suficientemente pronto como para encontrarla allí antes de que se hubiera marchado a alguna obra, pero aun así se esperaba que le preguntaran si había concertado cita. Por el contrario, la recepcionista señaló una puerta en la parte trasera de la gran sala.

      –Está en su despacho.

      –Gracias.

      Rodeó un par de mesas vacías y llamó a la puerta abierta.

      Nevada estaba de espaldas a él junto a un archivador y durante el segundo que tardó en girarse, él vio que llevaba unos vaqueros y una camiseta en lugar de los pantalones y la chaqueta del día anterior. Unas gruesas botas de trabajo le sumaban unos cuantos centímetros a su estatura y la acercaban más a la altura de sus ojos. Era alta y esbelta y con curvas ahí en los lugares adecuados.

      Atractiva y sexy, pensó, y seguro que también lo había sido durante la época de la universidad, aunque por aquel entonces él ni se había fijado. Estar con Cat había sido como mirar al sol: no había podido ver ninguna otra cosa. La vida habría sido mucho más sencilla si se hubiera enamorado de alguien normal como Nevada en lugar de Cat.

      Cuando Nevada se giró, vio que no llevaba mucho maquillaje y que su tez era pálida.

      –Buenos días.

      Ella lo miró asombrada.

      –Tal vez lo sean para ti.

      Tenía los ojos rojos y un poco hinchados. A juzgar por las ojeras, supuso que había pasado una mala noche.

      –¿Resaca? –le preguntó en voz baja.

      –No quiero hablar de ello.

      ¿Había estado bebiendo por su culpa? Esperaba ser la causa de su malestar mañanero, aunque solo fuera porque eso demostraba que su encuentro la había causado tanto impacto como a él.

      –Sea lo que sea lo que estás pensando, para.

      –¿Por qué?

      –Tienes actitud de engreído y resulta irritante. Es más, deberías irte. ¿Por qué estás aquí? ¿Estás buscando a Ethan?

      –Estoy buscándote a ti.

      Ella se tocó la frente, como intentando borrarse el dolor.

      –Pues no sé por qué.

      –Seguro que sí.

      A pesar de las ojeras y de la lividez, seguía resultando atractiva. Le gustaba ver a Nevada con vaqueros y camiseta más que vestida formalmente para una entrevista. Con esa ropa se parecía más a la mujer que recordaba.

      –Quiero que lo repitamos... me refiero a la entrevista –añadió, por si ella se pensaba que se refería al sexo, aunque él no le diría que no a una oportunidad de demostrarle que no era tan malo en ese campo.

      –No me queda nada por decirte. Ya tienes mi curriculum, con eso basta.

      –Tienes razón. Basta. Quiero contratarte como directora de construcción.

      –Vete al infierno.

      –¿Es eso un «me lo pensaré»?

      –Es un «vete al infierno». No me interesa que jueguen conmigo.

      –¿Y por qué crees que estoy jugando contigo?

      –Solo estás ofreciéndome el puesto porque dije que eras pésimo en la cama.

      Él se estremeció.

      –Este proyecto tiene un valor de diez millones de dólares. ¿Crees que lo arriesgaría por mi ego? –se movió hacia ella–. Estás más que cualificada y eso es importante, pero como señalaste ayer, eres de la zona y sabes cómo se hacen las cosas por aquí. Puedes ayudarnos a evitar errores.

      Esa era una lección que había aprendido por las malas en más de una ocasión. Prestarle atención a las aparentemente tontas expectativas y costumbres de los lugareños podía suponer la diferencia entre llegar a tiempo con un proyecto sin salirse del presupuesto y que todo se viniera abajo.

      –Sé que te interesa. De lo contrario, no te habrías molestado en presentar la candidatura ni en ir a la entrevista.

      –Se suponía que hablaría con tu padre, no contigo –dijo bruscamente–. No quería volver a verte nunca.

      –Pues yo estoy al mando.

      –Exacto, y por eso lo mejor es que te marches ahora.

      Fue muy clara y, aunque a él no le gustó, no estaba dispuesto a suplicarle. Asintió y se marchó, aún algo confuso por lo que estaba pasando. Un momento después estaba cruzando el aparcamiento cuando una camioneta se detuvo a su lado.

      –¡Estás muy lejos del Amazonas! –le gritó una voz familiar.

      Tucker vio a Ethan salir de la camioneta y sonreír.

      –¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Tucker.

      Ethan y él se estrecharon la mano y se dieron unas palmaditas en la espalda.

      –Dirijo este lugar –respondió Ethan señalando al cartel–. Aunque últimamente no estoy mucho por aquí, estoy con los aerogeneradores.

      Tucker sabía que su amigo se había introducido en la construcción de molinos; la energía eólica era un campo en constante crecimiento y el producto de Ethan era muy demandado.

      –Tengo unos cuantos nombres para ti –le dijo Ethan sacando un maletín del asiento del copiloto–. Son unos buenos tipos a los que querrás contratar. Un par de ellos trabajan para mí, pero les dejaré irse. Ahora que Nevada se marcha, habrá menos trabajo de construcción.

      –¿Se marcha? ¿Adónde?

      –A trabajar para ti –Ethan parecía sorprendido–. Sé que ha solicitado el puesto.

      –Sí, y acabó

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